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Para perturbar al espectador

María Onetto se luce apelando a la técnica japonesa de teatro noh. La actriz Daniela Rizzo cuenta cómo la entrenó.

- Sandra Commisso scommisso@clarin.com

La historia de un médico represor y apropiador que asume un rol paterno con una hija robada es el eje de Potestad, un clásico del teatro argentino, de Eduardo “Tato” Pavlovsky. En el espacio Caras y Caretas, una nueva puesta dirigida por Norman Briski y protagoniz­ada por María Onetto, trae de vuelta este material de 1985 con una vuelta de tuerca absolutame­nte innovadora y rupturista. Onetto interpreta al personaje masculino, pero además lo hace en clave de teatro noh japonés.

El primer impacto al menos es curioso e intrigante. Y a medida de que avanza la pieza, se torna hipnótico y monstruosa­mente revelador. Para fusionar la filosofía y estética oriental de este teatro con el texto que relata una tragedia netamente argentina, el director convocó a la actriz Daniela Rizzo, especialis­ta en técnicas orientales para entrenar a Onetto. El resultado es una brillante actuación de la actriz, que en la máscara (literal y metafórica) de este genocida logra transmitir tanta empatía como horror. Rizzo cuenta cómo fue el proceso de armado de este material fuera del molde. -¿De qué se trata el teatro noh ?

-Tiene un origen aristocrát­ico y se consolidó como tal en siglo XIV. Entre otras caracterís­ticas mezcla las dos religiones más importante­s del Japón, el sintoísmo y el budismo. Esas filosofías confluyen en el arte que tiene varios tipos. El que nosotros usamos en Potestad es el teatro noh fantástico ilusorio.

-¿Cuál es su particular­idad? -Es la categoría en la que conviven los vivos y los muertos, algo que es ideal para esta obra. Es increíble porque a Briski se le ocurrió utilizar esta estética de manera intuitiva. Fue por puro instinto, pero a medida que íbamos trabajando íbamos encontrand­o cada vez más y más similitude­s. -Había que tomar ese riesgo.

-Sí, fue una gran aventura. El objetivo era unir estos mundos y ver cómo podían integrarse los distintos dispositiv­os orientales con el texto. -¿Cómo fue la experienci­a de preparar el personaje junto a la actriz?

-Para mí fue un lujo trabajar con María y con Briski. Estuvimos preparándo­lo durante casi nueve meses. El teatro noh tiene 250 unidades de movimiento y nosotros elegimos unas pocas para que María pudiera incorporar­las lo más naturalmen­te posible y que resonaran con el texto y el espanto de lo que va contando. -Hay mucho de repetición, de rigidez en los movimiento­s.

-Sí, eso refleja el dogmatismo. Por otro lado, hay algo muy siniestro que es la convivenci­a en el mundo de los muertos. En el teatro noh se busca perturbar al espectador. - Eso termina de darle sentido a lo que se está contando en la obra, que muestra, entre otras cosas, cómo se puede naturaliza­r el horror. -Así es. Con el vestuario de Renata Schussheim, la escenograf­ía de Leandro Bardach y la música en vivo de Tomás Finkelszte­in se terminó de armar una puesta que es impactante. Yo voy a casi todas las funciones, para supervisar que la técnica no se vaya desmadrand­o y vibro cada vez que la veo.

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Máscara oriental. María Onetto en versión masculina y de teatro noh.

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