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La vida después de la oscuridad

Fueron más de 700 días de lucha tras su accidente. Cómo es el día a día de la mujer con biografía casi de estrella de rock.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

“Toro”. Robertino, su hijo, la llama así. La mira y ve algo más que a su madre. Ve a un toro salvaje ante un paño rojo, que embiste al escollo, que va por la épica. Una fiera “de una fuerza descomunal” que contradice a las leyes de la naturaleza.

El 14 de febrero de 2021, después de una cena en Punta del Este, María del Carmen Raquel Villanueva cayó por las escaleras de su casa. Llegó a pedir auxilio a sus vecinos y una hora después estaba internada en la terapia intensiva del Sanatorio Cantegril. El parte médico se resumía, titilante, en los videograph de los canales: “Riesgo de muerte”.

La muerte, que acechaba en Uruguay ante esa lesión en el cráneo por la que tuvo que someterse a una intervenci­ón quirúrgica, le dio semanas después una tregua, pero la persiguió ocho meses más tarde en Buenos Aires.

En marzo se cumplirán dos años del avión menos deseado, el sanitario, que tomó la dueña de las millas récord. En esa fecha volvió a la Argentina luego de que los médicos indicaran que estaba “lúcida, con claros avances en su recuperaci­ón neurológic­a”. Fue derivada a un centro de rehabilita­ción en zona norte.

En octubre de 2021, en plena recuperaci­ón, debió ser internada en el Hospital Alemán por una hemorragia digestiva. Atravesó una operación y sobrevino entonces una infección intrahospi­talaria. Un nuevo aterrizaje en terapia intensiva reavivó el fantasma: Pata hacía equilibrio en una fina cuerda.

Media decena de quirófanos después, a más de 700 días del nuevo “nacimiento” y 200 del segundo toreo, el día a día de Pata tiene sabor a revancha, a definición por penales ganada.

La dama que sin ser música experiment­ó décadas de rock and roll, cada día recibe a kinesiólog­os en su casa de Recoleta y asiente ante el veredicto de Robertino, ahora su vocero: “Esta es solo una vida más de las otras mil de Pata. Y es la mejor, porque nos decimos ‘Te amo’ 25 veces al día”.

Pata “Bravura”, como coinciden sus amigos en catalogarl­a, llega a este lado de la vida con la piel gruesa, curtida. La regla familiar es estricta: no fotos, no prensa, no charlas sin sus hijos como intermedia­rios.

Desde esa alumna sanisidren­se expulsada del colegio secundario por “arrojar a una monja por la escalera” todo fue un juego de mamushkas: la Pata que negoció y firmó el contrato del Conejo Tarantini a River. La que iba a los partidos del Mundial 78 con careta de oso para no ser reconocida. La que recibía flores de Pelé, que la aplaudía en Castello Vecchio cuando actuaba como jugadora de fútbol mientras cantaba “soy Pata, una gran loca, aunque parezca de París, soy de La Boca”.

Vivió en Solihull, Birmingham (Inglaterra), donde fue amiga de Elton John, a quien le usaba “prestado” el Rolls-royce, y vivió también en Córcega, donde aprendió a atrapar los pulpos que llovían en el umbral de su casa.

Vivió en México, donde después de 15 años lloró su viudez (de Martín Dernt, cuarto marido) hasta que mandó un container con el dolor y los muebles para refundarse en la Argentina. Vivió en Suiza. Vivió mucho, tanto que postales de la mudanza a Toulouse y las noches vestida de hombre y bailando en un boliche gay son apenas un mosaico de ese lienzo multicolor que es su obra mediática.

Militante del escote y de la contradicc­ión, nómade, católica y cabulera, coleccioni­sta de Backgammon y de amigos, cuesta creer que ya no sea la salidora compulsiva necesitada del acto social, de los círculos, el bullicio. Nadie duda de este intervalo, de esta pausa, ese reposo del guerrero para tomar envión y volver a las andanzas a los 71 años.

Hay un libro biográfico avanzado que Pata escribía junto a la nieta de Dalmiro Sáenz cuando el accidente interrumpi­ó sus planes. Compleja tarea la de recopilar una vida de ese calibre en apenas 200 o 300 páginas.

“La libertad sin molestar a nadie es la mejor enseñanza que nos dio”, dice Robertino, 40 años, nacido en Barcelona, segundo hijo de tres que desde hace dos años está dedicado a sostener la recuperaci­ón de “la que se adapta a cualquier circunstan­cia con una sonrisa”.

Tanto él como sus hermanas Agostina Cavallero y Bernardita Tarantini dejaron atrás una pesadilla. Al momento del accidente, en plena pandemia, tuvieron que obtener permisos de Cancillerí­a para poder viajar. Con Uruguay y sus fronteras cerradas, solo se permitía el ingreso a ciudadanos, residentes o a viajeros con motivos excepciona­les. “Llegué como un kamikaze, me mandé al Cantegril y no pude verla”, recuerda Robertino. “Había un 1% de posibilida­des de vida, y me sostuve de ese 1%”.

Hay un desfile permanente de un núcleo amigo por el hogar de Pata. Son visitas silenciosa­s, bajo la orden de no viralizarl­as a la prensa. Esa rubia que podía unir en sus fiestas a Dolores Blaquier con JJ. López ahora * disfruta de la visita calma. “Nada la apura, se recupera lentamente y respetamos sus nuevos tiempos”, cuenta un amigo,

Lo último que escuchó en boca de su madre hace casi medio siglo fue “no te acuestes tarde”. Ese podría ser el perfecto título para el libro de de la mujer que paseaba su belleza por Mau Mau, Afrika, Zodíaco, New York City, Tequila y cuanto local nocturno cool existiese. Pero hasta el accidente, Pata no pudo nunca pudo acostarse temprano.

Antes de su mayoría de edad, la descubrier­on andando en moto, a pura pirueta al borde del río, y le propusiero­n la publicidad de los cigarrillo­s 43/70. Muchos la confundían con la modelo Claudia Sánchez, la cara de L&M.

Hija de un odontólogo y una doctora en Filosofía y Letras y catequista, apenas logró la mayoría de edad le dijo a su madre que se iba a Rosario. La llamó a más de diez mil kilómetros para blanquear: ‘Estoy en Europa’.

El sobrenombr­e se lo puso una abuela que le leía el cuento Patito feo. Esa niñita de cabello oscuro y seis hermanos sentía fascinació­n por aquel personaje “al que dejaban de lado”.

“Apareció como una chica fresca, de San Isidro, con un estilo poco sofisticad­o, natural, fantástica, con una energía muy linda y siempre hizo lo que quiso. Ese fue el secreto de su éxito”, juzga Teté Coustarot, quien durante años compartió el ámbito del modelaje. “Nunca actuó un personaje y las críticas que recibió por su libertad no determinar­on su vida”.

Durar o vivir fue siempre el dilema. Eligió lo segundo. Tal vez porque vio a su hermano, médico, 11 meses mayor, morir a los 49 años. “La vida es como el casino, riesgo, a veces le pegás al 22, a veces perdés toda la plata”.

Chica de tapa recurrente, tenía más publicidad que actividad artística. Tuvo una época de cantante de voz ronca con tres temas propios y otra de vendedora de camisas que ella misma fabricaba. Tuvo un bar (Doña Pata, en Godoy Cruz y Honduras) una agencia de modelos en el sur de Francia. Vendió productos para perros Schnauzer. Fue RR.PP. Posó para Playboy a los 40...

Si Pamela Anderson pudo mostrar con altura el subibaja que fue su vida en la industria y en el amor- un documental de Netflix que brilla por estos días- cómo no pensar en una producción con heavy metal para Pata. “¿Un documental? Puede ser”, deja la puerta abierta Robertino.

Después de cuatro matrimonio­s y cientos de noviazgos, siente que pasó por todos los estados, “amante, novia, esposa y viuda”. Su humor negro encuentra su mejor chiste en la viudez: “Te da la ventaja de saber dónde está tu marido”.

Héctor Cavallero (con quien fue madre de Agostina), “El Conejo” Alberto Tarantini (de la relación nacieron Robertino y Bernardita), David Lebón, Phillipe Junot, Patrick Gille, Carlos Monzón, Marcelo Tinelli, Luciano Castro. Pata nunca escondió sus vínculos, circunstan­ciales o permanente­s. Con algunos logró una relación sólida, otros fueron apenas noches de adrenalina. Del cúmulo de experienci­as sacó en claro que no negocia la libertad. Vuela antes de sentir asfixia.

Pata ya no busca la emoción adrenalíni­ca. Ni tiene intención de reaparecer en los medios. Todo eso es parte del pasado. Su gran refugio es su única nieta, Joaquina, de 11 años (hija de Agostina). Tal vez esta nueva vida de quietud no sea el panorama que imaginó para el futuro. Pero el futuro llegó y tiene forma de recuerdo. No es resignació­n: es el placer de ver esas viejas fotos y comprobar que siempre hizo lo que quiso.

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Vida de película. Antes del accidente, escribía un libro autobiográ­fico sobre ese camino de libertad plagado de aventuras.

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