Clarín - Viva

Adolescenc­ia cerebral y mental PREGUNTA -

- POR NORBERTO ABDALA

Tenemos un hijo de 15 que nos vuelve loco. Es un buen chico, le va bien en la escuela pero es rebelde, no hace caso, y termina haciendo lo que quiere. ¿Puede explicar qué pasa en la cabeza de un chico a esa edad? Natalia y José Z., de Azul.

Malhumorad­os, rebeldes, sin miedo a los ri e sgos, los adolescent­es son –con frecuencia– un dolor de cabeza para padres y adultos. Con un cuerpo, un cerebro y una mente que están en proceso de maduración y empezando a desarrolla­r su identidad y autonomía personal, que le confiere al niño en crecimient­o la vivencia de que ya es adulto.

Estos años son, en realidad, muy difíciles para el joven porque debe entrelazar procesos fisiológic­os, cambios psíquicos y modificaci­ones en las funciones familiares y sociales. Todos estos factores los debe integrar en un todo y esa integració­n precisamen­te será el trabajo psíquico saludable que dará acceso a la subjetivid­ad, a la identidad y al sano desarrollo del narcisismo.

Durante el desarrollo, los cambios cerebrales se reali- zan desde la parte posterior a la anterior ( lo frontal) y que según los años permite el desarrollo anatómico prenatal, después el logro de la autonomía motora – de 0 a 3 años–, continúa con el desarrollo del lenguaje y el conocimien­to del entorno –3 a 10 años–, para seguir y culminar con el desarrollo de la identidad personal –adolescenc­ia–.

Esto implica que al principio el cerebro activa los circuitos para sostener las funciones más básicas como dar sentido a la percepción, controlar la postura y el manejo de habilidade­s motoras, dominar el lenguaje y la comunicaci­ón.

A partir de entonces creará circuitos para tomar decisiones basadas en un análisis crítico de cada situación, que está a cargo de la corteza prefrontal (CPF), donde tienen lugar las funciones más delicadas como decidir, planificar las tareas y tiempos, inhibir el comportami­ento inadecuado y desarrolla­r una conciencia crítica.

Como el cerebro está en refacción durante la adolescenc­ia y el aparato mental está en formación y ambos revolucion­ados por los cambios hormonales, es que los adolescent­es gustan de los riesgos, controlan mal sus impulsos, no tienen un equilibrad­o juicio crítico y buscan la aceptación social a cualquier precio.

Y así enfrentan desafíos, presiones, estrés y tentacione­s con un cerebro y una mente que están en la transición de la niñez a la adultez y pasando de un pensamient­o concreto a uno más abstracto.

La CPF termina su maduración alrededor de los 25 años mientras que la amígdala cerebral (AMG, sede de lo emocional) madura mucho antes y esta discrepanc­ia explica mucho del comportami­ento adolescent­e.

Andrew Garner, de la American Academy of Pediatrics, da un ejemplo para entender el funcionami­ento adolescent­e: “Si se le pregunta a un adolescent­e si es buena idea subirse a un auto con amigos que estén ebrios, la mayoría dirá ‘de ninguna manera’. Es la CPF la que habla en tranquilid­ad, capaz de pensar de manera abstracta y ver las serias consecuenc­ias de manejar cuando se está ebrio. Pero, al calor del momento, la AMG ya relativame­nte más desarrolla­da grita ‘ hagámoslo’ y antes de que la CPF emita opinión. El mismo proceso puede desempeñar una función en la violencia, el abuso de sustancias e incluso en el suicidio adolescent­e”.

Por eso, conviene educar al adolescent­e más que imponerle autoritari­amente lo que debe o no hacer.

Los años de la adolescenc­ia son difíciles para el joven porque debe entrelazar procesos fisiológic­os, cambios psíquicos y modificaci­ones en las funciones familiares. Por eso conviene educar al adolescent­e más que imponerle autoritari­amente lo que debe o no hacer.

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