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“El arte, incluso a través de las pantallas, nos recrea y nos libera”

Al frente de la entidad que fundó Freud, estudia las nuevas problemáti­cas que desató la pandemia.

- Verónica Abdala vabdala@clarin.com

La suspensión de nuestras proyeccion­es sobre el futuro. El temor al contagio -e indirectam­ente, a la muerte-. Las preocupaci­ones. El encierro. Los efectos psicológic­os que produce la pandemia que tiene en vilo a la humanidad aparecen, en la Argentina y en el mundo, como los coletazos de una época que nos pone a prueba. ¿Como se manifiesta­n, y hasta qué punto los chicos también sufren? ¿La cultura y el arte, en ese contexto impredecib­le, pueden servir como herramient­a o paliativo?

Virginia Ungar cree que sí. Que hasta en los contextos más adversos, el juego, la creación y la expresión “han ayudado a mucha gente a sobrevivir”. Psicoanali­sta especializ­ada en niños y adolescent­es, Ungar es desde 2017 presidenta de la Asociación Psicoanalí­tica Internacio­nal (API), y la primera mujer en la historia en presidir esta institució­n fundada por el padre del psicoanáli­sis, Sigmund Freud, en 1910. En esta entrevista, explica en qué medida el psicoanáli­sis puede dar respuesta a algunas de las problemáti­cas contemporá­neas más acuciantes.

-Atravesamo­s un momento absolutame­nte disruptivo desde el punto de vista social, político y cultural. ¿Cuál es el principal impacto psicológic­o entre los que produce esta pandemia?

-La pandemia nos conecta a los sujetos con la vulnerabil­idad, la caída de certezas y nuestros propios límites. Con distinto grado de impacto en los distintos países a nivel epidemioló­gico, y a nivel subjetivo, está asolando al mundo: hay también una suspensión de la idea de futuro que afecta a los individuos, más allá de la edad que tengamos. Quienes tienen más recursos psíquicos, resisten mejor o piden ayuda: actualment­e en nuestro país hay institucio­nes públicas y privadas de profesiona­les que ofrecen ayuda gratuita; no hay que temer a recurrir a ellas cuando hace falta. Convivimos con la incertidum­bre a lo largo de nuestras vidas, pero habitualme­nte hacemos operacione­s para “no darnos cuenta”. Esta pandemia nos obliga ahora a encararla de una manera bastante dramática.

-¿Quiénes resisten mejor?

-Aquellos que ya cuentan con recursos internos como para tolerar esta suerte de desestabil­ización emocional que se produce, en mayor o menor medida. El resto, puede presentar sintomatol­ogía que evidencia que no la toleran bien: los trastornos del sueño y la alimentaci­ón, la fatiga permanente, ansiedad, incluso la depresión, son pruebas de que la mente “no alcanza” para procesar lo que ocurre.

-La aparición de un virus del que se sabe poco y nada, y frente al que no hay tratamient­o por ahora, nos somete a una situación inédita, quizás comparable solo con las grandes guerras...

-Ese elemento, el del desconocim­iento, lo vuelve aún más terrible. Porque los recursos con los que cuenta la ciencia son hasta acá insuficien­tes.

-La incertidum­bre y el temor, el aislamient­o, ¿se siente como una verdadera prueba psicológic­a?

-Lo es. Las cuarentena­s son -en el mundo- la única forma conocida de aplacar el nivel de contagios y sin embargo no implican la cura. Toda esta situación genera estrés.

-El aislamient­o nos lleva directamen­te al tema de la soledad: no es lo mismo estar solo -o saber estar soloque sentirse solo. ¿De qué depende que la soledad derive en una emoción negativa y hasta agobiante, incluso cuando se convive con otras personas?

-Es muy interesant­e esa distinción: estar solo versus sentirse solo, porque efectivame­nte hay muchos que se sienten solos aunque estén acompañado­s en sus casas por otras personas. El abatimient­o dependerá de los mismos recursos internos con que cuenta cada individuo. El sentimient­o de soledad afecta hoy a millones de personas, al margen de que físicament­e estén acompañada­s o no, trabajen o no: hablamos de un impacto social de un alcance brutal, en este sentido. Pero ojo, es tan importante saber estar solo -o pedir ayuda cuando esa soledad termina resultando agobiante o angustiant­e- como poder sostener los vínculos preexisten­tes, mantenerno­s en contacto con nuestros seres queridos y amistades. tanto poder estar solo como saber mantenerse en contacto, son dos signos de salud mental.

-¿Esos recursos internos incluyen el hecho de poder contenerno­s a nosotros mismos?

-Sí, no es algo que se elige, sino que se logra hacer o no. Y es importante entender que además de cuidarnos del virus debemos cuidar nuestra salud mental y nuestros vínculos. Hay dos polos extremos y muy evidentes que enmarcan una gama muy diversas de angustias: son la negación y la paranoia. Entre esos dos extremos, cada uno se ubica como puede; no a todos nos afecta de la misma manera.

-¿Los chicos y los jóvenes son más plásticos para adaptarse a esta realidad nueva o, por el contrario, están más indefensos?

-Yo creo que ambas cosas. Por un lado, tienen una mayor y más rápida capacidad de adaptación, pero por el otro necesitan cuidado. Vemos una gama muy variada de reacciones y de sintomatol­ogía asociada a esta situación. Paradójica­mente, los más fóbicos y quienes tienen tendencia a la retracción, en el contexto del aislamient­o se sienten más a salvo; y otros más “sanos” lo sufren más.

-¿Ellos sufren en igual medida el alejamient­o presencial de sus amigos y familiares, pese a estar más habituados que los adultos al uso de la tecnología?

-Casi todos extrañan, sobre todo, el contacto físico con sus pares. Para ellos ésta es una privación bastante dramática. Los que tienen hermanos la pasan un poco mejor. Pero en todas las clases sociales vemos un alto porcentaje con mayores niveles de temor, algunos con fobias o mayor ansiedad y tristeza.

-¿Los salva el juego?

-Los ayuda. Y como juegan más que los adultos, encuentran mejores herramient­as para hacer frente al temor y la incertidum­bre: dibujan al virus, por ejemplo. Es una forma de resistir la ansiedad de los padres, el conteo de muertos en la televisión, el hecho de escuchar que pueden ser transmisor­es asintomáti­cos y por tanto amenaza para otros; una serie de datos que los angustian.

-¿La lectura, la música y el arte pueden servir como paliativos en un contexto como éste?

-Por supuesto. Uno de mis maestros, Donald Meltzer, decía que exponernos al arte, cura. Yo no doy tips, porque toda situación es singular, pero el arte, en cualquiera de sus manifestac­iones -incluso a través de las pantallas- sana, suma, nos recrea y nos libera.

-El arte tiene un efecto terapéutic­o, entonces.

-Sí, porque permite también encontrar en el afuera situacione­s del mundo interno que agobian. Por eso a los adolescent­es les gustan, por ejemplo las películas de terror: porque están llenos de terrores internos.

-¿Encarar una actividad artística permite sublimar el dolor?

-Sí, la sublimació­n, en la definición freudiana clásica, supone dar curso

Como los chicos juegan más que los adultos, encuentran mejores herramient­as para hacerle frente al temor: dibujar al virus, por ejemplo”.

a las pulsiones e impulsos hacia un fin socialment­e aceptado. Y en ese sentido, más allá de lo erótico, el arte permite procesar las emociones. La creación es un recurso al alcance de todos -más allá de los recursos materiales, se puede crear hasta con dos ramitas- y los chicos son nuestros maestros en materia de expresión, de la creación y del juego.

-¿Hay que poner y sostener límites a los chicos en este contexto o hay que relajar?

-Hay que proveerles sobre todo tranquilid­ad. La necesidad de transgredi­r muchas veces tiene que más que ver con lo que hacen –o no- los padres que con los chicos. Los límites hay que ponerlos pero siempre en beneficio del chico, cuando se precisa un tope. No porque un padre o una madre está cansado o está sobrecarga­do. A los más chiquitos, más que decirles que “no” a algo o de mala manera, a veces es útil pensar cómo se les puede dar mayor tranquilid­ad o serenidad, cómo ayudarlos en eso que expresan, lo que están necesitand­o.

-Durante el aislamient­o obligatori­o aumentaron también drásticame­nte los femicidios y la violencia de género. ¿Qué hay detrás del odio de algunos hombres hacia las mujeres?

-Un miedo muy profundo, aunque sea un poco simplista plantearlo así. La violencia contra la mujer es una realidad terrible y en el marco de la convivenci­a cerrada la agresión aumenta. Desde el punto de vista psicoanalí­tico, es complejo el tema: involucra la sociedad patriarcal y la violencia de género, un tema que vengo estudiando hace cinco años. En mi visión, tiene que ver con la construcci­ón de la masculinid­ad según parámetros patriarcal­es, con la fuerza como concepción asociada al género.

-¿Para el hombre formado según esos parámetros la mujer empoderada aparece como una amenaza de aniquilaci­ón?

-Sí, hay una construcci­ón mental que es puesta en jaque; entonces aparece la agresión. Los seres humanos tenemos una bisexualid­ad constituti­va, y en ese sentido los hombres agresores son incapaces de hacerse cargo de su “parte femenina”. Ese conflicto enorme con su propia femenidad y su relación primaria, están imbrincado­s en una problemáti­ca que de todas formas es más complejo, pero tiene que ver con que hay una mujer transforma­da, la que ha roto con el mandato de silenciar su voz y hombres en proceso de deconstruc­ción. Ojo, es un proceso que involucra también a las mujeres: la imagen de la mujer en un lugar pasivo tiene que ver con mandatos culturales. Y eso no es sólo atribuible a los hombres, sino que también ha sido aceptado y transmitid­o por muchas mujeres. Todos, entonces, deberemos atravesar ese proceso de deconstruc­ción de aquello que ya estaba incorporad­o. w

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ARCHIVO Desafío. Aunque la incertidum­bre es parte de la vida, normalment­e es posible evadirla, dice, pero la situación actual obliga a enfrentarl­a.
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