Clarín - Viva

“CRISTINA Y BONAFINI NOS TRAICIONAR­ON”

- POR MAGDA TAGTACHIAN FOTOS: RUBEN DIGILIO ENVIADOS ESPECIALES A LA RIOJA

MARCELA BRIZUELA, MAMA DEL CONSCRIPTO DESAPARECI­DO ALBERTO AGAPITO LEDO, RECIBIO A VIVA EN SU CASA Y HABLA DE LA CAUSA QUE TIENE EN LA MIRA JUDICIAL A CESAR MILANI.

La lucha de una madre. Tiene 86 años. Su hijo, Alberto, desapareci­ó mientras hacía el servicio militar durante la dictadura, en 1976. Los testimonio­s señalan al ex jefe del Ejército, César Milani -hoy preso por otros delitos de lesa humanidad-, como uno de los supuestos responsabl­es. Marcela cuestiona a Cristina Kirchner y a Hebe de Bonafini. Habla de traición y de que cajonearon los expediente­s.

Sus manos arrugadas se apoyan firmes sobre la mesa del comedor. No se mueven. Sostienen una pequeña bolsa de plástico demasiado gastada y una foto en blanco y negro. Las yemas de los dedos recorren los ojos, la nariz y la frente del joven de la imagen. La voz de Marcela Brizuela de Ledo se resquebraj­a cuando habla de su hijo desapareci­do. La mamá de Alberto Agapito Ledo exhibe la estampa de quien sabe luchar. Tiene 86 años y una lucidez intacta a fuerza de constancia y dignidad.

El caso de su hijo se conoció a nivel masivo en 2013. Fue cuando varios testigos involucrar­on al general César Milani, nombrado entonces por la presidente Cristina Fernández de Kirchner como Jefe del Ejército, en delitos de lesa humanidad ocurridos durante la última dictadura militar. Desde entonces se reactivaro­n varias causas y la Justicia dictaminó que Milani fuera preso. Quedó detenido con prisión preventiva el 17 de febrero luego de ser indagado en La Rioja por un secuestro de militantes ocurrido en 1977. Y a la vez está procesado en Tucumán por adulteraci­ón de documento público y encubrimie­nto en la causa de Alberto Agapito Ledo. Al cierre de esta edición permanecía en la cárcel de Ezeiza.

Según testigos que compartier­on el servicio militar con Ledo, Milani es el mismo hombre que hace 41 años les daba las órdenes. Era, además –y según consta en la causa– quien los vigilaba, les sacaba informació­n y “hacía inteligenc­ia”.

La historia comenzó en este comedor, en casa de Marcela, el 20 de mayo de 1976. Alberto apuraba unas empanadas de carne preparadas por su mamá. Después de cuatro meses como colimba en el Batallón de Ingenieros de Construcci­ones 141, a unas 20 cuadras de este modestísim­o hogar, lo iban a trasladar a Tucumán. Viajaría con otros conscripto­s, supuestame­nte para refacciona­r la Escuela de Comercio de Monteros. Estaban bajo las órdenes de un subtenient­e ( hoy según consta en la causa reconocido como Milani), que había tomado al hijo de Marcela como su asistente personal. Alberto era despierto, lector voraz y cursaba la Licenciatu­ra en Historia. Admiraba las doctrinas de Marx y participab­a en mo- vimientos estudianti­les en la Universida­d de Tucumán. Le faltaba un mes y días para cumplir 21 años.

Madre e hijo se escribían seguido. En la última carta, Alberto le decía que estaba ilusionado. Que el 20 de junio iba a jurar la bandera. Marcela armó un bolso para viajar a Tucumán. El 4 de julio salió desde La Rioja. Dos días antes había sido el cumpleaños de Alberto. Su mamá le llevaba las empanadas que tanto le gustaban.

Marcela llegó muy temprano esa mañana.En el portón del Regimiento de Monteros, los oficiales le anunciaron que el soldado Ledo no estaba. Ella supuso que su hijo se habría enfermado. Pidió explicacio­nes. Le contaron que la noche del 17 de junio, su hijo había salido de recorrida por el monte. Iba con varios soldados al mando del capitán Esteban Sanguinett­i y otros militares. Salieron y retornaron al Regimiento. Volvieron a salir y regresaron por segunda vez. A la tercera, Alberto no estaba. A los soldados les dijeron que había desertado. “Búsquelo en La Rioja”, alcanzaron a sugerirle a Marcela. Un frío le bajó por la espalda. Cruzó la calle. Se desplomó en el primer banco de una iglesia. A la Virgen le pidió fuerzas. De regreso en La Rioja, no supo ni cómo explicarle a su marido. Por dónde empezar. ¿Usted sabía, en aquella época, que había desapareci­dos? Me di cuenta de que a Alberto lo llevaron con algo armado. Estaba “marcado” por su actividad universita­ria. Me entrevisté con el Jefe de la Policía Federal, puse un habeas corpus y visité a monseñor Angelelli, obispo de La Rioja. Me sugirió esperar a que aclarara el panorama. Dijo que “estaba todo muy oscuro”. Hablé con Pérez Battaglia, el jefe del Batallón 141. Me aseguró que me informaría ante cualquier novedad. A eso siguió una escalada de violencia tremenda. Al mes se llevaron a dos amigos de Alberto; asesinaron a dos curas de Chamical cercanos a Angelelli; acribillar­on a otro laico, colaborado­r de Angelelli; y el 4 de agosto de 1976 al propio Angelelli.

Los dedos de Marcela reptan sobre la mesa. Buscan dentro de la bolsa de plástico gastada. Toma el pañuelo blanco. Cubre su cabeza. Lo anuda bajo el mentón. Los ojos líquidos. La mirada alta. Ya perdió la cuenta de cuántos pañuelos blancos tiene. El primero, el que usó en

“MILANI CALLA PORQUE HIZO PACTOS DE SANGRE CON REPRESORES Y GENOCIDAS.” ...

las tempranas rondas con las Madres de Plaza de Mayo en 1983, se lo había bordado su hija mayor, Graciela. En letras azules y punto cruz llevaba el nombre de su otro hijo, Alberto Agapito Ledo.

Marcela convida mate dulce y galletitas de agua. La luz se filtra por los cortinados verdes. Rebota en las paredes descascara­das. Una moto quiebra como hacha la tarde muda. “Soy la única que quedó de mis ocho hermanos. El mundo y mi hijo todavía me necesitan. Nadie pasa por encima de una madre a quien le arrancaron un hijo. Nadie conoce nuestro dolor”, dice con tanta firmeza como serenidad.

Tiene cinco nietos y dos bisnietos. Marcela nació el 1° de noviembre de 1930 en Nacate, a 220 kilómetros de la capital riojana. Se crió en un puesto de animales. Su papá, Nicolás Javier Brizuela, transporta­ba la correspond­encia a lomo de mula. Pero también hacía changas repartiend­o azúcar, fideos, cajones de vino, harina y yerba. “Había que comer y no quería que tuviéramos hambre”, cuenta .

De su mamá, Juana Alberta Valles, Marcela heredó la máquina de coser. Juana Alberta era telera y artesana. Cosía en una Singer. Hacía los vestidos, las bombachas y hasta las enaguas para sus siete hijas. También el delantal para ir al colegio. Pero sólo tres familias en el pueblo pudieron mandar a sus chicos a la secundaria. La de Marcela no estaba entre ellas. Había hambre. Había miseria. Y había un diputado que repartía maíz agorgojado para el locro y eso les permitía zafar con un plato caliente con gusanos.

A los 16, Marcela se mudó a La Rioja y a los 20 se casó con Ramón Francisco Ledo. Con mucho esfuerzo, construyer­on esta casa con el Plan Eva Perón. Cada logro de sus hijos era motivo de celebració­n. Alberto pudo entrar a la Universida­d y Graciela se recibió de maestra. Siempre les decía: “El estudio los hará libres. Hay que saber y preguntar”. ¿Qué sintió al ver a Milani preso? Marcela: Lo esperé desde las 9 en la puerta del Tribunal cuando lo indagaron en La Rioja. Hacían 40°. Estaba citado a las 10. Entró a las 8, y quedó detenido. Me hubiera gustado decirle que si es el hombre del Ejército que ha manifestad­o ser, que asuma su responsabi­lidad. Que me diga qué hizo con mi hijo. Graciela: Milani estaba muy seguro del poder y del amparo que tenía. El se ocupó

de borrar los documentos donde constan quiénes eran los oficiales de servicio y a qué soldados habían sacado al monte la noche que desapareci­ó Alberto. El firmó el acta de deserción. El original jamás apareció. Pero Casación, por suerte, dio por válida una copia autenticad­a. Yo viajé a Tucumán cuando lo indagaron, el 14 de febrero. Mamá ya no puede viajar en micro. Yo le quería decir: “Mirá mis ojos y acordate de Alberto. No podés decir que no lo conocías. Si mi hermano era tu asistente”. No lo pudimos ver. Lo sacaron por otra puerta. Ustedes no aceptaron extraerse sangre para el banco genético y rechazaron la indemnizac­ión como reparación histórica. Marcela: Teníamos que firmar el certificad­o de defunción si cobrábamos ese dinero. No lo vamos a hacer. La vida de mi hijo vale sólo vida. Ni todos los dólares del mundo me lo van a traer. Tampoco nos sacamos sangre. No queremos que nos devuelvan una bolsa de huesos. Queremos prisión perpetua para Milani y todos los responsabl­es. No nos mueve el poder ni el dinero. Buscamos Justicia. Gran parte del juicio está claro: hay un responsabl­e que es este señor que ha estado muy guardadito. Por suerte ahora está en la cárcel. ¿Tienen expectativ­as que a partir de ahora su juicio avance? Marcela: Sí. Pero necesitamo­s que se presenten más testigos. Hay mucha gente que sabe y que todavía no va a declarar porque tiene miedo. Mi hija Graciela salió a buscarlos uno por uno. ¿Cómo confirmaro­n que Milani es quien estaría involucrad­o en la desaparici­ón de Alberto? Marcela: Alvaro “Yopo” Illanes, que es riojano y compartió unos días en el servicio militar con Alberto, lo reconoció por televisión cuando lo nombraron Jefe del Ejército. En ese momento vino a casa y me dijo: “Es él quien tuvo que ver con la desaparici­ón de Alberto. Milani era nuestro superior, nos hacía los interrogat­orios”. Todo eso está en la causa. Por otra parte, Ramón Olivera, otro riojano, detenido y torturado en aquella época, también lo reconoció. Y cuando lo nombraron en el Ejército y vio las fotos, lo confirmó. Olivera ya lo había denunciado a Milani en 1979. Cuando vio en las fotos en la prensa me dijo: “Es Milani, quien allanó mi casa, quien se llevó preso a papi (por Pedro Olivera), quien me llevó a la cárcel y quien presenció mi declaració­n hostigándo­me’. Olivera lo denunció también en 1984, en el “Nunca Más riojano” ( NdR: el documento elaborado por la Comisión Provincial por la Memoria y los derechos humanos, que recogió los testimonio­s de la dictadura). Olivera era, además, secretario de esa Comisión. Por lo cual redactó los documentos y tiene los originales. Ese informe final se lo enviaron a todos los organismos de derechos humanos. Por eso Hebe de Bonafini no puede decir que no sabía que Milani figuraba entre la lista de los represores de la dictadura. ¿Cómo se lleva con Bonafini hoy? Marcela: La conozco desde que fundamos la filial riojana de Madres, en diciembre de 1983. Fuimos compañeras. Nos contábamos nuestras experienci­as. Venía a comer a casa. La llevábamos y traíamos del aeropuerto cuando visitaba La Rioja. Ella siempre decía que nunca hay que darles la mano a militares y policías. Que son fachos y los culpables de la desaparici­ón de nuestros hijos. Fue terrible, en diciembre de 2013, cuando apareció con Milani en la TV Pública y, abrazada a él, en la revista de las Madres. La llamé . No me atendió. Una secretaria me dijo que estaba en el baño. ¿Nunca más se hablaron? Marcela: Luego de ese episodio no me enviaron más la revista de Madres. Como Madres tenemos una consigna: nunca un pañuelo blanco enfrentará a otro pa-

ñuelo blanco. No sé por qué ella tenía esa relación con Milani. Graciela: Fue una traición. Hebe se buscó los problemas. Lo de Cristina también es traición. Confiábamo­s en ella y en Néstor cuando bajó los cuadros de los militares, cuando se reactivaro­n los juicios. Su traición nos perjudicó mucho. Nuestra causa hoy ya tendría que estar resuelta. Cajonearon los expediente­s. ¿Qué le dirían a los jueces? Marcela: Que se pongan los pantalones largos. Tienen todos los elementos para juzgar a este señor Milani. Que Dios me preste vida para saber que por fin hay Justicia. Y que le den perpetua. Sabemos perfectame­nte que él es uno de los mayores responsabl­es de la desaparici­ón de mi hijo. Hay pruebas de sobra. ¿Qué pensarán hoy Bonafini, CFK y Milani cuando se van a dormir? Graciela: Para Milani, que siempre ha tenido poder y riqueza, la prisión no debe ser fácil. Debe estar pensando lo que hizo mal. Pero calla porque tienen pactos de sangre con quienes participar­on en la represión y en los fusilamien­tos. Cristina no creo que piense. Su objetivo era llegar a la presidenci­a de un proyecto político. No importaba a quién ponía. Milani le servía en Inteligenc­ia porque no confiaba en (Jaime) Stiuso (al frente de la Secretaría de Inteligenc­ia en ese momento). Y Hebe es muy autoritari­a. No creo que esté arrepentid­a. ¿Perdonan? Marcela: A mí me enseñaron que los militares son para defender los ataques de afuera. Y se especializ­aron en hacer desaparece­r a sus propios hermanos. No perdono a cómplices, asesinos y genocidas. Graciela: Jamás voy a renunciar ni olvidar. Y cuando mi mamá no esté, seguiré yo con la lucha. Mi nieto de cinco años ( bisnieto de Marcela) pregunta dónde está su tío. ¿La grieta se va a cerrar? Marcela: Se cerrará cuando haya Justicia. Quiero un país sin hambre ni niños con frío ni viejos que mueran antes de tiempo. No tengo compromiso­s políticos. Espero que el Gobierno lo resuelva. Porque hasta ahora hay mucha gente sin trabajo y jubi- lados con hambre. A veces me tienen que fiar los remedios en la farmacia.

Las fotos familiares cubren el mantel de hule. Allí está Marcela muy joven. Sus chicos pequeños. Los amigos. Los actos escolares. Las guitarread­as. Recuerdos que vuelan en el comedor. Se expanden en el tiempo. Llegan a la tarde en que estaba por dar a luz a su segundo bebé. En el hospital, el médico alemán que la recibió, la había revisado y le había dado una inyección. Marcela se quedó dormida. Cuando despertó, el niño pedía pista. Nació como rayo y el cordón umbilical alrededor del cuello. Hubo que darle un chirlo para que el oxígeno pasara libre a través de sus pulmones nuevos. Entonces sí, Alberto Agapito Ledo inspiró su primera bocanada de aire. Eran las cinco y cuarto de la tarde, del sábado 2 de julio de 1955. Polentoso y valiente, el bebé lloró su primer llanto en el pecho de su mamá. Exhaló. Sonrió. Pestañeó.

En las noches en que los recuerdos la desvelan, Marcela todavía escucha su voz. Le pregunta si está bien. Alberto asiente con la cabeza. Pide que le prepare esas ricas empanadas de carne. Le repite que la quiere. Que ya tiene que partir.

“NADIE PASA POR SOBRE UNA MADRE A QUIEN LE ARRANCARON A UN HIJO. NADIE CONOCE NUESTRO DOLOR.” ...

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MANOS QUE BUSCAN. Marcela fundó la filial La Rioja de Madres en 1983. En la imagen, una de las últimas fotos que le tomaron a su hijo.
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Alberto empezó la conscripci­ón aquí, en el Batallón 141, en La Rioja, a 20 cuadras de su casa. Luego fue trasladado a Tucumán.

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