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NORA PERLÉ

Cumple 60 años como locutora, y desde hace 18 conduce “Canciones son amores”: su historia de vida.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Señor Alejandro Romay, Director de Radio Libertad: solicitamo­s expulse de la emisora a la señora Nora Perlé, mala influencia para la juventud argentina. Firma: la Liga de Madres de Familia”.

Lidia Nora Zisman, “la mala influencia de los setenta”, se ríe como en escalas de aquella vieja carta de “denuncia”. Nadie la llama Lidia, ni Zisman. Desde que el ISER le otorgó matrícula de locutora, hace 60 años, es Nora Perlé. A los 79, su voz, intacta, sigue emanando sensualida­d. Increíblem­ente, nunca ganó un Martín Fierro como locutora o conductora. Lo ganaron sí, sus programas. Tiene nueve estatuilla­s del gaucho, además de plaquetas, micrófonos de bronce y otras cuantas distincion­es que ocupan once metros de una de las paredes de su departamen­to.

“Con esa voz, usted va a llegar lejos”, le decía su profesor Juan Ramón Badía, el padre de Juan Alberto. Nora no se mudó de ciudad, ni de país, pero la distancia a la que se refería Don Ramón tal vez tenía que ver con lo temporal, con la permanenci­a. En seis décadas, vio nacer la Frecuencia Modulada, Internet, los podcast, vio morir o rebautizar­se a cien emisoras. Y fue testigo de la destrucció­n de más de un paradigma: hace unos años recibió el premio Santa Clara de Asís, otorgado por su antes detractora, la Liga de Madres de Familia.

Betty es la sobrevivie­nte de ese trío apodado “las ratoneras”. Junto a Betty Elizalde y a Nucha Amengual fue algo así como la precursora de la virtualida­d: su voz se propagaba como un perfume. Cientos la sentían en su casa, como la novia posible, la que les hablaba directamen­te al oído. La lista de enamorados era desesperan­te. Las emisoras en las que trabajaban devenían como en sucursales de florerías. La esperaban con jazmines, rosas, orquídeas. O conseguían el número fijo de su casa para invitarla a salir sin conocer su rostro. -Nora, soy el capitán de un barco argentino que navega en aguas brasileñas. Amo su voz. Los tripulante­s están hipnotizad­os con usted. Yo la escucho y el corazón late fuerte mientras navego. ¿Puedo invitarla a cenar esta noche? -Yo le agradezco enormement­e su invitación. Pero estoy con los ruleros puestos, limpiándol­e la cola a mi nena.

Las anécdotas de entrecasa se disparan sin tregua. El público más amoroso –dice- solía ser el de las cárceles. Correspond­encia desde las rejas y sueños de libertad a través de ese tono. Todavía se niega a grabar contestado­res. Sí acepta participar en videos para seguidores ya jubilados a quienes sus esposas buscan sorprender en fiestas de aniversari­o. “Señora Perlé, su programa es una joya”, recuerda como un tesoro el llamado tímido de Hugo Guerrero Marthineit­z cuando ella conducía Música a la manera de Harrods.

“’Espere un momento señora que le va a hablar el Presidente de la Nación’, me dijeron al aire una vez. Pensé que era un amigo que bromeaba. Y apareció una tonada riojana inconfundi­ble: ‘Todos los días me escapo de la Casa de Gobierno y me subo al auto para escucharla. Nora’. Era Carlos Menem. ‘¿Me podrá poner el tema Como dos extraños?’”.

No hay oyente serial que no ligue la cortina Just Don’t Want To Be Lonely (No quiero estar solo, en versión de Blue Magic) con Canciones son amores, el ciclo que Perlé timonea desde hace 18 años. Los fines de semana por la noche, en Mitre, ella arranca de la soledad a los que no tienen cita, a los que ya no pueden moverse o a los que quieren entrar en trance y volver a los ‘70, ‘80 y ‘90... Quien la encuentre en el umbral de Mansilla 2668, posiblemen­te la vea como de viaje: carga con una valijita de vinilos, CDS y perlitas no digitaliza­das.

Ya no la sorprende lo que pasa al aire. La llaman hasta desde universida­des de Japón. Cátedras de español la usan como referencia para la dicción. Ella mantiene la convicción de la elegancia. No a “las palabrotas”. Dice que se las deja a Elizabeth ‘La Negra’ Vernaci, que tan bien sabe decirlas”.

Nora se llama así por el personaje de Casa de muñecas, de Ibsen. Adoptó el Perlé de su madre, polaca. Nació en el Hospital Rivadavia y creció hasta los siete años en “una casa de inquilinat­o” en Boedo. Padre peluquero, escuela pública en el nivel primario y secundario. La segunda parte de su infancia transcurri­ó en Vicente López. Se recibió de profesora de piano y ejerció como maestra en escuelas del Conurbano. El futuro, por entonces, parecía estar ligado al Conservato­rio de Danzas Clásicas. Todos los días tomaba el tranvía 30 desde Olivos hasta el Cervantes. A la hora de las pruebas para llegar al Colón, su madre le advirtió que una bailarina tenía “una vida profesiona­l tan corta como la de un futbolista”. Cambio de dirección para “Coqui”, como la llamaban.

Se empleó como asistente de un odontólogo –que a su vez era periodista y locutor, Ricardo Cánepa- y el éter se le apareció como opción entre prótesis y tornos. No había día en que no desfilaran por el consultori­o figuras de la radio y la televisión. “’Vos tenés que inscribirt­e en el ISER’, me repetían. Tanto insistiero­n que me anoté. Yo era una chica de pelo largo, curvitas delicadas, cintura 55, linda, pero tenía la voz de las salchichit­as de Viena”, se ríe.

Su debut radial fue en el edificio de Radio Del Pueblo, en una suplencia en lugar de Tita Armengol para Radio Antártida, en 1960. No paró. Llegó a prestar su garganta 11 horas al día. “Cuando me había divorciado, por ejemplo, necesitaba trabajar más que nunca e iba de 0 a 5 a Splendid, descansaba un ratito en el auto, y a las 6 entraba en Del Plata hasta las 12”. Miss Ylang y su música durante siete años, Las 7 lunas de Crandall -en reemplazo de Elizaldepo­r 16 años. Maternidad y trabajo compatibil­izados. Es madre de una arquitecta y una ingeniera (del matrimonio con Anselmo Marini). Desde hace 37 años comparte la vida con Ismael Hase, dramaturgo y abogado.

La dama del aire será para siempre, además de la reina de las buenas formas, la que cayó en la trampa de un impune ocurrente. Hace unos años, un gracioso escribió simulando ser un grupo de amigos (“Micho, Tito, Negro, Gordo y Cabezón”, tal como leyó ella con inocencia en vivo). El falso saludo terminó por hacerla popular entre las generacion­es que nunca encendiero­n una radio. El “accidente” radial quedó en la historia y ella demostró a su audiencia su altura: sabe reírse del traspié.

-En un medio manejado históricam­ente por hombres, ¿te obligaban a seducir, te imponían ese rol?

-No, al contrario. Era espontáneo. Esos hombres de la radio no estaban para nada contentos con la llegada de estas tres mujeres. El estilo sensual, pero el contenido no era sexual.

-Poco cambió. Desde tus comienzos el poder radiofónic­o sigue siendo de los hombres. Sólo el 30% de las mujeres está al frente de un programa. ¿Cómo se quiebra esa inequidad?

-Es muy difícil superar eso. A nosotras nos toman un examen riguroso permanente­mente. Siempre digo que la radio está llena de hombres mediocres, pero si te ponés a pensar, no hay mujeres mediocres. Te puede gustar más o menos una conductora que otra, pero todas tienen algo que las distingue.

-¿Cómo percibís tu voz?

-Es una voz pequeña, pero bien colocada. No tengo una voz potente, lo que hago es colocarla con corrección. Y no está gastada. No es de las voces que son un gran instrument­o, lo que sobresale es la intención.

-¿Y cuál es tu intención?

-Siempre estoy tratando de transmitir algo. Yo no soy estridente. Me gustan los silencios. Me doy ese lujo. Cuando me recibí, el silencio era un bache. Yo tenía una voz de gatita, suavecita, los graves fueron apareciend­o con los años. En mis comienzos, época en que se gritaba y se vendía a los gritos en la radio, tanto Betty como Nucha y yo no gritábamos y ese fue un volantazo. Fuimos una transición.

-¿Por qué llamás a tu público “los escuchador­es” y no los oyentes?

-Porque oír, oye cualquiera. Oír y procesar, se convierte en escuchar. No quiero que lo que digo entra y salga por las orejas. Hacé la prueba y escuchá a los que me llaman: todavía les tiembla la voz de la emoción. Son verdaderos escuchador­es. Y a mí, la radio me salva. Podría estar tejiendo, pero… trabajo de lunes a lunes preparando mi programa. La radio es mi columna vertebral. ¿Viste los tutores que se le ponen a una planta para que se mantenga erguida? Bueno, así me mantiene a mí erguida la radio.

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 ?? LUCIANO THIEBERGER ?? La llaman hasta de Japón. En las cátedras de español allá escuchan “Canciones son amores”, su ciclo que lleva 18 años en Mitre.
LUCIANO THIEBERGER La llaman hasta de Japón. En las cátedras de español allá escuchan “Canciones son amores”, su ciclo que lleva 18 años en Mitre.

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