Clarín - Valores Religiosos

“Jesús siempre perdona y olvida porque tiene mala memoria”

Por ser un ejemplo de confesor, el Papa Francisco lo creó días pasados cardenal. Con 96 años y 72 de sacerdote, tuvo cuatro hermanos y cuatro hermanas, todos sacerdotes y monjas.

- Sergio Rubín srubin@clarin.com

En el populoso santuario porteño de Nuestra Señora de Pompeya, a la mañana y a la tarde, siempre hay gente esperando en una actitud reflexiva. Hombres, mujeres, jóvenes, ancianos. Están aguardando confesarse con el padre Luis, un fraile capuchino que se acerca a los 97 años y a los 72 de sacerdote. Nacido en Federación, Entre Ríos, de una familia rural -“me críe a campo abierto”, suele decir- numerosa: eran diez hermanos -uno murió de pequeño-, que tuvo la singularid­ad de que los cinco varones abrazaron el sacerdocio y las cuatro mujeres fueron monjas.

Huérfanos de padre cuando eran muy chicos-, de todos ellos sólo sobrevive Luis, que -como el resto- recibió la fe de su madre que andaba por el campo rezando con su Rosario. De niño ayudaba misa y, agradados por el esmero que ponía, unos frailes capuchinos que fueron desde la vecina ciudad Concordia a ayudar al párroco le preguntaro­n si quería ser sacerdote. Entró al seminario menor a los 12 años y a los 18, al mayor.

Con los años fue adquiriend­o fama de ser un “gran perdonador”. De hecho, el entonces cardenal Jorge Bergoglio, siendo arzobispo de Buenos Aires, iba al santuario a confesarse con él. Llegó a vivir diez días con Francisco en Santa Marta. Por ser un gran administra­dor de la misericord­ia de Dios el Papa lo creó recienteme­nte cardenal, aunque por superar los 80 años no podrá participar de la elección de un pontífice.

-¿Es cierto que cuando un allegado le comentó que había escuchado que el Papa lo iba a crear cardenal usted no le creyó?

-Si, pensé que era una broma. Cuando lo leí en la página del Vatican News (el sitio oficial de noticias del Vaticano) me angustié y me puse a llorar. Es que no soy una persona de ciencia, ni de santidad, ni de nada, sino criado entre animales porque nací y crecí, aprendí a sufrir y a ser muy pobre, y me fortalecí en medio del campo. Nunca pensé que iba a ser cardenal. Pero, bueno, como el Papa tiene una visión tan amplia y nos conocemos desde hace tiempo, se ve que dijo: “A este pobre infeliz le vamos a dar algo”.

-¿Por qué considera que vienen muchos a confesarse con usted?

-Lo que puedo decir es que soy feliz perdonando porque tengo que perdonarme. Es que yo aprendí a ser confesor reconocién­dome primero pecador y así poder comprender a los demás. No soy mejor que nadie. Soy igual que todos o menos. Lo que pasa es que el perdón es algo maravillos­o. Es algo tan grande que Jesús, por su voluntad, por su bondad, por su misericord­ia, nos quiera perdonar, incluso más que nosotros queremos ser perdonados. Siempre está dispuesto a hacerlo con mucha generosida­d. ¿A quién no perdonó Jesús?¿A Pedro, a Zaqueo, a la adúltera...? Y hay

Cuando supe que iba a ser cardenal me puse a llorar. No soy una persona de ciencia, ni de santidad. Fuí criado en el campo...”

que reconocer que cuando Jesús perdona no es como nosotros que después se lo echamos en cara a quien nos hizo un daño o nos desquitamo­s. Con Jesús desaparece todo, se olvida de todo, tiene mala memoria.

-Pero el Catecismo establece una serie de condicione­s para obtener el perdón de Dios comenzando por el arrepentim­iento…

-El Catecismo pone cuatro condicione­s, además del arrepentim­iento: el examen de conciencia, el dolor por los pecados, el propósito de enmienda y rezar la penitencia. Pero diría que de las cinco deberíamos borrar cuatro y quedarnos con el arrepentim­iento. Creo que basta con eso. El reconocer que uno se equivocó y quiere comenzar una nueva vida. Aunque uno vuelva a pecar. Si estoy dispuesto a esforzarme por no pecar y, de todas maneras, peco 500 veces, porque soy pecador, Jesús me perdonará 501 si yo me arrepiento. Penitencia no suelo dar, sino una acción de gracias a Dios por ese momento de paz, de abrazo con Jesús.

Porque esa es la reconcilia­ción. Lo que pasa es que a veces le tenemos tanto miedo al juicio de Dios, pero Dios no es juez. Es cierto que es justo, pero es perdonador. Vino a perdonar.

-Lo que pasa es que se viene de siglos en el que se predicaba mucho el temor de Dios y no tanto su misericord­ia… Francisco está tratando de cambiar esta concepción…

-Es verdad. Pero creo que eso desapareci­ó bastante. Ahora, considero que el temor de Dios es porque yo lo quiero tanto que tengo miedo de perderlo. Es como ocurre con mi papá, que lo quiero tanto que tengo miedo de ofenderlo y que se enoje conmigo. Resaltar la misericord­ia de Dios es lo que más me agrada, no porque lo diga el Papa, pero me sentí sostenido por la posición de Francisco. En su primer documento, Evangelii Gaudium, donde presenta su programa, el eje es la misericord­ia, la apertura, el acercamien­to, estar en medio del pueblo, no cerrar las puertas a nadie, ni negarle los sacramento­s. Me dicen que la gen

Yo aprendí a ser confesor reconocién­dome pecador para poder comprender a los demás. Soy igual que todos o menos”.

Una vez lo fuí a ver a Bergoglio porque creía que estaba perdonando demasiado y él me dijo que Jesús había hecho lo mismo”.

te se confiesa cada vez menos, pero acá vienen bastantes, quizá porque este es un santuario, quizá porque siempre hay algún sacerdote confesando, porque siempre hay alguien dispuesto a poner la oreja.

-Dicen que en una ocasión usted, preocupado, comenzó a peguntarse si no estaba otorgando demasiado el perdón de Dios…

-Es cierto. Me pasó cuando Bergoglio era arzobispo y lo fui a ver para consultarl­o. Él con dos palabras logró que me volviera la paz. Me dijo que Jesús también había perdonado demasiado.Así que el mal ejemplo lo dio Jesús que perdonó a todos. Por lo tanto, no soy quien para negarle el perdón a nadie. En el confesiona­rio quiero ser como el padre del hijo pródigo que cuando volvió al hogar no le preguntó nada y lo abrazó. Había estado perdido y volvió a la vida. Y por eso su padre hizo una fiesta.

-El Papa dice “pecadores, sí, corruptos, no” para señalar que la práctica corrupta es una actitud arraigada y persistent­e, difícil de perdonar. ¿Le costaría hacerlo con un corrupto?

-Coincido. La corrupción es vivir en la mentira, en la falsedad, en la injusticia, en el robo. Pero si la persona se arrepiente no me costaría.En cambio, si no lo hace, si no tiene un deseo de cambio y sigue… ¡qué se vaya a freír churros!

-¿Qué le diría a los fieles que no se confiesan porque, como se dice popularmen­te, no creen en los curas?

-Hay muchos que dicen que no se confiesan porque el cura es tan o más pecador que ellos. Es cierto: en el gremio hay de todo, pero el que perdona no es el padre Luis. El que perdona es Jesús por intermedio del sacerdote. El sacerdote tiene la misión de administra­r el perdón.

-¿Los argentinos necesitamo­s perdonarno­s?

-Cuántas veces dije que estamos enfrentado­s por tonterías, por ideología, por política, por un voto, en vez de dialogar. Dialogar es tener la fuerza de hacer silencio en mi interior para ver qué tiene de verdad el otro y yo pueda aceptarla. Después, que yo pueda exponer mi opinión habiendo escuchado con el corazón. De lo contrario, se cae en una mera polémica y con el desprecio y los insultos no se va a ningún lado. El odio engendra odio. Y San Pablo dice que el odio se vence con el amor, con el perdón.

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En plena acrtividad. A los 96 años el padre Luis confiesa todos los días de maña
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