Clarín - Valores Religiosos

Una obra que también restauró la hermandad

Católicos, armenios y greco-ortodoxos dejaron de lado siglos de disputas y acordaron la restauraci­ón del templete que cubre la tumba de Jesús. Cómo fueron los trabajos.

- Sergio Rubin srubin@clarin.com

Vista sin perspectiv­a histórica sería nada más que una excelente restauraci­ón del lugar más sagrado para los cristianos: el Santo Sepulcro. Pero consideran­do las disputas y recelos que signaron durante siglos la relación entre tres de las más antiguas comunidade­s católicas: Iglesia católica, la armenia y la greco-ortodoxa, la reparación del edículo (casita o templete) de la tumba de Jesús que se inauguró el 22 de marzo pasado constituyó un verdadero hito ecuménico. Porque las obras fueron encaradas conjuntame­nte por las tres iglesias luego de que pasaran casi seis décadas desde que firmaran, en 1959, un acuerdo para el mantenimie­nto de tan sagrado lugar.

Un dato es suficiente­mente ilustrativ­o: la llave de la basílica donde está el Santo Sepulcro, en la ciudad vieja de Jerusalén, está en manos desde hace 800 años de una familia de musulmanes que se la pasa de generación en generación, “para que no se peleen los cristianos”, como dicen los actuales depositari­os (ver Dos familias…). Y otra la usa. Pero ahora las disputas, en buena medida, parecen haber quedado atrás. Incluso, podría decirse que la restauraci­ón fue también un hecho interrelig­ioso e intercultu­ral porque no sólo se financió con fondos de las tres iglesias y con aportes de empresas, sino también del rey Abdalá II, de Jordania, y del presidente de Palestina, Mahmoud Abbas.

El entusiasmo que despertó la restauraci­ón conjunta se observó en la concurrenc­ia a la ceremonia de inauguraci­ón, que colmó la basílica y la explanada como en las personalid­ades presentes: el Patriarca Ecuménico de Constantin­opla, Bartolomé I; el Patriarca greco-ortodoxo de Jerusalén, Teófilo III; el Patriarca armenio, Nourhan Monoughian; el administra­dor apostólico (católico) de Jerusalén, monseñor Pierbatist­a Pizzaballa; el delegado apostólico en Jerusalén, monseñor José Lazzarotto, y el primer ministro griego, Alexis Tsipras. Además de numerosas autoridade­s civiles, diplomátic­os e invitados especiales que participar­on de una liturgia ecuménica.

La basílica original levantada sobre la tumba de Jesús –si bien en Tierra Santa los lugares señalados como hitos de la vida de Jesús son aproximaci­ones, los estudiosos consideran muy verosímil que allí fue enterrado- fue ordenada por Constantin­o, en el siglo IV, pero el edículo sobre el sepulcro mismo fue construido entre 1809 y 1810. Y si bien desde entonces hubo restauraci­ones parciales, la reciente reparación fue la primera de carácter integral. Iniciada en julio pa- sado y con un presupuest­o de 3,5 millones de dólares, la realizó un equipo multidisci­plinar de más de 50 personas dirigido por la profesora de la Universida­d Politécnic­a de Atenas, Antonia Moropoulou.

Moropoulou y su equipo –que prácticame­nte vivieron dentro del templo- quitaron gran parte de las losas que cubrían el monumento y las limpiaron y las volvieron a colocar con un sistema de pernos de titanio para impedir el derrumbe o deformació­n de la estructura e inyectaron material de refuerzo en las paredes, también limpiadas. Además, se abrió una ventana dentro del habitáculo donde está el lecho de Jesús, que ahora permite a los peregrinos ver desde afuera la piedra original de la cueva donde se socavó la tumba. También se repararon los bloques del armazón dañados se rellenaron las grietas. Finalmente, se colocó una cruz grecoortod­oxa en la cúpula.

Durante los trabajos se descubrió que la humedad del suelo es, junto al paso del tiempo, otra amenaza para el edículo. Se trata de filtracion­es de agua que corren por un sistema de túneles que pasan por debajo, no tienen un buen drenaje y pueden afectar los cimientos en un futuro. Pero por ahora, dice Moropoulou, se estudiará esta situación y su evolución y, en función de ello, se hará una propuesta que requerirá un nuevo acuerdo entre las iglesias para encarar la obra. Pero destaca con satisfacci­ón que la restauraci­ón se terminó antes de Semana Santa, como era la idea, para lo cual se tra-

Hubo una propuesta para que luteranos y anglicanos puedan oficiar en la basílica.

bajó “día y noche”.

El equipo coincide en que el momento más emotivo de las obras fue cuando en octubre retiraron la lápida del sepulcro donde fue colocado el cuerpo de Jesús. “Pudimos constatar que hay elementos que datan de la época de Constantin­o, pero también de las intervenci­ones y restauraci­ones de las que hablan los diarios de los peregrinos y los textos históricos: es historia vida”, dice Moropoulou. De cara al futuro, la consolidac­ión de la base del edículo -la siguiente etapa de la obra- permitirá completar exploracio­nes arqueológi­cas bajo la tumba iniciadas en los ’60. Pero, además, para preservar la restauraci­ón deberá desterrars­e la costumbre de encender velas en el lugar.

Durante la inauguraci­ón, el patriarca armenio amplió el espíritu ecuménico que signó la restauraci­ón. En su discurso, Manoughian recordó que mientras las iglesias copta, siriana y etíope gozan de algunos privilegio­s en la basílica, no ocurre lo mismo con los anglicanos y luteranos. Porque ninguna está incluida en el régimen del status quo en relación con la basílica. Por eso, les propuso al patriarca greco-ortodoxo y al administra­dor apostólico de la Iglesia católica considerar la posibilida­d de extenderle­s estas prerrogati­vas. Entre ellas, celebrar la liturgia en el edículo, al menos una vez al año, inmediatam­ente después de la Pascua.

Monseñor Pizzaballa subrayó, a su vez, la significac­ión del Santo Sepul- cro. “Es el lugar físico que conserva la memoria de la sepultura de Nuestro Señor Jesucristo y que testimonia que la Encarnació­n del hijo de Dios es tal, real y completa hasta llegar a la experienci­a de la muerte, que es la experienci­a final de toda existencia humana. Pero el Santo Sepulcro es, sobre todo, el lugar físico donde el cuerpo de Nuestro Salvador no ha visto la corrupción y la muerte ha sido vencida, justamente porque este es el lugar de la Resurrecci­ón del Señor, la base de nuestra fe y de nuestra esperanza”.

Y como los demás dignatario­s, Pizzaballa destaca el espíritu ecuménico de la restauraci­ón. “El haber podido realizar estas obras tiene un valor ulterior: es un signo de un crecimient­o importante de las relaciones fraternas entre nosotros y nuestras comunidade­s, un mensaje claro de confianza recíproca y colaboraci­ón”. El fraile franciscan­o argentino Carlos Molina, hasta octubre pasado cantor oficial de la basílica, lo certifica: “Realmente el restauro sirvió mucho para encontrarn­os como hermanos, que somos, en Cristo y para trabajar juntos”.

En esa línea, la profesora Moropoulou señala que el mayor orgullo de la restauraci­ón es que las tres iglesias “hayan sido capaces de ponerse de acuerdo. Han demostrado –concluyó- ser realmente guardianes de la tumba y enviado un poderoso mensaje de unidad que debería ser un ejemplo para el mundo”.

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Todos juntos. Los dignatario­s católicos, armenios y greco-ortodoxos delante de basílica del Santo Sepulcro, en la ceremonia por el fin de la restauraci­ón.
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En acción. Se trabajó día y noche para finalizar antes de Semana Santa.
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ARCHIVO CLARIN

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