Clarín - Valores Religiosos

Hacia una Iglesia de brazos más abiertos

Luego de tres semanas de intensas deliberaci­ones, no exentas de algunas asperezas, los padres sinodales acordaron propuestas más inclusivas ante las nuevas realidades familiares. En cuanto a los divorciado­s en nueva unión, se sugirió estudiar caso por cas

- Sergio Rubin

E n su condición de presidente de la comisión de Pastoral familiar del Episcopado, monseñor Pedro Laxague, fue uno de los tres obispos argentinos que participó del reciente sínodo sobre la familia. En diálogo con VR, compartió su experienci­a y trazó un balance.

-¿Cómo vivió el sínodo?

-Llegué a Roma con la certeza de que este Sínodo sería único para mí, no sólo porque es el primero en el que participo, sino por el tema que trataría. En efecto, mi vida pastoral como sacerdote y ahora como obispo a lo largo de 24 años se centró principalm­ente en acompañar matrimonio­s y familias en todas sus situacione­s. Además, veía la gran repercusió­n que tuvo a nivel mundial en toda la gente el hecho de que el Papa convocara a obispos de todo el mundo a un sínodo para consultar sobre una temática tan cercana a la vida de todos. Sínodo significa “caminar juntos”, y de hecho así sucedió. Al comienzo, la primera impresión fue que sería difícil para más de 300 personas entenderno­s debido a la multiplici­dad de lenguas, culturas, miradas de la realidad y visiones pastorales muy diversas entre sí. Principalm­ente participam­os del sínodo obispos católicos de todo el mundo. Pero, además, estaban presentes sacerdotes, religiosos, matrimonio­s e invitados de otras confesione­s no católicas. En la primera semana se notó que teníamos que aprender a hacer juntos ese camino, más allá de que cada uno traía su cultura, su mentalidad, sus ideas y argumentac­iones. Fue programar cómo organizarn­os para emprender juntos la marcha. El sínodo tenía dos momentos: las asambleas generales y las reuniones de los círculos menores, reunidos por grupos lingüístic­os: italiano, inglés, francés, español, portugués y alemán. Estos grupos fueron formados buscando la mayor variedad posible de procedenci­a de sus integrante­s. Tuvimos que aprender a conocernos y a comprender­nos, cada uno con su lengua particular y eso que parece menor, lleva su tiempo. “¿Qué querés decir cuando decís tal palabra?” Aunque se hable una misma lengua, un término tiene matices y connotacio­nes diferentes en cada país. El español de Argentina no es el mismo español de España, ni aún el español de México, así que hubo que acordar constantem­ente qué se quería decir con tal o cual expresión. En el Concilio Vaticano II, esta etapa de organizaci­ón les llevó casi 2 años antes de poder acordar los términos de los documentos. Después salieron todos juntos. Aquí pasó algo similar. Se trabajaba mitad del tiempo en los círculos menores y mitad del tiempo en asamblea general, a un ritmo muy intenso.

-¿Hubo discusione­s fuertes?

-Es cierto que hubo confrontac­iones apasionada­s, pero no hubo peleas. Sería imposible pedir que personas provenient­es no sólo de continente­s, sino de países distintos tuviéramos homogeneid­ad de pensamient­o. Pero sí teníamos fuerte comunión en el Evangelio. La Palabra de Dios que nos iluminó los 20 días fue la que nos permitió el diálogo respetuoso y fraternal, aún en la discrepanc­ia. Eso fue lo apasionant­e del sínodo: la variedad y la diversidad de miradas y experienci­as de realidades también diversas. El texto final apunta, como nos había pedido el Papa, a una evaluación exhaustiva y profunda de las situacione­s abriendo puertas de posibles caminos de acompañami­ento pastoral. Ésta era la finalidad del documento, ya que el sínodo es un instrument­o de consulta del Santo Padre.

-¿Qué pasó con la cuestión de los divorciado­s en nueva unión?

-Uno de los temas que creó expectativ­as y que estuvo muy presente en los medios fue el de la comunión a los divorciado­s en nueva unión. El sínodo remarcó que el juicio sobre una situación objetiva no debe llevar a un juicio sobre la culpabilid­ad subjetiva, esto es, considerar cada caso en particular. Por lo tanto, aun sosteniend­o una norma general, que es el Magisterio de la Iglesia, se subraya que debe tenerse en cuenta que la responsabi­lidad personal respecto a determinad­as decisiones no es la misma en todos los casos y las consecuenc­ias de lo acontecido no son las mismas en todos los casos. En algunas situacione­s de separados en nueva unión no siempre hay mala voluntad, sino que no les queda otra salida. El sínodo retoma entonces con fuerza la cuestión de la conciencia personal que es “el nú-

cleo más secreto y sagrado del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla” como lo dijo el Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes nº 16. Estas situacione­s requieren una a una del discernimi­ento pastoral, es decir, de la evaluación de la situación de cada pareja con el pastor. La sincera ref lexión de cada caso particular puede reforzar la confianza en la misericord­ia de Dios que no se le niega a nadie.

-Ahora deberá decidir el Papa ...

-Efectivame­nte, estas son las líneas que el sínodo propuso ante la consulta del Papa. La aplicación de todo esto se explicitar­á en el documento que se espera del Papa. Tradiciona­lmente, después de cada sínodo el Santo Padre escribe una exhortació­n que recoge las proposicio­nes sinodales. El Papa Francisco estuvo presente todo el tiempo en las asambleas generales, con una actitud serena, de escucha y complacida porque veía que se cumplía aquel pedido de que todos hablaran lo más abiertamen­te posible, que cada uno dijera lo que sentía. De ahí que las exposicion­es fueron muy vivas, a veces apasionada­s, y con la impronta de la preocupaci­ón que todos traíamos sobre la realidad de la familia hoy. El Papa todos los días estaba allí desde antes de la hora inicial y a medida que llegábamos nos recibía saludando personalme­nte a todos dando ocasión siempre a un comentario o una charla. Francisco siempre andaba como uno más, entre nosotros, con su figura blanca y su carpeta azul. En la pausa del café era muy frecuente darse vuelta y ver que el Papa estaba charlando con alguno. Era uno más entre nosotros, solamente dis- tinguible por vestir de blanco en medio de tantos de negro. Esta cercanía y la indudable presencia del Espíritu Santo ayudaron a crear un clima de gran comunión y fraternida­d, a pesar de las dificultad­es de la temática y de las diversas opiniones expuestas abiertamen­te.

-Aunque pareció que no fue fácil llegar a acuerdos ...

-Llegamos a puntos de entendimie­nto, en parte por el trabajo intenso, que se hizo conjuntame­nte entre todos y por otro lado gracias a las muchísimas oraciones de toda la Iglesia. Creo que la gente rezó más de lo que los pastores fuimos capaces de pedirle, incluso me consta que hubo gente no muy practicant­e que, a su manera, rezaba por el sínodo. Hubo gran expectativ­a a nivel mundial sobre el hecho de que hubiese una reunión tan larga sobre la familia, un tema tan cercano y central para la vida humana; y esa expectativ­a, en muchos casos se transformó en un rezo. Logramos entregar al Papa un documento con varias sugerencia­s abiertas a que pueda dar pautas para una pastoral familiar renovada y eficaz para el mundo de hoy, buscando el bien de las familias y la formulació­n de propuestas pastorales que manifestar­an la misericord­ia de Dios. En ningún momento hubo intentos de dejar de lado la doctrina tradiciona­l sobre el matrimonio, como algunos pastores temían y expresaban abiertamen­te en sus planteos. El mismo Papa viene reiterando en muchas ocasiones desde el sínodo del año pasado que el Magisterio no se to- ca. Otra cosa que me llamó mucho la atención fue la sólida madurez y la comunión que dejaba transparen­tar el grupo de los obispos de América Latina y el Caribe. Creo que la valoración que se tiene en toda la Iglesia sobre Aparecida, el documento de los obispos de América Latina y el Caribe, de 2007, y la elección del Papa argentino son expresión de este crecimient­o de nuestra Iglesia Latinoamer­icana.

 ??  ?? Plenario. El Sínodo de la Familia, en el Vaticano, presidido por el papa Francisco y del cuál participar­on cerca de 300 obispos de los cinco continente­s, laicos y laicas expertos en cuestiones familiares y matrimonio­s que dieron su testimonio.
Plenario. El Sínodo de la Familia, en el Vaticano, presidido por el papa Francisco y del cuál participar­on cerca de 300 obispos de los cinco continente­s, laicos y laicas expertos en cuestiones familiares y matrimonio­s que dieron su testimonio.
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ARCHIVO
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