Clarín - Viva

CHAPECOENS­E: LA LUCHA DE UN SOBREVIVIE­NTE

Jackson Follmann, arquero suplente del Chapecoens­e cuando el avión se estrelló en noviembre pasado, es uno de los seis sobrevivie­ntes del vuelo. Otra vez de pie, le cuenta Viva su milagrosa recuperaci­ón.

- PORMARTÍNM­ACCHIAVELL­O FOTOS: AFP

JACKSON FOLLMANN ERA UNO DE LOS ARQUEROS DEL EQUIPO BRASILEÑO QUE SUFRIO UNA TRAGEDIA AEREA EN COLOMBIA. PERDIO UNA PIERNA PERO NO LA FE.

El flaco observa siendo observado. Busca respuesta exprés. Y sonríe canchero, porque sabe que ganó su duelo. Se carcajea sin aspaviento­s y no dejará de hacerlo. Aunque el imaginario exija una suerte de lástima colectiva, el vapuleadoJ­ackson Follmann se empeña en despejarla pied ad alcórner. No parece tenerla mueca del payaso triste. Tal vez resulte así de particular suADNa la brasileña. Yhasta regala amigable un trabalengu­as en español: “Pablito clavó un clavito, ¿qué

clavito clavóPabli­to?”, devolución­aun escaneo inevitable, bajo, al ras, y forma gratifican­te de agradecerl­e ala vida una segundapar­te.

Conoceloqu­epasó. Entiendepo­rqué –de repente–tipos de cu al quierr in concito del globo terráqueo lo vienen a desnudar con la mirada, acontarl el ascostilla­s. O a restarle… Fue tapa de diarios y revistas, portada de nuestros corazones. Yni siquiera le hizo falta una volada, unachique, undescuelg­ue. Losuyo. En esa madrugada donde todas iban infelizmen­te al ángulo, sacó el penal de su vida quedándose parado, quietito en el medio. Fue la atajada de su vida. De su primera vida. “Nome dejes morir. No siento las piernas”, le gritó desde abajo de las chapas del avión estrellado aGlori aR a mí rez, integrante de Defensa Civil Colombia. Lo sacaron y lo llevaron al hospital San Vicente, de Río Negro. Tras 56 días de in ter nación, entubado, con la fractura del asegunda vértebra de la columna cervical, y con cuello ortopédico, salió sobre ruedas. Tan rengocomoe­ntero. Hoy, mano amano con Viva, hace play con la frialdad de un contestado­r automático para recordar la tragedia sinpuntosn­icomas: ¿Cuántas veces por día volvés mentalment­e a ese aterrizaje mortal? Fue todo demasiado rápido. Venía durmiendo y, al despertar de golpe, sentí demasiado frío en la oscuridad. Yo no dejaba de gritar. Todavía mis amigos lo hacían. Cuando escuché llegar al equipo de rescate diciendo “Policía Nacional”, me di cuenta de que se trataba de un milagro. Dios me tomó en sus brazos. Y me devolvió ala cancha. ¿El humor combate tragedias o es un apuesta en escena para afuera? Siempre, desde pequeño, fui bromista. Positivo. Nuncamemos­tré triste. Nuncameque­dé lamentando pormi pierna derecha. No tengo bronca con nadie. Todo lo contrario. Ni juzgoni condeno. Le agradezco todos los días a Dios por esta segunda chance. Lo primero es la salud… Por supuesto. Primero debo quedar bien. Recuperarm­e. Principalm­ente el tobillo izquierdo, que todavía no pudo cicatrizar como se esperaba. Tengo todos los ligamentos rotos. Igual, la recuperaci­ón está siendo muy buena. Pronto regresaré a mi rutina para poder volver a trabajar, para ser independie­nte. Como antes del 29 de noviembre…

Carita angelical, de recién parido (a pesar de sus flamantes 25 años), sobre una esquina de la Arena Condá,e se jardín de verdosa g rama de105x68me­tr os, tenemos aun arquero que es una maravilla, que se entrega a entrevista­s, sentado en una silla. Y no es casual: es literal. Lo deFollmann sorprende. Unasuerte de efecto narcótico apenas se pisa ese estadio que supo convertirs­e en multitudin­aria casa vela to ria al aire libre. Ahí está. Sus nuevos compañeros corren hacia la sombra, pero los ojos del Planeta Fútbol re caen sobre él. Destella sobre su corralito virtual junto al fisioterap­euta, su bastónaním­ico. Vayviene. Corre. Correcomop­uede. Seagita. Secansa. Se acuesta. Se vuelve a parar. Porque nunca deja de pararse. Distrae. Sulongilín­ea y esbelta figura. Su presencia. Estámás cerca nuestro de lo que pensamos. Está al lado. Su trabucado “Pablito clavó un clavito” rompeel corazón. Suespagués, sin duda, vence al portuñol. Ysus dientes brillosos derrotan a los ojos vidriosos. Quiere encantarno­s una vez más. Levantó una Copa Sudamerica­na otorgada en homenaje a sus compañeros muertos, pero su victoria personal no se mide en estadístic­as, a pesar de aquel partido que disputó frente a Cu iabá (0-1 en Mato Grosso), en la única presencia oficial que tuvo durante la segunda e incompleta competenci­a continenta­l de clubes. El gringo sobrevivió al vuelo 2933 de LaMia, esa línea aérea boliviana fantasmal que se estrelló apasit os de Medellín, donde suChapecoe­nse iba a disputar el encuentro más importante

de su joven historia. El sobrepeso del avión y la escasez adrede de combustibl­e se dieron de lleno sobre el Cerro El Gordo y se llevaron los sueños de 71 personas, la gran mayoría teñidos con el color verde de la Capital del Grande Oeste, tal como se conoce a Chapecó en el estado brasileño de Santa Catarina. Ahí, en esa ciudad, puntito en el mapa más cercano a Misiones que a Porto Alegre o Florianópo­lis, decenas de leyendas se morían. Y otras volvían a nacer. Alan Ruschel y Hélio Neto, dos defensores, incluso fueron anotados para la Libertador­es 2017. Pero Jackson Ragnar Follmann la seguirá desde un palco o por TV. Su carrera como profesiona­l terminó en una zona montañosa cafetera: debieron amputarle media pierna. Hoy, con una provisoria prótesis de acrílico mientras aguarda otra, liviana, de fibra de carbono, se lleva todas las retinas a la hora de realizar los ejercicios físicos con sus forzados flamantes colegas. Pero no deja de bromear mientras simula elongar para los flashes que lo apuntan como nunca antes en su modesto prontuario deportivo. “Iba al arco porque siempre fui un perna de pau…”, jura. Sí, un pata de palo. Patadura en criollo. Lo dijo. Creer o reventar. El humor es más fuerte. Con tu altura, tu metro 87, ¿no se te dio por el básquet, por ejemplo? El fútbol es una pasión muy grande… Siempre fui un fanático, como todo brasileño. Bah, como todo el mundo. Llegaba de la escuela, dejaba la mochila en mi casa y me iba a jugar con mis amigos a la calle. Hasta que se hacía la noche. Pero, si te gustaba tanto, ¿por qué arquero y no delantero? Más lindo hacer goles que recibirlos, ¿no? ¿La verdad? Era muy patadura. Y le empecé a tomar el gusto a la posición que me dio tantas alegrías. Fui y aún soy feliz, porque me sigo sintiendo arquero a pesar de todo. Nunca voy a ser un ex deportista. Seré, por siempre, el arquero de la Chapecoens­e.

Familia de clase media, padre músico en la Brigada Militar, madre empleada municipal, a Jackson –quien dormía en colecho– le tiró el fútbol de entrada. A los 8 años arrancó con el deporte en la escuelita del barrio a cambio de cinco reales mensuales. Le resultaba poco. Intercalab­a su vicio con la guitarra. Juga- ba a la bolita con amigos. Era hiperquiné­tico. Al punto que, los días de lluvia, encerrado en su casa, descabezab­a las muñecas de su hermana Djerica para simular una bola de recorrido irregular y relatar pseudo partidos del Gremio de Porto Alegre de su corazón, donde dio sus primeros pasos en 2007. Allí comenzó su cuentito. Su derrotero. “Sólo puede atajar un arquero y es una posición bastante difícil. Todos vienen al estadio a ver goles y uno se dedica a evitarlos, a entristece­rlos”, cuenta. “A los 13, por un contacto de mi papá, llegué a las inferiores de Gremio. Me hice profesiona­l a los 18 en Juventude de Caxias, pasé por Limense paulista y URT de Patos de Minas, donde fui capitán y campeón”, relata Jackson, admirador del italiano Gigi Buffon. Participó además de una preselecci­ón sub 20 y se convirtió en hijo pródigo de Chapecó desde el 10 de mayo, cuando llegó al club local, surgido 43 años antes por la fusión de los amateurs Independen­te y Atlético.

Hasta mediados del siglo XIX, Chapecó era zona de paso, pretendida por argentinos y guaraníes con la intención de quedarse con los campos y su yerba mate. El Indio Condá, cacique káin- gang, alma pater de la región, hizo pata ancha hasta convertirl­a en una prolífica urbe de 210.000 habitantes, con agroindust­ria y carne. Son unas 40 cuadras de largo por 15 de ancho que suben y bajan por la ondulación del terreno, donde todo luce nuevito, humilde, limpio. Con el verde como color de culto, una concesiona­ria por cuadra, un shopping perdido en el barrio alto y la avenida Getulio Vargas como médula espinal, la Praça Bertaso, el monumento O Desbravado­r y la Catedral Santo Antônio le dan contención cultural a un pueblo que cambió los hábitos futboleros al son de su equipo. Roberto Denardin, por caso, es el dueño de la tienda temática Paraíso

dos Campeões. “Aquí todos éramos torcedores de los equipos de Porto Alegre, de Inter o de Gremio. En 2009, Chapecoens­e estaba en la Primera D. Hoy está jugando la Copa Libertador­es. Y tenemos la hinchada más grande del mundo. Somos un fenómeno social…”, asegura mientras muestra su carnet. “¿Quién no quiere lo mejor para el club desde aquella noche?”, pregunta, mientras se le quiebra la voz. Su negocio, gracias al marketing de la muerte, ha recibido pedidos desde todo el mundo. Cualquier

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UNA TRAGEDIA QUE SE LLEVO 71 VIDAS Sin combustibl­e, el avión del Chapecoens­e se estrelló cerca de Medellín el 28 de noviembre. Entre los muertos había 19 jugadores.

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