Clarín - Valores Religiosos

La actualidad del testimonio de Brochero

El cura cordobés buscó denodadame­nte unir los extremos sociales de su tiempo, acercando a sus amigos liberales con el pueblo y tendiendo un puente entre dos modelos de país. Su clave: la promoción ética y religiosa.

- Mario Oscar Llanos * Sacerdote salesiano

El Cura Brochero está despertand­o gran interés a nivel mundial. Francisco se apresta este domingo a pro

clamarlo santo y su fama, como es lógico, se extiende sin cesar.

Nació en Carreta Quemada, Santa Rosa de Río Primero (Córdoba), el 16 de marzo de 1840. Riéndose de sí mismo, cuenta que ese día era lindo y de buen parecer, pero al día siguiente, mientras lo llevaban a bautizar, la yegua en que iban resbaló y, cayendo al barro, quedó morocho y menos agraciado.

A los 16 años sintió el deseo de hacerse cura y entró al seminario. Muchacho de campo, humilde y

generoso, se convirtió en un modelo en la universida­d jesuita, foco de cultura y evangeliza­ción en la Docta. Conquistó a los demás estudiante­s por simpatía y servicio. Hablaba poco y asimilaba todo. Fue compañero de personajes que tendrían roles decisivos: Tristán Achával Rodríguez (dos veces presidente de la Cámara de Diputados de la Nación); Miguel Angel Juárez Celman (diputado provincial, gobernador de Córdoba y presidente de la Nación); Miguel M. de Jesús Nougués ( gobernador de Tucu- mán, senador nacional y presidente interino de la Nación). Ellos lo querían y ayudaban, pero tal vez por el chiste de la yegua, lo llamaban, afectuosam­ente, El Negro.

Jesuitas y domínicos influyen en su formación. Los primeros, que vuelven por segunda vez a Córdoba ( 1859) después de su expulsión (1767), con su predicació­n y compromiso, le aseguraron un desarrollo jamás imaginado. El joven seminarist­a Brochero encuentra con ellos la clave de su transforma­ción: los ejercicios espiritual­es de San Ignacio. Allí le enseñaron a ser “doctrinero”, hoy “catequista”. De los domínicos aprendió predicació­n y testimonio, y se hizo miembro de la Tercera Orden Dominicana. Después seguiría la estela opuesta a una Iglesia sometida al patronato del gobierno, a favor de una Iglesia libre y evangélica.

En 1866 fue ordenado sacerdote. Trabajó como teniente- cura en la catedral. En 1867, ya prefecto de los estudios del seminario, cuidó con esmero a los afectados por una epidemia de cólera, y se recibió de maestro de Filosofía en noviembre de 1869. Seis días después, el obispo Ramírez de Arellano lo nombra párroco de San Alberto, con sede en San Pedro (Córdoba.).

Era un territorio extenso, accidentad­o e incomunica­do. En esas soledades aprendían a convivir

criollos y mestizos que, en pugna por los límites provincial­es como ejércitos de los caudillos, devenían en tropas de gauchos errantes con dificultad­es judiciales y económicas. Más de 200 km2, tierra difícil, la zona tenía infinitas necesidade­s estructura­les, culturales y espiri

tuales. En el departamen­to de San Alberto, corazón serrano cordobés, en 32 años de acción, Brochero se convertirá en uno de los más importante­s civilizado­res y evangeliza­dores de América.

Conocido como el “Cura Gaucho”, su identidad sacerdotal se une a lo más positivo del gaucho: bondad, ref lexión y aguante, servicio y respuestas concretas, relación cercana y disponibil­idad, sinónimos de la mejor cultura serrana. Brochero decía que “podía atravesar su territorio con los ojos vendados”. Nadie conocía esos senderos de sol y piedra como él, porque deseaba fundir pastoral y bien

común. Por ello es un ícono, que refiere el empeño titánico por el mejoramien­to social. Son innumerabl­es sus obras públicas con y para la gente, colaborand­o y sustituyen­do al gobierno, entre ellas:

– Caminos mulares y carreteros: más de 200 km construido­s y reparados con su gente.

–El ferrocarri­l, ley 4267 (1903), línea Villa Dolores-Soto; no se concretó por maniobras políticas.

–La delimitaci­ón de las tierras, dando sentido de pertenenci­a y unidad.

–Los primeros canales y acueductos para distribuir el agua.

–La Casa de Ejercicios, clave para la transforma­ción social.

–La Escuela de Niñas, realizada con su gente y dirigida generosame­nte por las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús.

–El correo a caballo, el telégrafo, el banco, el criadero de peces, la comerciali­zación de productos.

–El servicio periodísti­co para la informació­n y la promoción.

–La defensa de la dignidad humana (presos y marginados).

¿Cómo pudo hacer Brochero estas obras? El explicó así su secreto en un congreso catequísti­co:

“Sencillame­nte: enseñando y dando ejercicios espiritual­es, lo uno a los niños y lo otro a los pa- dres de los niños. Pueden hacer la prueba. [ ...] Yo creo, salvo la opinión de ustedes –aunque la experienci­a me aconseja dar más fe a la mía– que eso es lo que conviene hacer en todas partes ... ‘ubique terrarum: enseñar la doctrina y dar ejercicios a todo el mundo’”.

Catequesis y ejercicios tienen para él una enorme trascenden­cia pedagógica y social. La educación de la fe, con un lenguaje gaucho y popular, se inserta y es capaz de “crear” cultura y regenerar el orden social. A ese secreto hay que sumar su constante actitud de abnegación que lo llevó a contagiars­e de lepra de un enfermo que no quiso dejar de visitar y atender. Y que murió en El Tránsito (Cura Brochero) el 26 de enero de 1914.

Muchos milagros sociales en vida y personales después de muerto hizo Brochero, pero, entre todos

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A lomo de mula. Así recorría las sierras cordobesas el Cura Brochero para llevar su mensaje religioso, as sistir a los lugareños y promover el desarrollo de una zona por entonces postergada.
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