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LAOS TIENE EN SU TERRITORIO BOMBAS DE LOS AÑOS 60 Y 70 QUE AUN NO EXPLOTARON

En este país del sudeste asiático cayeron más de 300 millones de bombas en los años ‘60 y ‘70 como consecuenc­ia de las guerras de la región. Muchas no explotaron y son un peligro para los habitantes.

- POR ANDREA D’EMILIO (DESDE LAOS) FOTOS: GETTY Y LORENA SAMPONI

Hace calor. En Luang Prabang es la hora de la siesta y, en la zona céntrica, los turistas van y vienen mientras los choferes los intercepta­n para ofrecerles una excursión a las cascadas Kuang Si, que quedan a 29 kilómetros. Los comerciant­es empiezan a armar los puestos de la gran feria que ocupa la calle Sisavang Vong, la avenida principal del centro histórico. Por la noche, este lugar se convertirá en el mercado nocturno que frecuentan muchos turistas. Comida, ropa y artesanías, son algunas cosas que ofrece el circuito comercial. Sin embargo, uno de los mayores atractivos de esta ciudad, que se encuentra al norte de Laos, está relacionad­o con un pasado bélico y se lo conoce por UXO, una sigla en inglés que alude a la munición no explotada.

Luang Prabang es la antigua capital de este país, el único del sudeste asiático que no tiene salida al mar. Ubicada en una zona de montañas, rodeada por los ríos Mekong y NamKhane, entre sus ganchos turísticos están los templos budistas, como el Wat Xieng Thong, y la colina Phou Si. La República Democrátic­a Popular Lao –este es el nombre oficial del país– tiene más de 6 millones de habitantes, comparte fronteras con China, Tailandia, Camboya, Myanmar y Vietnam. Su economía se basa principalm­ente en la agricultur­a.

El Centro de Visitantes UXO Luang Prabang está ubicado dentro de un edificio gubernamen­tal en la calle Bounkhong Road. Allí no se cobra ticket, pero cualquiera que lo desee puede dejar algo de dinero en la alcancía vidriada que reposa sobre un escritorio. En la entrada, rodeados de varias plantas que intentan darle algo de vida a ese lugar, se exhiben ejemplares de los proyectile­s que fueron arrojados durante la Guerra de Vietnam. UXO es una empresa estatal del gobierno laosiano que tiene como principal objetivo detectar las bombas enterradas y reducir el riesgo de accidentes, algo cotidiano.

“Vengan, vengan, ya está por empezar.” Liu llama a un grupo de turistas que acaba de cruzar la puerta. La joven es una de las encargadas de brindar informació­n a los visitantes. Liu sonríe,

LOS BOMBARDERO­S DE EE.UU. QUE NO PODIAN SOLTAR SU CARGA EN VIETNAM, LA TIRABAN EN LAOS. ...

mientras corre la cortina de la sala. El modesto microcine tiene varias sillas plásticas desordenad­as y un LCD conectado a dos parlantes, que ofrecerá un video para conocer por qué Laos es el país más bombardead­o de la historia y por qué aún sigue padeciendo las consecuenc­ias de un viejo conflicto.

El documental es un breve recorrido histórico que detalla los episodios más significat­ivos para que el visitante entienda por qué Laos estuvo en la mira de los Estados Unidos por mucho tiempo. Durante la guerra entre Vietnam del Norte y Vietnam de Sur, Laos se convirtió –según admitió en 2016 el propio Barack Obama– en la nación más bombardead­a de la historia. Ocho bombas por minuto fueron lanzadas entre 1964 y 1973. “Caían como cae la lluvia”, suelen recordar algunos laosianos.

El aliado. Luego de la primera Guerra de Indochina (1945-1954), y tras la declaració­n de independen­cia, Vietnam quedó divido en dos: un norte socialista y un sur capitalist­a. Esta división provocó una guerra que duró dos décadas ( 1955 a 1975) y en la que los Estados Unidos tuvieron un rol protagónic­o apoyando a las fuerzas survietnam­itas. ¿Qué papel jugó Laos en esta historia? A modo de espejo, desarrolló su propio conflicto: la guerrilla comunista del Pathet Lao, apoyada por Vietnam del Norte, buscaba derrocar al Reino de Laos, que por entonces era una monarquía constituci­onal cuyo jefe de Estado era el príncipe Souvanna Phouma.

El gobierno estadounid­ense también jugó un rol clave en esta guerra civil sosteniend­o al Real Ejército de Laos. Entre 1960 y 1975, funcionó en la ciudad de Long Cheng el cuartel general de la CIA en Laos, donde había un aeropuerto del cual despegaban más de 400 vuelos al día. Desde allí partían los aviones que tenían como objetivo bombardear Vietnam del Norte. Cuando por algún motivo no podían hacerlo, los proyectile­s eran arrojados en Laos porque no podían aterrizar cargados.

Estos aviones realizaron más de 500 mil misiones de bombardeo. De norte a sur, cayeron 260 millones de bombas racimo y 78 millones de otro tipo de explo- sivos. Quienes se encargan de rastrear la zona, estiman que el 30 por ciento de esa cantidad aún no explotó.

Hoy, algunos laosianos buscan estas bombas en la tierra para vender el hierro, el acero y el cobre. Cada día, en el mercado de la avenida Sisavangvo­ng, se exhiben y ofrecen diversos elementos fabricados con los restos de los proyectile­s. Los más populares y requeridos por los turistas son los cubiertos y artesanías. Junto a esos objetos también es común que haya un cartel en donde se explica que han sido construido­s con restos de munición no explotada.

En algunas zonas, como es el caso de Xiengkhuan­g, las casas están edificadas sobre bombas, mientras que otros proyectile­s son utilizados para hacer cercos y macetas. A los turistas les aconsejan no visitar estas zonas por el alto riesgo. Las granjas laosianas están llenas de UXO’s. Más de 70.000 personas murieron por las bombas una vez terminada la guerra en 1975. Cada año la cifra aumenta, aunque la tarea de prevención sea permanente.

Gran porcentaje de los afectados por

el material explosivo son niños. Las bombas son del tamaño de una pelotita de tenis y algunos chicos las confunden con juguetes, algo que termina siendo un arma mortal. Las escuelas son claves para prevenir y enseñarles a los niños cómo actuar cuando encuentran una bomba. Con talleres y videos se recrean diversas situacione­s en las que las bombas pueden aparecer. La recomendac­ión es tajante: si los nenes llegan a encontrar algún objeto metálico en la tierra, no tienen que tocarlo; deben llamar enseguida a un adulto. Esta simple medida salva decenas de vidas.

Situacione­s extremas. Naoemi estaba jugando en el campo con una amiga mientras su madre trabajaba a pocos metros. De pronto se oyó un estruendo. “¡Mi niña, mi niña!”, gritó la mujer mientras corría hacia el lugar. Escenas similares se repiten año a año, casi como si fuesen calcadas. En el video se recrea la historia de Naoemi, quien –varios años después– cuenta cómo es su vida luego de aquella explosión. Quedó con secuelas en su cuerpo, marcas de todo tipo, pero no sufrió amputacion­es. Lo que sí sufre es la constante discrimina­ción de la gente. Los que son víctimas de las bombas, además de padecer problemas físicos, tienen que soportar o acostumbra­rse a un trato diferente.

A Keurk le falta una parte de su brazo. Al Igual que Naoemi, se accidentó cuando era chico. Tendría siete u ocho años cuando encontró un pequeño proyectil que le explotó en la mano. El joven lo cuenta sin tristeza, o al menos eso demuestra. Una de las cosas que más le gusta hacer es jugar al sepak takraw, un deporte muy popular en Asia que combina el vóley, el fútbol y el kung fu. Según él, su condición física no le impide disfrutarl­o.

Aparecen muchas otras historias de personas que se cruzaron con los restos de la guerra. Los campos terminaron minados porque las bombas eran arrojadas en unos contenedor­es de metal que se abrían y las escupían por todos lados. Es por ello que la tarea de detectarla­s no es sencilla. Terminar con las bombas es una misión a largo plazo. Las tareas a cargo de los equipos de limpieza del UXO son organizada­s pero lentas. Los campos son examinados con detec-

tores de metales y cada vez que suena un “bip” se excava la zona. Es una labor riesgosa: desenterra­r una bomba puede ser mortal, aunque se cuente con los elementos necesarios. Las personas que se encargan de esta tarea no sólo encuentran bombas de racimo BLU 24 (las más comunes) sino también morteros y otros proyectile­s a pocos centímetro­s del suelo.

Después de los niños, los más afectados son los agricultor­es, porque la única manera de mantener a sus familias es con las ganancias que les deja las tareas en el campo. Cada día de trabajo se vuelve, entonces, una apuesta mortal. Para disminuir ese riesgo, se implementa­ron en los pueblos talleres formativos sobre prácticas agrícolas seguras en las que se les enseña a excavar cuidadosam­ente.

El Centro de Visitantes UXO Luang Prabang hay, además del video explicativ­o, ejemplares de bombas, contenedor­es y armas de la guerra civil. Liu, la guía, sonríe mientras agradece a cada uno de los que realizaron el recorrido. Luego señala un atril donde está ubicado el libro de visitas. “Es terrible lo que pasó”, se lee en uno de los mensajes.

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Se lanzaron 260 millones de estos proyectile­s.
 ??  ?? Para laosianos que perdieron piernas por las UXO.
Para laosianos que perdieron piernas por las UXO.
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Unico país del sudeste asiático sin salida al mar.
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 ??  ?? RASTRILLAJ­E. Con detectores de metales, en Laos buscan bombas que siguen con el poder destructiv­o intacto.
RASTRILLAJ­E. Con detectores de metales, en Laos buscan bombas que siguen con el poder destructiv­o intacto.
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Jovenes mutilados por bombas de hace 50 años.

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