Alegato en favor del matrimonio
La reciente exhortación apostólica sobre la familia no es un catálogo de respuestas ante los fracasos matrimoniales, sino un estímulo a abrazar el amor fiel y permanente. Y un aporte para mejorar su atención espiritual.
La lectura de la exhortación del Papa Francisco sobre el matrimonio y la familia será de gran riqueza para todos. Pero quisiera detenerme en uno de sus aspectos del que los medios no hablaron: la gran preocupación de cómo volver a predicar sobre este proyecto increíble que es formar una familia. Porque el objetivo principal del largo trabajo colegiado que desembocó en el texto papal fue analizar cómo acompañar pastoralmente a los jóvenes para que vivan el ideal del matrimonio y a los matrimonios, para que puedan sostener su proyecto de vida. Es dentro de ese contexto que se abordan los problemas que traen los fracasos de una ruptura conyugal.
En el número 35 dice el Papa: “Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar”. También el Papa en nombre de la Iglesia hace un mea culpa sobre el modo en el que muchas veces hemos presentado nuestras convicciones cristianas.
En el número 40 se refiere al desafío de los jóvenes con respecto al matrimonio: “Aún a riesgo de simplificar, podríamos decir que existe una cultura tal que empuja a muchos jóvenes a no poder formar una familia porque están privados de oportunidades de futuro. Sin embargo, esa misma cultura concede a muchos otros, por el contrario, tantas oportunidades que también ellos se ven disuadidos de formar una familia”.
¿Juntarse o casarse? Un dilema que se les plantea a tantos hoy en día. En algunos países, muchos jóvenes “a menudo son llevados a posponer la boda por problemas de tipo económico, laboral o de estu- dio. A veces por otras razones, como la influencia de las ideologías que desvalorizan el matrimonio y la familia, la experiencia del fracaso de otras parejas a la cual ellos no quieren exponerse, el miedo hacia algo que consideran demasiado grande y sagrado, las oportunidades sociales y las ventajas económicas derivadas de la convivencia, una concepción puramente emocional y romántica del amor, el miedo de perder su libertad e independencia, el rechazo de todo lo que es concebido como institucional y burocrático “.
El planteo nos desafía: “Necesitamos – dice– encontrar las palabras, motivaciones y testimonios que nos ayuden a tocar las fibras más íntimas de los jóvenes, allí donde son más capaces de generosidad, de compromiso, de amor e incluso de heroísmo, para invitarles a aceptar con entusiasmo y valentía el desafío del matrimonio”.
Esta exhortación da numerosos textos para reflexionar y trabajar. El es consciente de que posiblemente no deje contentos a los que esperaban grandes y arriesgados cambios de doctrina (cosa que sostuve desde un principio que no iba a pasar). Lo que busca es volver a proponer la belleza de un ideal evangélico: “el matrimonio indisoluble”, sin desconocer las dificultades e invitándonos a usar la creatividad pastoral para acompañar las situaciones dolorosas y difíciles.
“Con íntimo gozo y profunda consolación, la Iglesia mira a las familias fieles a las enseñanzas del Evangelio, agradeciéndoles el testimonio que dan y alentándolas. Gracias a ellas se hace creíble la belleza del matrimonio indisoluble y fiel para siempre.”
Es muy reduccionista presentar este documento como unas cuantas soluciones para los que fracasan, cuando lo que se propuso es todo lo contrario: entusiasmar en el amor fiel y permanente.