Fiesta versus naturaleza
La veneración por la Virgen del Rocío hunde sus raíces en la Baja Edad Media española, con un fenómeno muy frecuente en toda la geografía del país: el de las apariciones marianas. Esta reunión de fieles, que se produce en una pequeña aldea cerca del mar, en la provincia de Huelva, reúne a más de un millón de devotos llegados de todo el territorio español. Más de un centenar de hermandades (la mayoría de Andalucía) recorren una media de cien kilómetros a pie, con carretas tiradas por bueyes y mulas, para llegar a una aldea rural en la que, en la madrugada del Lunes de Pentecostés (que este año fue el 5 de junio), procesiona la Blanca Paloma, como también se conoce a la Virgen del Rocío. A lo largo de los caminos de ida y vuelta a sus localidades de origen, los romeros (como se les llama a los peregrinos que participan de la romería) cruzan por el espacio natural más importante del continente europeo: el Parque de Doñana, un espacio de alta conservación medioambiental que sirve de hogar a miles de especies protegidas, como el lince ibérico –el felino más amenazado del planeta– y millares de aves migratorias africanas. El carácter festivo de esta manifestación religiosa hizo mucho daño a Doñana, pero en las últimas décadas autoridades y devotos han llegado a un punto de óptima comunión con el paisaje.