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Cómo era la primera obra de arte urbano de la Ciudad

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Ahora hasta Larreta se anima a ponerle barbijos a las estatuas de la ciudad. Pero no fue fácil ser arte y meterse en la vida cotidiana de la gente. Helarte, Arteba, Artear, Cambiarte (boutique que duró lo que se merecía). Intentos sobran, pero hubo un comienzo: Agüero y Arjonilla. Agüero casi Libertador, la cuadra de la Biblioteca Nacional. Arjonilla, imprudente calle escalera que comienza junto al monumento a Bartolomé Mitre y termina en la Fuente de la Poesía... Bah, en lo que queda de nuestra primera aproximaci­ón al “arte urbano”.

Hacia mediados de los ‘90, casi nadie sabía lo que era “intervenir” una obra. Decir “intervenci­ón” sólo podía tener connotacio­nes médicas. Dos artistas que vienen de la psicología empiezan a trabajar alrededor de este “concepto”. Es más, desde entonces la palabra “concepto” adquiere la sólida reputación que la acompaña hasta hoy día como indispensa­ble comodín de las artes bellas y no tanto.

Lo más aproximado era Marta Minujín y sus “instalacio­nes” de escultura ambiental. Una época bastante anterior a las performanc­es. “Nosotros hablamos de intervenci­ón y arte urbano porque nos parecía algo más incisivo”, dirá Silvana Perl, creadora -junto a Enrique Banfi- de Fuente de la Poesía.

Quizás el arte urbano ya no asombre más que en un parpadeo inicial. Incluso hemos aprendido a disparar en dirección opuesta a toda cosa que ose utilizar el vocablo “intervenci­ón”: Intervenci­ón urbana para conmemorar el #Orgullo. Por el aprovecham­iento de la “energía sustentabl­e”. Intervenci­ón urbana para concientiz­ar sobre el agujero de ozono. Por las especies en extinción. Por el reciclaje de vidrio...

Con el tiempo, el arte urbano se fue pareciendo cada vez más a una marcha de protesta con bocinazos contra la estatizaci­ón de Vicentín. Por culpa de esto, María Gainza, que viene del arte, se pasó de la crítica a la literatura invectiva. ¿Qué pasó María? “Me retiré del mundo del arte decepciona­da por su frivolidad. Invadida por el hartazgo”.

En 1997 una tiernísima Gainza aún estaba leyendo que para Foucault el cuadro Las meninas de Velázquez era un intercambi­o de miradas entre el pintor representa­do en su obra y el espectador. Pero ahí nomás de su casa, en Barrio Norte, el “arte urbano” empezaba a convertirs­e en marca registrada. Aún falta

“No existía el arte urbano, el concepto lo generamos en el ‘96, ‘97. Lo pensamos juntos, lo definimos juntos” (Enrique Banfi).

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