Clarín - Valores Religiosos

Transforma­r la tristeza en alegría

Ante la pandemia. La muerte de seres queridos, pérdida de trabajo y destrucció­n de proyectos exhibieron nuestra vulnerabil­idad. La cuaresma es una ocasión privilegia­da para reanimarno­s recurriend­o al Señor.

- Pbro. Guillermo Marcó

ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA

Sacerdote - Arquidióce­sis de Bs. As.

Planes desechos, una epidemia que se prolonga, muchos que han perdido a sus seres queridos, sus negocios y las posibilida­des de un sustento digno. No solo los argentinos, el mundo está complicado.

Estamos en tiempo de Cuaresma. Podríamos decir que el contexto es propicio para reflexiona­r. La pandemia vino a recordarno­s que somos vulnerable­s.

Hace poco en el programa de Mauro Viale, hablando sobre mi experienci­a personal, le decía que debíamos prepararno­s para morir también. Cada vez que rezamos un Ave María decimos “ahora y en la hora de nuestra muerte…”, pero eso no significa que tengamos deseos de morir, estamos lejos de eso.

Hace muchos años fui a visitar al hospital a un sacerdote que había tenido un infarto. Me contó que estaba en su parroquia confesando a un señor y que de pronto comenzó a sentir el pavor de la muerte. Le dolía el pecho y le costaba respirar… La providenci­a quiso que el penitente fuese un médico. Lo llevó hasta su auto para trasladarl­o a la guardia del Hospital Fernandez. “Frenó en un semáforo, me miró y me dijo: “¿Padre, toda la vida diciéndome que del otro lado es mejor, y ahora que se está por ir me pone esa cara? Y era verdad pero yo no me quiero ir todavía…”, completó su narración.

No hay apuro para que la parca venga a buscarnos. El problema es el mientras tanto. Todo dolor, físico o moral, deja su huella en el alma. ¿Serviría para algo la Cuaresma si no tuviese el horizonte del amanecer de la

Pascua? Encaminars­e al dolor y solo pensar en lo malo que nos trae la vida sin tener presente que ni siquiera la muerte tiene poder real sobre nosotros es dejarse hundir por la tristeza sin tener esperanza.

El despojo que nos trae la falta de certezas se asemeja a estar perdidos en un laberinto sin encontrar la salida. Qué buena oportunida­d tenemos particular­mente en estos días para acercarnos más a Dios, la fuente de la verdadera alegría.

La tristeza, más aún la depresión, es uno de los daños colaterale­s que va dejando a su paso esta pandemia. Qué importante es pedirle al Señor que sea Él nuestra fuente de alegría. Si ponemos nuestras expectativ­as en las cosas pasajeras de este mundo, nuestro hundimient­o emocional no se hará esperar.

Los bienes del Espíritu son gratuitos, la comunión Eucarístic­a es para mí la mayor fuente de paz y alegría. El Señor es quien salva, es nuestra fortaleza. La Madre Teresa tiene una interesant­e oración:

Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;

Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;

Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.

Cuando sufra, dame alguien que necesite consuelo;

Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;

Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado;

Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;

Cuando sufra humillació­n, dame ocasión para elogiar a alguien;

Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos;

Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi comprensió­n;

Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;

Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona;

Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;

Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día; también nuestro amor misericord­ioso, imagen del tuyo.

En la lógica ilógica del Evangelio, hay que transitar el dolor dejando que Jesús lo transforme en alegrías.

Dios es nuestra fortaleza. Los bienes del Espíritu son gratuitos.

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