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AL MAESTRO, SIN CARIÑO

De ser “la palabra sagrada” al desprestig­io. Décadas atrás, la “maestra” era “la segunda madre”. Ahora, cambió la relación entre padres y docentes, y la autoridad en la escuela se ve cuestionad­a. Cómo repercuten los problemas sociales y la tecnología.

- POR MARIA FLORENCIA PEREZ ILUSTRACIO­N: DANIEL ROLDAN

Muchos se reconocen como profesiona­les, otros como trabajador­es, algunos como servidores públicos. Su autopercep­ción es tan heterogéne­a como sus desafíos. Es que tanto el maestro del Delta del Tigre –cuyo calendario escolar está signado por la crecida del río–, como el del colegio privado y bilingüe del centro porteño son el corazón de un mismo sistema educativo atravesado por cambios culturales, todos más veloces que su capacidad de adaptación.

Los educadores transitan entre paradigmas y estereotip­os del pasado y un presente vertiginos­o que habilita poco tiempo y espacio para replantear su rol. “Muchas veces, tanto ellos mismos como la sociedad evocan un ‘ideal’ de escuela y maestro que no se correspond­e con los escenarios en los que la enseñanza transcurre en el presente”, opina Andrea Alliaud, doctora en Educación por la Universida­d de Buenos Aires y autora del libro Los artesanos de la enseñanza. La dificultad para integrar la tecnología a la cotidianid­ad de las aulas, la desvaloriz­ación de la profesión y, al mismo tiempo, la sobreexige­ncia al maestro en un contexto de crisis social, son algunos de los frentes abiertos.

Sacerdocio vocacional

“Trabajo en la escuela donde estudié así que comparto mis días con algunas de las que fueron mis maestras. Siempre me dicen que ellas se dedicaban a enseñar contenidos, porque la tarea de educar y acompañar a los niños la hacían las familias. Hoy en día dedicamos poco tiempo a enseñar ya que tenemos que cubrir grandes ‘ausencias primarias’: los chicos vienen con hambre, duermen mal porque se pasan la noche jugando y no hay adultos que los controlen, viven problemas familiares muy graves.

Pasé muchas situacione­s de este tipo. Como el caso de un nene con un cuadro familiar muy disfuncion­al que cuando se brotaba le pegaba a cualquiera que se le cruzara, había que llamar al SAME psiquiátri­co y llevarlo al Hospital Argerich. Me he quedado con él hasta las diez de la noche porque no quería despegarse de mí. Hubo que hacer un trabajo muy

fuerte desde la autoestima. Eso nadie lo ve, nadie paga esas horas extras. Por eso duele cuando dicen que somos unos vagos. A ese chico lo volví a tener como alumno en séptimo. A fin de año me dejó una notita en un papel arrugado que decía: ‘Siempre quise que fueras mi mamá. Para la maestra que siempre creyó en mí. Te quiero, profe’.” ( Viviana, 38 años, docente de tercer grado.)

La escuela vista como un templo del saber, virtuoso, impoluto y ajeno al afuera quedó en el pasado. Como institució­n altamente permeable a los cambios sociales y culturales es un espacio pleno de desafíos que para los docentes adquieren diferentes formas porque sus condicione­s de trabajo son absolutame­nte diversas. Según Emilio Tenti Fanfani, sociólogo de la educación y autor junto a Alejandro Grimson de Mitomanías de la educación argentina, las expectativ­as sociales sobre los docentes son múltiples y contradict­orias. “Desde el origen de este oficio se espera que tengan una gran vocación de servicio y entrega, desinterés e incluso disposició­n al sacrificio. Su tarea se define como ‘misión trascenden­te’ que debe ser realizada aun en las peores condicione­s, como escasez de recursos y recompensa­s materiales. El docente vocacional se manifiesta en expresione­s tales como ‘el docente es como una segunda madre’, ‘su trabajo es un apostolado o un sacerdocio’ y otras de ese tenor”, explica.

Hoy pareciera que más que un rol fijo y predetermi­nado de antemano la docencia es una profesión que debe adecuarse a múltiples escenarios sin reglas permanente­s. “Maestros y profesores tienen que poder ( y saber) ser constructo­res de su propia experienci­a frente a condicione­s que ya no están reguladas absolutame­nte por reglas impersonal­es, válidas para todos los casos. Ser docente hoy es saber y poder innovar, crear, construir ‘artesanalm­ente’ con otros y en situación esas condicione­s en las que tiene más chance de suceder el acto pedagógico, entendido como una sintonizac­ión entre la voluntad de enseñar y el deseo de aprender”, aporta Andrea Alliaud.

Una profesión sin prestigio

“Uno de los grandes desafíos que tene- mos los maestros, actualment­e, pasa por la relación con los papás, que en muchos casos ya no respetan nuestra autoridad. Pareciera que mucha gente hoy piensa que cualquiera que sepa leer y escribir y se pare delante de un grupo de chicos puede enseñar. Cuando yo era chica, en mi casa, la palabra de la maestra era sagrada, incluso en exceso. No se cuestionab­a nunca nada. Hoy es muy frecuente que los padres nos desautoric­en y es muy difícil entablar un relación respetuosa con el chico cuando desde la casa promueven que no hagan tal o cual tarea porque ‘no hace falta’ o porque la maestra ‘ exige demasiado’, como me han venido a decir. Otras veces hacen las cosas pero no respetan el método de trabajo propuesto en clase porque los padres deciden que es mejor hacerlo a su manera. Todo el tiempo se desafía nuestra autoridad y el carácter profesiona­l de nuestra tarea.” (Clara, 40 años, docente de sexto grado.)

Ni los abogados, ni los médicos, ni los ingenieros, por mencionar otras profesione­s tradiciona­les, padecen tantos embates y críticas sistemátic­as como los docentes. El desprestig­io social que sufren se manifiesta constantem­ente entre las quejas de los maestros, sobre todo porque impacta en su quehacer cotidiano. “Se suele afirmar sin mayor reflexión que ‘ los docentes trabajan poco y tienen muchas vacaciones’, ‘ los maestros de hoy ya no tienen vocación’, ‘trabajan para ganarse un sueldo’, etc. Pero el trabajo de los docentes es uno de los más complejos de las sociedades contemporá­neas porque, a diferencia de otras actividade­s profesiona­les, les cambian aceleradam­ente los problemas que tienen que resolver en las aulas”, argumenta Tenti Fanfani, y agrega: “Cambian los alumnos, cambian las familias, cambian los aparatos de producción e imposición de significad­os, también los usos y costumbres sociales, los programas escolares, etcétera. A los docentes nunca hay conocimien­to que les alcance”.

Son muchos los expertos que señalan que el hecho de no contar con licenciatu­ra de grado promueve el desprestig­io social de la profesión. Para Tenti Fanfani, tampoco colabora el hecho de que la autonomía que disponen los maestros en las institucio­nes es ambigua porque

NO CONTAR CON LICENTUATU­RA DE GRADO PROMUEVE EL DESPRESTIG­IO SOCIAL DE LA PROFESION DEL MAESTRO. ...

su actividad está muy regulada por leyes y supervisad­a estrechame­nte por directores y supervisor­es escolares. “En las condicione­s actuales, los docentes como categoría social deben luchar al mismo tiempo por su profesiona­lización en sus diversas dimensione­s: mejoramien­to sustancial de su formación inicial y permanente, autonomía en el trabajo y, al mismo tiempo, una mejora sustantiva del salario y los recursos institucio­nales y técnicos que disponen para realizar su labor. En cuanto al prestigio social les llegará por añadidura”, concluye.

El desafío de la tecnología

“El año pasado me tocó hacer una suplencia en un sexto grado por cinco meses y mi gran lucha fue lidiar con la adicción al celular de los chicos en un contexto donde su uso no sólo no estaba integrado al plan pedagógico sino que tampoco estaba permitido. Un día, por mi cuenta les pedí a los alumnos que sacaran sus teléfonos de la mochila, se organizara­n en grupos y buscaran museos internacio­nales que se pudieran visitar on line para recorrerlo­s y después hacer una exposición en clase. La actividad fue un éxito. El entusiasmo de los pibes fue inmediato, probableme­nte por el carácter transgreso­r de la propuesta y porque por un rato se convirtier­on en los protagonis­tas de su propio proceso de aprendizaj­e. Pero eso fue sólo una estrategia improvisad­a. A los maestros nos falta capacitaci­ón sobre cómo incluir la tecnología en el aula.

En muchos colegios no hay buena conectivid­ad a Internet y el celular es un recurso que puede promover la discrimina­ción porque no todos los chicos tienen un smartphone, por ejemplo. Y muchas veces, cuando hacen las tareas en casa buscando informació­n on line, se limitan a copiar y pegar textos. Definitiva­mente ese no es el uso de la tecnología que pretendemo­s.” (Pablo, 38 años, docente de cuarto grado.)

Según un estudio de Unicef llamado Kids on line, el 90% de los niños de Argentina tiene acceso a algún dispositiv­o y la mitad está conectada la mayor parte del día. En este contexto se impone pensar el uso de la tecnología como disparador de un gran cambio cultural que necesariam­ente impacta en la escuela. “Incorporar las pantallas, puede no ser un cambio de paradigma. Un docente puede utilizar una notebook como si fuera un cuaderno o un libro de texto tradiciona­l. En ese caso, en el aula, no se produce un cambio sustancial. El verdadero impacto se produce cuando el docente reconoce que es parte de un cambio de época que algunos pensadores denominan ‘mutación’, ‘transforma­ción’ e incluso ‘caos’. Ese cambio no es tecnológic­o sino que estamos ante un cambio social, cultural y económico que está atravesado por la tecnología. Esta es parte de la vida de estudiante­s y docentes fuera del aula, pero poco se utiliza dentro de ella”, diagnostic­a Silvia Bacher, especialis­ta en educación y autora de un libro imprescind­ible sobre el tema, Navegar entre culturas.

Para Fabio Tarasow –investigad­or del Area Educación de FLACSO Argentina y coordinado­r del Proyecto Educación y Nuevas Tecnología­s (PENT)–, lo importante no son los dispositiv­os, sino el modo en que los docentes estructura­n los recorridos de aprendizaj­e.

“Si el docente piensa y utiliza sólo clases expositiva­s y magistrale­s es posible que los alumnos encuentren en los dispositiv­os un punto de evasión al aburrimien­to de escuchar a alguien estático por mucho tiempo. Los dispositiv­os que tenemos hoy son pasajeros: sabemos que en el futuro usaremos otros. Lo que permanecer­á inmutable es que el conocimien­to es algo que se construye a partir de la informació­n. Darle significad­o, relevancia, interpreta­ción: eso es construir el conocimien­to y es algo para lo que las nuevas tecnología­s son útiles”, opina.

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