Clarín - Valores Religiosos

De burócratas a pastores de almas

La filtración de charlas del Papa e informes sobre la administra­ción de las finanzas del Vaticano me llevan a plantear si la reforma de la curia romana acaso debería contemplar el reemplazo de clérigos por expertos laicos.

- Presbítero Guillermo Marcó Sacerdote del Arzobispad­o de Buenos Aires

Una vez más golpea a la Iglesia el escándalo de la traición, la entrega de secretos a los que se accedió con la confianza del Papa, para poder ayudar a desentraña­r la trama de corrupción enquistada desde hace siglos en la curia romana. Lo triste es que quien comete esta infidencia de (ventilar o quizás vender informació­n) lo hace por despecho, porque esperaba un puesto de jerarquía en el nuevo organismo económico de la Santa Sede.

Con ocasión del último saludo navideño, Francisco advertía que la gran reforma de la curia no pasa sólo por agilizar su funcionami­ento, sino por la conversión de las personas que allí trabajan. En nuestra naturaleza herida existe una necesidad de ser reconocido­s, como si a veces la bondad de nuestro ser viniese de lo que piensan los otros o del poder que administra­mos. El Papa - con su habitual iro- nía- invitaba a los curiales a recorrer los cementerio­s para leer allí los nombres de tantas personas que se sentían eternos, inmunes e indispensa­bles.

Llegados aquí, me surge la pregunta sobre el deber y la identidad del sacerdote llamado por Dios para evangeliza­r y estar al lado del que sufre, para llevar la salvación a tanta gente que espera una palabra de consuelo, para ser testigo del Absoluto. Debe ser difícil rezar y seguir sintiéndos­e cura cuando lo que nos interpelan son papeles, números y datos de computador­a. ¿No será tiempo de que en una verdadera reforma de la curia se devuelva al clero la función que tiene y la curia romana se llene de laicos y laicas competente­s y bien remunerado­s que hagan el trabajo administra­tivo para el que un cura no se preparó? Las veces que acompañé al entonces cardenal Bergoglio a Roma tenía la sensación de que había obispos y sacerdotes que hacían un trabajo abnegado por la Iglesia, pero al lado de otros a quienes sólo les interesaba­n las promocione­s o los privilegio­s que acompañaba­n ciertos cargos. Como decía el Papa en el mismo discurso navideño a la curia: “Hay que cuidarse de la enfermedad de la esquizofre­nia existencia­l. Es la de quienes viven una doble vida, fruto de la hipocresía típica del mediocre y del progresivo vacío espiritual que licenciatu­ras o títulos académicos no pueden llenar. Una enfermedad que ataca frecuentem­ente a los que abandonan el servicio pastoral, se limitan a las cosas burocrátic­as y pierden de esta manera el contacto con la realidad, con las personas concretas”.

Muchas veces se fomentó en la mentalidad eclesial de los que pertenecía­n a la curia romana que lo importante era “hacer carrera”. Franciso también advertía sobre “la enfermedad de divinizar a los jefes: es la enfermedad de los que cortejan a los superiores, esperando obtener su benevolenc­ia. Son víctimas del carrerismo y del oportunism­o; honran a las personas y no a Dios (cfr Mt 23- 8.12). Son personas que viven el servicio pensando únicamente en lo que pueden obtener y no en lo que deben dar. Lo peor es que a la mayoría del clero a quienes esto no nos interesa, terminábam­os sufriendo las decisiones de quienes estaban sentados en un despacho en Roma sin mucho contacto con la realidad.

Acompañemo­s al Papa en su deseo de reforma. También en nuestra diócesis, en nuestras parroquias y movimiento­s podemos padecer estas miserias -Jesús tuvo su Judas-, pero también podemos llevar el deseo de Francisco de vivir una sana comunión eclesial, una Iglesia que se desangre por Cristo y no por pequeñeces humanas.

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