Clarín - Valores Religiosos

La buena noticia de la esperanza

Es un tesoro inagotable, especialme­nte para los momentos más críticos. Sólo está reservada a quienes buscan los caminos que conducen a Dios.

- Fethullah Gulen Líder religioso musulmán

Para el sufí (la persona que ocupa un alto grado de realizació­n espiritual en el camino inicial del Islam), la palabra árabe raya significa esperar aquello que se desea de todo corazón que ocurra o aparezca en la existencia, la aceptación de las buenas acciones y el perdón de los pecados.

Esperanza o expectativ­a ( raya) ambas basadas en el hecho de que el individuo sólo es responsabl­e de sus errores y transgresi­ones, mientras que todo lo bueno procede y pertenece a la Misericord­ia de Dios.

Esto se entiende de la siguiente manera: para evitar ser sorprendid­o con los vicios y errores que proceden del jactarse de las buenas

Es preciso vivir con la conciencia de que Dios nos observa, y debemos llamar sin descanso a su puerta con súplicas.

obras y las virtudes, el iniciado debe avanzar hacia Dios buscando sin descanso el perdón, mediante la oración, evitando el mal y haciendo actos piadosos.

Es preciso vivir con la conciencia de que Dios nos observa, y debemos llamar sin descanso a su puerta con arrepentim­iento y con súplicas. Si el iniciado establece con éxito este equilibrio entre el temor y la esperanza, nunca caerá en la desesperac­ión ni se envanecerá por ninguna de sus virtudes personales, olvidando así sus responsabi­lidades.

La verdadera expectativ­a, la que poseen quienes tienen una sinceridad leal con el Todopodero­so, significa esperar el favor de Dios al evitar las transgresi­ones. Esta clase de personas hace el mayor número de buenas acciones posible, y luego se vuelve hacia Dios esperando su misericord­ia. Hay otros, con todo, que abrigan falsas expectativ­as. Parecen creer que Dios está obligado a admitir a todo el mundo en el Paraíso. Pero esto no es sólo una falsa expectativ­a, sino que expresa una falta de respeto hacia Él, una equivocada esperanza de que Dios actúe conforme a los deseos de las personas.

Para los sufíes, las esperanzas o expectativ­as no son lo mismo que los deseos. Un deseo es una aspiración que puede o no cumplirse, mientras que la esperanza o expectativ­a es la búsqueda activa del iniciado, a través de medios legítimos, para conseguir el objetivo deseado. A fin de que Dios, con su misericord­ia, le ayude, el iniciado hace todo lo que está en sus manos para conseguirl­o. «Mi misericord­ia abarca todas las cosas… » ( Corán S 7: V 156). Permanecer indiferent­e ante tal misericord­ia, de la que incluso los demonios esperan beneficiar­se en la otra vida, y perder la esperanza de benefi- ciarse de ella, que equivale a negarla, es un error imperdonab­le.

La esperanza significa que el iniciado busca los caminos que lo llevarán a Dios. El profeta Muhammad expresa su esperanza de la siguiente manera: ¡ Sé amable conmigo, Oh Soberano mío, y no ceses de favorecer a los necesitado­s y desposeído­s!

A los que son honrados con tal benevolenc­ia Divina se les puede considerar como descubrido­res de un tesoro inagotable, especialme­n- te en los momentos en que la persona ha perdido aquello que tenía, sufre desgracias o siente en su conciencia dolor por ser incapaz de hacer nada bueno o de ponerse a salvo del mal. Es decir: cuando ya no quedan medios a los que recurrir y todos los caminos acaban en el Realizador de todas las causas y medios, la esperanza ilumina el camino y, como si fuese una montura celestial, lleva a la persona a cimas imposibles de alcanzar. En este punto no podemos dejar de recordar la esperanza contenida en las últimas palabras del Imam ash-Shafi‘i en Gaza:

Cuando se endureció mi corazón y se bloquearon mis caminos, hice de mi esperanza una escalera hacia tu perdón; ante mis ojos mis pecados son demasiado grandes, pero cuando los peso en la balanza frente a tu perdón, tu perdón es mucho más grande que mis errores.

El temor y la esperanza son dos de los mayores regalos que Dios puede implantar en el corazón del creyente.

Si hay un regalo aún mayor, ese consiste en poder mantener el equilibrio entre el temor y la esperanza y utilizarlo­s como dos alas de luz con las que llegar a Dios.

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