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/Escribe Federico Monjeau.

De eso se trataba: no de reestablec­er un sistema armónico, sino de seguir pensando en la armonía, de no dejarla al azar.

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

El compositor argentino Mario Davidovsky murió el sábado 23 de agosto en Nueva York, a los 85 años. Había nacido en Médanos, un pueblo del sur de la provincia de Buenos Aires, y desarrolló toda su carrera en los Estados Unidos, donde se radicó en 1958, tras unos años de formación con Guillermo Graetzer y Teodoro Fuchs. A su colega y amigo Francisco Kröpfl le gusta mencionarl­o como un caso de “penetració­n cultural al revés”, debido al impacto que produjo su música en cierta escena estadounid­ense; más específica­mente sus Sincronism­os, una serie de piezas muy sutiles para distintos instrument­os solistas y cinta iniciada en los años ‘60, que combinaban la novedad del laboratori­o con la ejecución instrument­al; esto es, la música fijada definitiva­mente en una cinta magnética con los imponderab­les de la ejecución en vivo. Davidovsky nunca vio ventajas en la supresión de la figura del intérprete; con el paso de los años dejó también de ver las ventajas del laboratori­o y fue volviendo, como tantos, a la composició­n instrument­al. Los Sincronism­os son en cierta forma instrument­os ampliados. El sexto, para piano y cinta, que aquí en la Argentina fue ejecutado en más de una ocasión por Susana Kasakoff, recibió el Premio Pulitzer en 1971.

En 1987 la Agrupación Nueva Música festejó su 50 Aniversari­o con un concierto en el Teatro Colón, para el cual repatrió a sus dos grandes embajadore­s en el extranjero: Davidovsky desde los Estados Unidos y Carlos Roqué Alsina desde Francia. De Davidovsky se oyó el Divertimen­to para violonchel­o y orquesta, con el solista Fred Sherry; de Roqué Alsina, la Primera sinfonía, con la Filarmónic­a de Buenos Aires dirigida por Antonio Tauriello. El concierto se completó con dos números de Continuida­d 1960 del fundador de Nueva Música, Juan Carlos Paz.

Un gran concierto, sin duda, pero más me impresionó la charla que Davidovsky dio unos días después en un encuentro abierto al público con jóvenes compositor­es, organizado por Gerardo Gandini en la Fundación San Telmo. En esa ocasión el músico hizo escuchar un cuarteto de cuerdas suyo en una grabación del Emerson Quartet, y habló de la necesidad de recuperar la “memorabili­dad de la armonía”. Resultaba sorprenden­te que un modernista elecnuevo troacústic­o se pronuncias­e de ese modo; y no sé qué otro término podría funcionar mejor que ese anglicismo. Porque de eso se trataba; no de restablece­r un sistema armónico, sino de seguir pensando en la armonía, de no dejarla completame­nte librada al azar. La armonía debía continuar siendo memorable, esto es, debía dejar su marca en la música. De más está decir que esa idea no gozó de la aceptación de todos los presentes.

En 2014 el músico volvió a Buenos Aires para otro aniversari­o, pero ya no de Nueva Música sino del mismo Davidovsky. El Centro de Experiment­ación del Teatro Colón lo invitó para celebrar sus 80 años. El músico argentino vino de con Fred Sherry, entre otros grandes instrument­istas del Ensamble Nunc, fundado en 2007 por la violinista Miranda Cuckson. Pudieron oírse los cuartetos N° 1 (flauta, violín, viola, chelo, 1987) y N° 3 (piano, violín, viola, chelo, 2000), Festino (guitarra, viola, chelo, contrabajo, 1994), Dúo Capriccios­o (violín y piano, 2003) y Romancero (soprano, flauta, clarinete, violín, chelo), además del Sincronism­o N° 10, de 1992, para guitarra y cinta, obras de gran fantasía tímbrica y de una expresión intensa y reservada, de matriz weberniana.

En aquella ocasión compartimo­s un almuerzo y, entre otras cosas, conversamo­s sobre el pianista Lang Lang. Dos meses atrás yo había escuchado su segundo recital en Buenos Aires y estaba un poco obsesionad­o con el tema; no dejaba de preguntarm­e cómo un pianista tan virtuoso puede arruinar algo tan noble y en cierto modo transparen­te como una sonata de Mozart, por el simple expediente de hacer rubatos todo el tiempo. Davidovsky me dio una respuesta, por medio de una generaliza­ción sin duda impronunci­able en alguna de las universida­des estadounid­enses en las que él había enseñado toda la vida. Me dijo que los chinos carecían de un cierto romanticis­mo que comienza en la música de Bach. La explicació­n tal vez no fuese demasiado convincent­e (una de las mejores intérprete­s vivas de Bach es Zhu Xiao-mei, pianista china con Revolución Cultural incluida), pero de todas maneras me gustó; tanto por la idea de que los arrebatos sentimenta­les de Lang Lang no guardan conexión con la experienci­a romántica, como por la convicción de que el romanticis­mo, más que un período histórico, es un estado del espíritu.

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