“Detesto la nostalgia, un sentimiento que no deja avanzar”
El notable cineasta y narrador presenta su novela “Turno noche”, que une Misiones, la Patagonia y la Ciudad.
Según contó Edgardo Cozarinsky en varias entrevistas, en 1999 lo internaron por una infección de disco y le diagnosticaron un cáncer. Vivía, todavía, en París, donde se había instalado en 1974 y donde residió hasta principios del siglo XXI (curiosamente, muy pocos de sus textos transcurren en esa, la ciudad más escrita del mundo). En su propio relato, esa internación, y sobre todo la revelación fulminante de que la vida no es infinita, lo empujó a escribir. Algo se destrabó ahí. Hasta entonces era un escritor esporádico, ocasional; había publicado Vudú Urbano, es cierto, un libro de culto que en 1985 llamó la atención de lectores salvajes como Susan Sontag o Guillermo Cabrera Infante, pero luego el cine pasó a ocupar casi todo su tiempo creativo. Tengo que escribir ahora, se dijo: desde entonces, como abducido por ese imperativo privado, publicó uno o dos libros por año, en géneros como novela, cuento y ensayo breve, o en ese género propio que no tiene un nombre preciso y que él llevó a su punto extremo: una mezcla virtuosa de recuerdo, elegancia, erudición, ironía y modestia. Sus textos no hacen alarde, son profundos pero parecen sencillos, y en ese largo goteo hay que mencionar libros como El pase del testigo, Blues, Dark, Los libros y la calle, Museo del chisme, Lejos de dónde y Niño enterrado. Hay más, muchos más: son 22 libros y 21 películas.
Ahora vuelve a las librerías con Turno noche, una novela breve en tres movimientos sobre una mujer que deja Misiones para mudarse a Buenos Aires y modifica, a su modo, la vida de dos hombres, dos periodistas. Los resúmenes de trama son siempre injustos: una novela como esta, apoyada sobre todo en los matices, no se puede condensar en dos o tres líneas argumentales, y sabemos que leemos a los mejores escritores no solo por lo que cuentan sino por cómo lo hacen. La escritura de Cozarinsky, así, tiene el doble deslumbramiento de ser al mismo tiempo muy elocuente y precisa.
Alguna vez se dijo que Sylvia Molloy y Edgardo Cozarinsky son los últimos hijos de la Revista Sur, los que han mantenido encendido el fuego de un tipo de literatura argentina veteada por relámpagos franceses pero también orientales, norteamericanos, ingleses y, en el caso de Cozarinsky, de Europa del Este y de Rusia. Su mapa de obsesiones e intereses es amplio, en cierto sentido inabarcable, pero curiosamente cada libro suyo lo contiene completo, en miniatura. Por eso leer cualquiera de sus trabajos es leer una pieza de ese rompecabezas pero es también leerlo todo. Él dice que toda la vida es un entrecruzamiento con otras vidas, y lo mismo se podría sentenciar de sus libros: en cierto momento del recorrido, ya unos hacen juego con otros, se complementan, incluso se contradicen, en un contrabando interno que llamamos una obra.
-¿Cómo fue la génesis de este libro? ¿Cómo surgió la idea?
-Escribo a partir de una imagen, de una frase oída, de un recuerdo borroneado. Así como la piedrita arrojada al estanque va haciendo círculos cada vez mayores, al poner en palabras ese punto de partida surgen asociaciones. Mi trabajo es encontrar en qué punto esas asociaciones dicen, en contacto, algo nuevo. Así se va estructurando el relato. Nunca escribo a partir de un plan.
-En el libro hay tres historias que se van enhebrando, en un mecanismo, como se suele decir, de relojería ¿Cómo fue el trabajo con la estructura? ¿Escribiste el libro en el orden en que nosotros lo leemos?
-Partí de la imagen de la mujer “fatal”, perdida, recordada, desaparecida, tal vez reconocida mucho después. Y del contraste de las naturalezas más opuestas: Misiones y la Patagonia. En el medio, Buenos Aires como lugar donde se rozan esos extremos. La mujer “fatal” como lazo entre dos hombres, uno de ellos que nunca la conoció. Las lagunas en la historia, como el silencio en el cine sonoro. Lo que no logra averiguar el supuesto detective.
-Como en otros textos tuyos, acá
Buenos Aires, 1939. Es cineasta y escritor. Autor de las novelas (2005), (2010), (2012), (2014) y
(2016), así como de los volúmenes de relatos (1985) -prologado por Susan Sontag y Guillermo Cabrera Infante-,
(2002), (2009), (2006) y
(2017), que recibió el V Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. En su obra literaria destacan los ensayos
(2001),
(2010) y
(2015). (2005),
hay un ida y vuelta entre la vida de pueblo y la de ciudad grande. ¿Qué te interesa de esos dos espacios para hacer ficción?
-En mis primeras ficciones reconozco que me estimulaba lo urbano, las huellas dejadas en las ciudades por la historia, la inmigración, las diásporas. Sobre todo partiendo de Europa. Desde hace un tiempo me atraen más para la ficción otros misterios, los resabios de las culturas originarias que subsisten en los pliegues de un supuesto “progreso”. Dos frases que se repiten en mis libros: “Toda vida está hecha del entrecruzamiento de otras vidas”. “El