LA COLUMNA DE PIETRO SORBA
El encanto del club. Llega el invierno y el cuerpo comienza a pedir comidas calóricas para combatir las bajas temperaturas.
El frío avanza. Inexorable. Baja la temperatura y aumenta la sensación de necesidad de un buen plato de olla, de los que confortan hasta el alma. Llegó la hora de los guisos, de las salsas voluptuosas, de las carnes cocinadas en pesadas ollas de hierro fundido y de las pastas calóricas. Y si la mesa está cerca de una chimenea encendida, mejor. El contexto no podría ser más cálido y atractivo. Es lo que pasa en Olivos, en un conocido club de barrio. En una institución que fue y es una referencia para los inmigrantes de Europa del Este, específicamente de Hungría. La tierra del gulasch. Guiso de carne, tomate, cebollas y paprika por antonomasia. Famoso en todo el mundo. La familia Giménez, concesionaria del restaurante, aprendió hace tiempo las recetas de la húngara María de Gaspar, antigua alma mater de este club. Manteles rojos, paredes revestidas de madera y artefactos de iluminación rústicos son protagonistas del salón. El resto lo hace la carta escrita en castellano y húngaro. Aquí se arranca con los lángos. Pasteles fritos de harina de trigo. Casi unas tor- tas fritas saladas. Dorados, tiernos y simples. Los túrós csusza son sabrosos. Fideos condimentados con ricota y chicharrones. Buen contraste de sabores. La ricota es láctea y sutil y los chicharrones sabrosos, crocantitos y levemente salados. El gulasch mixto reconforta y seduce al paladar. La carne es tierna, húmeda y amansada por la cocción larga. El pimentón que la impregna se casa perfectamente con sus fibras. Su escolta son unos pequeños spätzle (ñoquis) que absorben la salsa y complementan la estructura del plato. Cierre con una de las cinco versiones de strudel, sin olvidarse de un buen café caliente. La mejor manera de vivir y disfrutar del frío invernal.