Los argentinos y Francisco
La historia del vínculo de sus compatriotas con el pontífice es cambiante: desde el enorme fervor inicial a las numerosas críticas por el modo de vincularse con su país. En el fondo, nos cuesta verlo en su dimensión mundial.
L a mayoría de los jóvenes que participan de la Pastoral Universitaria son del interior del país. Venir a estudiar a Buenos Aires es una etapa
de sus vidas. Al principio extrañan a sus familias, a los amigos que dejaron y las costumbres tranquilas de su pueblo. Buenos Aires les resulta hostil, grande y anónima. Después de un tiempo se adaptan, le toman el gusto a vivir solos, a comer lo que quieren y cuando quieren, a no tener quien los persiga para que laven los platos y ordenen la ropa ... Consiguen nuevos amigos, su horizonte se amplía con el estudio y otras maneras de vivir, y descubren que el mundo del pueblo era un tanto limitado.
Cuando vuelven a casa empiezan a percibir una cierta incomodidad: discuten porque ahora piensan diferente, no quieren sentirse los “nenes de mamá” y, al final, muchos no ven la hora de volver. Los que se quedaron en el pueblo los siguen mirando como lo que fueron: hijos de familias del pueblo y vecinos. Pero lo cierto es que la realidad los hizo cambiar.
Si bien todas las comparaciones tienen sus limitaciones el cuadro precedente me parece comparable a la situación de Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco, y el pueblo argentino. A los 77 años este argentino y porteño se sentía muy de acá. Varias veces en sus años como obispo me contó que tuvo distintos ofrecimientos para ocupar puestos importantes en la Santa Sede e invariablemente me decía: “Si me tengo que ir allá me muero”.
Como Dios tiene sus caminos, lo hizo quedar de prepo en el último viaje. Todos lloramos ese día. “El Papa es uno de acá ...” “Yo lo conocí ...” “Yo lo vi….” “Me lo cruce en el subte …” Todo el mundo desempolvó fotos y recuerdos con aquel Jorge a quien poca gente bus- caba en la Catedral. Después empezaron las “peregrinaciones” a Roma. Los que lo detestaban ahora lo amaban con fervor. Todos enloquecieron con llamados y mails pidiendo estar cerca de él en Roma para tener una foto. Ahora son muchos los que no lo quieren nada y hablan pestes de su persona.
Claro que tres años de papado lo cambiaron. Ya no llama por teléfono a la señora que le escribió una carta; llegaron tantas que se dio cuenta de que era imposible responder personalmente. También suprimió el lugar en la plaza de San Pedro donde saludaba a los argentinos, que terminó siendo un sitio donde nuestros compatriotas se aplastaban como a la salida de la cancha para tener la foto con él. Se tornó inmanejable. Me consta que quiere venir a la
Argentina. En septiembre estuve hablándolo con él en Roma. No encuentra lugar en su agenda para
venir el año próximo ni le parece adecuado hacerlo porque es un año electoral. No quiere que se lo culpe de parcialidad o ser usado por los políticos de un lado o del otro. Además, a fines de 2017, también habrá un proceso electoral en Chile, país que incluirá su gira.
Cada año tengo la ocasión de una larga charla con Francisco. Aprovecho para escucharlo y veo cuán
to creció como hombre de Dios. Y como estadista comprometido con la causa de la paz en el mundo. Curiosamente, me habla poco de la Argentina. Cuando venga seremos capaces de percibir el cambio. El ahora es para el mundo entero. Pero sus compatriotas no lo vemos así: lo tildamos de peronista, estamos pendientes de sus fotos con argentinos, etc., etc., etc. En fin, no lo vemos en su real
dimensión. Seguimos mirando con el prisma miope y pequeño de los que se quedaron en el pueblo.