Desde hace años jóvenes de la Villa 21-24, de Barracas, practican el cricket. Muchos se capacitaron en escuelas privadas y fueron seleccionados para representar al país en torneos internacionales.
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C ualquier desprevenido que los viera en acción, pegándole con furia a la pequeña pelota con sus bates de madera, podría pensar que fue teletransportado a un suburbio de la India, donde el cricket es pasión de multitudes. O que apareció vaya a saber cómo en el campo de deportes de una barriada de Inglaterra, el país que inventó este deporte, según parece en un tiempo impreciso de la Edad Media. Pero no. Tan increíble como real, el escenario es un rectángulo de tierra en la Villa 21-24 de Barracas. Allí en una de las zonas más castigadas de la ciudad de Buenos Aires, entrenan y corren detrás de sus ilusiones unos treinta adolescentes, de entre 8 y 15 años, que de este modo le sacan el cuerpo a la posibilidad de una existencia malograda por el dinero mal habido o por el uso indiscriminado de drogas letales.
Los chicos integran la plantilla del equipo Caacupé Cricket. Son todos nativos de la villa con mayor extensión y de más población de la Capital Federal. Los empinados índices de drogadicción y de delincuencia convirtieron a la zona en un lugar de extrema peligrosidad. Esta iniciativa del críquet para alejar a los pibes de aquellos riesgos latentes que contaminan las calles, corresponde al famoso sacerdote José María Di Paola, más conocido como el padre Pepe, de los tiempos en que estaba destinado en ese asentamiento porteño.
“El deporte es una escuela de la vida, un canal de los valores”, sabe repetir Di Paola -luchador incansable contra las drogas, sobre todo el paco que tanto proliferó en las villas- cuando expone las convicciones que lo llevaron a poner en mar-