Clarín - Viva

ARBUS LA OTRA MIRADA

El Malba presenta una muestra de la legendaria Diane Arbus, fotógrafa de obra perturbado­ra y vida polémica. Icono del siglo XX, se suicidó a los 48 años.

- POR MIGUEL FRIAS

Desde el comienzo en cuna de oro hasta el final a venas abiertas y sedantes 48 años después, la vida de Diane Arbus trazó un arco de guión de cine. También su arte: sus fotografía­s, emblemas del siglo XX, en especial de los ‘60, fueron desde lo publicitar­io, la alta moda, hasta la marginalid­ad más perturbado­ra y revulsiva, con seres excluidos, invisibles, retratados en parques, morgues, bares, hoteles y camarines sórdidos. Para algunos fue una artista genial; para otros, una adicta al morbo, lo que no es excluyente. Su obra generó admiración y rechazo de igual intensidad: gran señal, en arte. Norman Mailer dijo: “Darle una cámara es como darle una granada a un bebé”. Susan Sontag escribió: “Fotografia­do por Arbus, cualquiera es monstruoso”. Nicole Kidman la interpretó en la película Retrato de una pasión, estrenada en 2006, 35 años después del suicidio.

El jueves 13 el Malba inaugurará En el principio, muestra organizada por The Metropolit­an Museum of Art con cien fotos que dan cuenta del giro en la carrera de Arbus, entre 1956 y 1962, cuando salió a recorrer Nueva York buscando personajes más “leves” que los que la convertirí­an en leyenda. La fotógrafa nació en esa ciudad el 14 de marzo de 1923 como Diana Nemerov. Su madre, Gertrude Russek, había heredado una casa de pieles en la Quinta Avenida. Su padre, David Nemerov, era un simple empleado. La pareja se casó en contra de la voluntad de la familia Russek. Pero el negocio se transformó en un emporio que superó la crisis del 30 y no paró de crecer. El matrimonio, millonario, tuvo tres hijos: Howard, Diane y Renee.

A los que crean que familia y dinero son sinónimos de bienestar hay que decirles la verdad: no. No, al menos, para Diane. Con padre ausente y madre depresiva, ella y sus hermanos se criaron entre personal doméstico: solos. Patricia Bosworth, autora de Diane Arbus: una biografía, recuerda la atracción que le provocaban los borrachos, los mendigos, los fuera de norma, y su exhibicion­ismo: se masturbaba con las ventanas abiertas, procurando ser vista. Era inseparaba­ble de Howard. El año pasado, en su libro Diane Arbus: Portrait of a Photograph­er, Arthur Lubow sostuvo que los hermanos tuvieron sexo desde la adolescenc­ia hasta la muerte de ella.

Lo cierto es que, cuando tenía 14 años, Diane se enamoró de Allan Arbus, un fotógrafo que trabajaba en el área publicitar­ia de la tienda familiar y que

había abandonado la universida­d. Se casaron cuando ella cumplió 18, ante el rechazo de sus padres: la historia familiar se repetía. Allan le enseñó fotografía ( hasta entonces Diane pintaba) y le regaló su primera cámara, una Graflex. En 1945, la pareja tuvo su primera hija, Doon, y fundó un estudio fotográfic­o en el que trabajaban con modelos para revistas como Glamour, Vogue o Harper’s Bazaar. En 1954, tras el nacimiento de la segunda hija, Amy, Diane empezó a abandonar la fotografía de modas y a buscar nuevos rumbos, empuñando una cámara 35 milímetros.

En 1958, Allan decidió convertirs­e en actor (con los años, interpreta­ría al psiquiatra de la serie MASH). En la escuela de actuación, empezó una relación paralela con una compañera. Diane tam- bién tenía sexo extramatri­monial. La pareja terminó separándos­e; las hijas se quedaron con ella, cuya carrera artística, influida por fotógrafos como Lisette Model –su maestra–, Berenice Abbott –con la que también tomó clases– o Robert Frank, y por la literatura, el cine (un ejemplo: el filme Freaks, de Tod Browning) y la contracult­ura pop de los ‘60, fue cada vez más provocativ­a: brutal y sofisticad­a; revulsiva y exquisita. Dinamitó los parámetros de belleza y mostró un trasfondo social ignorado. Se adelantó a su tiempo. Una anotación cotidiana, en un cuaderno de 1959, da cuenta de su vida dual: “Comprar el regalo de cumpleaños de Amy, ir a la morgue”.

Sus fotos se transforma­ron en íconos. Un chico de mirada lunática, en el Central Park, con una granada en la mano. Un hombre gigante, encorvado, mirándose con sus padres en un departamen­to del Bronx. Un grupo de discapacit­adas mentales con aspecto de niñas viejas, en un psiquátric­o de Nueva Jersey. “Los freaks no andan por la vida temiendo lo que podría pasarles porque ya les ha pasado. Ya pasaron su prueba. Son aristócrat­as”, dijo alguna vez. Hacía un trabajo arduo para lograr la complicida­d de sus retratados. A veces, además, se acostaba con algunos de ellos, como con –según Lubow– Eddie Carmel, el gigante, o Lauro Morales, un enano. Otras veces, se desnudaba para acompañar sus muchas sesiones de desnudos, como en una fotografía de un jubilado y su esposa. Hizo a travestis sin ropa, a hombres mayores con prostituta­s y hasta un autorretra­to en un espejo.

Más allá de su eje en lo esperpénti­co, las tomas de Diane fueron amplias: desde su padre muerto, en el ataúd, hasta Jorge Luis Borges en un Central Park de árboles pelados. En sus últimos años, se hundió en una depresión feroz, como la que había sufrido su madre. “Me falta confianza hasta para cruzar la calle”, escribió. Sus fotos, en cambio, tuvieron una potencia abrumadora hasta el fin. Se suicidó el 26 de julio de 1971 en su casa del Greenwich Village, cortándose ambas muñecas. Una medida fría de su ascenso: en 1969 había logrado venderle tres fotos al Museo Metropolit­ano de Arte: 75 dólares cada una; en 2015, la foto del niño con granada, firmada por ella, se vendió en 785.000 dólares.

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 ??  ?? EN UN BAR La foto, llamada Jack Dracula at a Bar, fue tomada en 1961 y formará parte de la muestra del Malba.
EN UN BAR La foto, llamada Jack Dracula at a Bar, fue tomada en 1961 y formará parte de la muestra del Malba.
 ??  ?? AUTORRETRA­TO EN EL ESPEJO Diane Arbus, en su etapa de desnudos, se fotografió junto a su cámara, sin ropa.
AUTORRETRA­TO EN EL ESPEJO Diane Arbus, en su etapa de desnudos, se fotografió junto a su cámara, sin ropa.

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