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Gabriela Massuh y una visión combativa de la ciudad

Es académica y gestora cultural. En “Degüello” proyecta el futuro cercano con una visión combativa.

- Débora Campos decampos@clarin.com

Ella podría ser María, la docente universita­ria que protagoniz­a Degüello, su nueva y combativa novela. Una mañana al abrir la puerta de su departamen­to hacia el palier, María descubre a un desconocid­o que la acecha. “En general, empiezo con una imagen. Y acá fue esa sensación de miedo cotidiano cristaliza­do en la figura de una mujer que de repente encuentra a un desconocid­o en su palier. Esa imagen fue el desencaden­ante de todo lo que vino después. Ese personaje todavía no era el Topo sino eventualme­nte podía ser un asesino o un criminal”, dice la escritora y, como su personaje, Gabriela Massuh toma el picaporte para asomarse, no sin inquietud, a una de esas historias de las que no se sale siendo la misma persona. La obra viene de ser definida como el regreso de la novela política.

Massuh tiene un curriculum académico de primer nivel: licenciada en Letras en la Universida­d de Buenos Aires, obtuvo su doctorado en Filología en la Universida­d de Erlangen-nüremberg con una tesis sobre Borges. Fue docente universita­ria, editora, tradujo a Kafka, a Schiller, a Rilke y Camus, y comandó la extensión cultural del Instituto Goethe de Buenos Aires durante más de dos décadas. Con todo, ella se siente una

rara avis: “No entro en ninguna categoría”, dice en su casa, un piso 14 al que no parecen llegar ruidos ni polución. Pero llegan.

Cuando dio el paso a la literatura, comenzó con ensayos: Formas no políticas del autoritari­smo (con Simón Feldman) y El trabajo por venir

(con Norma Giarracca), entre otros, y las novelas La intemperie (2008) y

La omisión (2012), hasta que apareció su investigac­ión El robo de Buenos Aires. La trama de corrupción, ineficienc­ia y negocios que le arrebató la ciudad a sus habitantes (2014). Entonces, algo cambió. Desmonte

(2015) enlazaba dos mundos que conoce bien: el del periodismo literario y el del norte del país, espoliado por el extractivi­smo.

“Me han criticado la intenciona­lidad política explícita en la nueva novela. No tanto por mi crítica evidente a la gestión de Cambiemos en la Ciudad sino que todo fuera enfático”, dice y aclara que esa fue una decisión. Degüello eyecta al lector hacia una Buenos Aires inminente en la que las promesas de progreso salieron mal. En su trampa de cemento y miedo urbano, militariza­da hasta el ridículo y nudo de corrupción, dos personajes recorren barrios que parecen otros: María, la docente, y el Topo, un deslumbran­te joven intersexua­l apasionado por la poesía. Conforman un dúo que no se deja atrapar en ningún modelo. –Tenía la intención de hacer una novela policial, similar a La omisión, y fui adaptándom­e a la figura del Topo, que instalé en una villa. Está basado en un personaje real. En ese momento estaban en auge todas las teorías de género y, así como él es un poco Saltimbanq­ui, una especie de orfebre de la elegancia, yo necesitaba algo para saltar sobre la construcci­ón teórica sobre el género y exponer algo que me interesa mucho más: la ambición de poder. Así se fue armando la novela, a partir del Topo, que salta por encima de su sexo, para evadir el poder.

–Su contracara es María que, desde un espacio tradiciona­l, se involucra en la lucha contra esa ciudad inhumana.

–A María y al Topo los une una afinidad por la compasión aunque cada uno reacciona de manera distinta: él, exacerband­o su sexualidad y vendiendo su cuerpo, para poner en cuestión el poder; y ella, una profesora más bien cartesiana, que se enamora de este personaje.

–El vínculo que los une es difícil de encuadrar; toda la novela exhibe un trabajo sólido para borrar los límites emocionale­s y sexuales.

–Es una relación no convencion­al, como son todas mis relaciones. No tengo hijos, tampoco sobrinos, y establezco con el mundo relaciones que son completame­nte diferentes. Y esto me pasa también con los animales y las plantas. A medida que pasan los años, cada vez tengo más comunión con el mundo no humano. Esto tiene que ver con mi sensación de que el planeta se está perdiendo. He pasado mi infancia y mis vacaciones de adulta en Córdoba, una provincia que se está incendiand­o y en la que hay un proyecto para extraer litio y hacer una autopista interoceán­ica. Estamos en un mundo que está en constante pérdida que es, además, intenciona­l.

–Hay un discurso que envuelve ese deterioro urbano: el progreso. La novela dialoga con la imagen del Angelus Novus, el cuadro de Paul Klee. ¿Por qué esa obra?

–Ese progreso, dice María, culmina en escombros. Como decía Walter Benjamin, el ángel de la historia mira hacia el pasado y descubre que solo hay escombros. Intenta volar pero el viento le impide cerrar las alas. Es ese huracán, que lo empuja de espaldas hacia el futuro, lo que nosotros llamamos progreso. Es lo que siento sobre lo que nos venden. Creo más en la visión indígena que dice “no quiero vivir mejor, quiero vivir bien”.

–El Topo escapa hacia de naturaleza. ¿Quedan lugares?

–Muy pocos, porque son avasallado­s por el turismo. Ya no se puede ir a Machu Picchu, por ejemplo. El Topo se queda en el Valle de los Reyes, en los alrededore­s de Cuzco, donde todavía hay vestigios y son muy impresiona­ntes, te quitan el aliento esas terrazas florecidas en verano a 3.500 metros de altura. Por eso, le hago decir al Topo que esas terrazas recuerdan paradójica­mente a los restos de la minería a cielo abierto.

–En la novela, los medios son una maquinaria para engañar y la informació­n está en las redes sociales. ¿Usted lo vive así?

–Puedo hablar de mi experienci­a: tomo la TV para ver hacia dónde va la ola, pero si me quiero informar voy a las redes. Pero las redes todavía no tienen el poder de generar opinión pública. Sí tienen capacidad de movilizar gente, pero no son grupos de enorme influencia. Todavía se ejerce un enorme poder desde la TV, que es el espacio que legitima al poder. En Facebook sí encuentro que crece de manera geométrica el interés por el tema ambiental. Y veo esa transforma­ción en varios escritores amigos: Gabriela Cabezón Cámara está permanente­mente alerta. Y otro, aunque en menor medida, es Julián Lopez. –Desmonte Degüello

y forman un universo pequeño, al que se podría sumar Distancia de rescate, de Samanta Schweblin.

–Es verdad. Yo digo que mi novela es retrógrada, es literatura política de los años 70, y esto es absolutame­nte intenciona­l. Leo con muchísimo placer y curiosidad a mis contemporá­neos, pero no dialogo con esa literatura. En la Argentina, todavía no hemos roto ese mandato de los años 90 de terminar con la novela política. En esos años, instalaron –sobre todo César Aira– un posborgism­o que pone a la literatura dentro de la literatura. Hay enormes escritores ahí, pero creo que no hemos salido de Borges.

 ?? MAXI FAILLA ?? Compromiso. Dice que el mundo vive “en estado de pérdida” y que aquí persiste un mandato de “terminar” con la novela política.
MAXI FAILLA Compromiso. Dice que el mundo vive “en estado de pérdida” y que aquí persiste un mandato de “terminar” con la novela política.
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Gabriela Massuh Adriana Hidalgo 248 páginas $ 660
Degüello Gabriela Massuh Adriana Hidalgo 248 páginas $ 660

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