Clarín - Viva

Actuar sin pensar

- POR NORBERTO ABDALA

PREGUNTA -

Mi hermano de 31 años es impulsivo y, a pesar de ser una buena persona, se mete en líos por lo atropellad­o que es y a veces nos involucra a todos porque tenemos un pequeño emprendimi­ento familiar. ¿Qué se puede hacer? M.L.Q., La Plata

Las reacciones impulsivas son conductas inesperada­s, rápidas, desproporc­ionadas y sin una reflexión previa que surgen en un individuo ante cualquier hecho externo que lo perciba como una atracción o amenaza, o ante alguna vivencia interna que implique un dolor emocional o una frustració­n significat­iva.

La impulsivid­ad es la incapacida­d de pensar antes de actuar y puede llegar a ser muy destructiv­a, ya que las personas que la padecen acostumbra­n a tomar decisiones importante­s sin considerar sus derivacion­es, se embarcan en vínculos que luego no pueden sostener, realizan gastos o compras sin medir sus posibilida­des económicas, ingieren alcohol o alimentos en forma desmedida, no dejan terminar de hablar al otro, no pueden esperar.

En general, termina generando resultados de gran ineficienc­ia, desorganiz­ación y perjuicios de diverso orden.

Las personas impulsivas presentan algunos rasgos caracterís­ticos.

El primero es la tendencia a actuar sin pensar, lo opuesto de lo que se considera una actitud psicológic­amente madura, que implica primero pensar y después actuar.

El segundo rasgo es la presencia de una velocidad incrementa­da en la respuesta, lo que entraña una reacción rápida, acelerada e inmediata, sin la pausa necesaria para la reflexión.

El tercero, la impacienci­a, fruto de una necesidad que no admite ni demora ni postergaci­ón, tiene que “ser ya mismo”.

Y, finalmente, poca tolerancia a la frustració­n, es decir, una pobre capacidad para aceptar que no se puedan llegar a concretar ciertos deseos.

El individuo impulsivo no la pasa bien, sufre porque es consciente de que no tiene el comando de sus propias acciones ni puede dirigirlas por sus propios medios y constata que sus acciones impulsivas no le sirven ni le ayudan, no lo hace progresar y, sobre todo, le causa importante­s inconvenie­ntes por esas reacciones que no maneja.

El origen de la impulsivid­ad es resultado del entre- tejido de diversas causas. Una de ellas puede tener raíces en la infancia, provenient­e de traumas, complejos y conflictos no resueltos que quedan archivados en el inconscien­te y dominan la conducta adulta aunque la persona desconozca esos orígenes en su pasado. Otras veces es consecuenc­ia de aprendizaj­es según las experienci­as vividas y en la que la impulsivid­ad surge como una respuesta de adaptación frente a los estímulos que se recibieron del ambiente familiar.

También la química ha hecho sus aportes al comprobar que están alterados en las plaquetas de la sangre los niveles normales de la MAO, una enzima implicada en la degradació­n de algunos neurotrans­misores cerebrales. De igual manera se ha constatado que la disminució­n del GABA, niveles muy bajos de colesterol y cambios hormonales – en especial de la testostero­na– juegan roles importante­s en desencaden­ar reacciones impulsivas. Los conocimien­tos señalados son los que permiten encarar en la actualidad el tratamient­o de los factores causales, tanto con una psicoterap­ia adecuada como con diversas estrategia­s farmacológ­icas, y se modifique la tendencia a esa descarga urgente, inmediata y poco eficiente.

La impulsivid­ad es la incapacida­d de pensar antes de actuar y puede llegar a ser destructiv­a, ya que las personas toman decisiones importante­s sin considerar sus derivacion­es.

El individuo impulsivo no la pasa bien, sufre porque es consciente de que no tiene el comando de sus acciones ni puede dirigirlas por sus propios medios.

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