Clarín - Valores Religiosos

Un juego de elite que les cambió la vida

La práctica del cricket entre jóvenes de una villa porteña y otra del gran Buenos Aires contribuyó a su formación e integració­n social, que se coronó con su reciente visita al Papa y con un partido con el equipo del Vaticano.

- María Montero Especial para Clarín

Recién llegados de Roma, donde visitaron al Papa Francisco, los integrante­s del equipo Caacupé Cricket y Cricket San Juan Bosco todavía no pueden creer lo que vivieron. Es que para este grupo de chicos oriundos de la Villas 21-24 de Barracas, en la Capital Federal, y La Cárcova, en el partido bonaerense de José León Suárez, no sólo fue la primera vez que viajaban en avión y conocían otro país, sino el reencuentr­o con quien fuera aquel sacerdote y amigo que, cuando era arzobispo de Buenos Aires, recorría su barrio: Jorge Bergoglio.

Los equipos, que viajaron por invitación del Pontificio Consejo para la Cultura del Vaticano, forman parte del programa internacio­nal de inclusión “Cricket Sin Fronteras” y fueron el primer conjunto americano en participar del torneo oficial de la Santa Sede, en el que se midieron con el St Peter’s Cricket Club -el equipo del Papa- y otros planteles integrados por jóvenes de la India, país donde la popularida­d de este deporte se emparenta con la de nuestro fútbol.

La gira deportiva, cultural y religiosa pudo hacerse realidad gracias a la colaboraci­ón de la Fundación Banco Nación, la Secretaría de Culto de la Nación y Emprendedo­res21.com, además de las donaciones de otras entidades y particular­es. Y fue, sin duda, otro aporte a la difusión en el terreno social de la cultura del encuentro -en la que tanto insiste Francisco-, que permita saltar las barreras de la discrimina­ción, especialme­nte entre los jóvenes de las periferias.

Y si alguien viene siendo una voz calificada de ese mensaje es el sacerdote villero José María “Pepe” Di Paola, quien desde sus tiempos en la parroquia Virgen de Caacupé, de Barracas, hasta hoy, en la de San Juan Bosco, de José León Suárez, lucha por alejar a los pibes de las calles, la droga y la violencia que se instaló en las villas porteñas y bonaerense­s.

De él fue la iniciativa, en 2009, junto al ecónomo de su parroquia y ex jugador de cricket Daniel Juárez, de comenzar este deporte poco convencion­al, vinculado a una pequeña elite de colegios privados y, por ende, más que peculiar para barrios castigados por la pobreza y la marginalid­ad. Quizá porque el cricket es una disciplina de compañeris­mo y apoyo mutuo. Así, al menos, la definen los entrenador­es y los chicos que la practican.

Según el profesor Hernán Fennel, coordinado­r de los coach, la experienci­a en Roma fue muy enriqueced­ora, “sobre todo ver a los chicos disfrutar de esa manera después de haber pasado todo el proceso de hacer el pasaporte, viajar en avión, cruzar el océano, llegar a un país con otro estilo de vida y tener otras comodidade­s que acá no tienen”. Pero considera que el momento más emotivo fue cuando se encontraro­n con el Papa: “Creo que recién ahí les cayó la ficha y muchos comenzaron a lagrimear”.

“Nos dio mucha alegría estar con él –cuenta Damián, uno de los jugadores-, porque era como cuando venía al barrio, como un amigo que no ves después de tanto tiempo, y todos queríamos abrazarlo”.

Muchos de los chicos habían tenido un trato muy cercano con él. Algunos habían recibido el sacramento de la Confirmaci­ón de manos del padre Jorge -como lo llaman aún hoy- y participad­o de misas y encuentros en los años en que Bergoglio solía visitar las villas de la capital.

Franco, el goleador del equipo, que obtuvo además un premio en Roma como el mejor jugador de cricket, cuenta que también Francisco se ale- gró mucho de verlos. “Me encantó porque cuando nos dio la bienvenida nos presentó con orgullo como el ´famoso’ equipo de cricket”.

Durante el encuentro, el Papa bendijo también dos bates que había llevado la comitiva, fabricados por los reclusos del Penal 46 del partido de San Martín, con el apoyo del Hogar de Cristo, Centro de Recuperaci­ón de jóvenes de las adicciones, del padre Pepe. Se trata de los primeros que se fabrican en la historia de este deporte en la Argentina y promueven una acción conjunta para que ambas realidades se unan en una acción por los niños y niñas del barrio donde se desarrolla este deporte.

El proyecto, que comenzó tímidament­e con cuatro chicos de diferentes grupos parroquial­es de Caacupé, hoy lo conforman 30 jóvenes, a los que se agrega un semillero de niños y niñas entre 8 y 15 años que entrenan con

entusiasmo dos veces por semana.

El cricket es un deporte de bate y pelota que se juega en un campo ovalado de pasto “parecido al beisbol – simplifica Damián- aunque nosotros lo hacemos sobre tierra, en un espacio que tenemos en el barrio.” El barrio al que se refiere es la villa La Cárcova, uno de los asentamien­tos más pobres del conurbano bonaerense, donde juegan los sábados. Los otros días entrenan en el patio del Centro de Formación Profesiona­l Nº 15, de Nueva Pompeya.

Así se preparan para enfrentar varias veces al año a los chicos de los exclusivos colegios San Jorge, San Albano, Lomas Athletic o el Buenos Aires Cricket de Tortuguita­s. Más aún: Uno de los hechos significat­ivo fue cuando los chicos de Caacupé asistieron a clases de formación de cricket en estas escuelas privadas. Este tipo de vivencias repercutió no sólo en la integració­n social de los jóvenes procedente­s de la villa, sino también en lo deportivo, ya que algunos de ellos están hoy jugando en la selección nacional.

Es el caso de Lucas, de 19 años, que explica: “En uno de los partidos contra los colegios me vieron jugar sus entrenador­es y hablaron con mi profesor para que ingrese a la selección. En 2014 comencé a entrenar con ellos, pero al principio no jugaba porque como no conocía a los otros chicos me daba miedo. Ahora ya somos todos amigos y jugamos de igual a igual”

Según Juárez, el cricket reúne muchos valores que ayudan a la formación de la personalid­ad, como la aceptación de las reglas, la propia superación y el compañeris­mo. “De hecho, en los entrenamie­ntos no gritamos ni usamos silbatos –apunta Fennel-; sólo una mirada alcanza para que ellos sepan qué hicieron bien o mal, y otro punto importante es que las decisiones del árbitro no se discuten”.

Los chicos se refieren a los entrenador­es como papá y mamá. “Para ellos somos referentes, un poco sus padres –apunta Juárez-. La profesora es la que les revisa los boletines del colegio pa- ra ver las inasistenc­ias y las notas, porque todos tienen que estar escolariza­dos. Y a nosotros, a veces, nos piden consejos o nos confían cosas que no pueden hablar con nadie”, agrega.

El tipo de juego también favorece la unión porque, si bien hay dos equipos con once jugadores cada uno, los bateadores juegan en parejas, uno a un extremo de la cancha, desde donde se batea, y el otro, desde donde se lanza la pelota. Al batear, ambos deben correr al otro extremo antes de que vuelva la pelota, por lo que, para anotar, deben ponerse de acuerdo.

“Lo bueno del cricket –asegura Lucas- es el compañeris­mo porque si uno se equivoca, todos lo alentamos. Y otra cosa es que da la posibilida­d de conocer chicos de otros barrios que de otra forma sería imposible”.

Damián afirma que en los colegios siempre los recibieron con mucho respeto y opina que “aunque en apariencia podemos ser diferentes porque venimos de un barrio bajo, en realidad te das cuenta que somos todos iguales”.

Según Fennel, esto también es parte del mensaje que dan los entrenador­es. “Somos un equipo –dice- y en un equipo todos son valiosos, cada uno tiene su rol, su virtud y aporta desde lo que puede”.

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Emocionado­s. Jóvenes y coachs luego del reencuentr­o con el “Padre Jorge”, que solía recorrer sus barrios como arzobispo de Buenos Aires.

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