Tras los rastros de una extinción
recorrió los bosques andinos de Santa Cruz en busca de los pocos ejemplares que quedan de huemul, una especie a punto de desaparecer. Un fenómeno que afecta al hombre.
En las noches de luna llena, el cerro San Lorenzo brilla como si lo iluminaran con luces LED. Un rato antes, el río Lácteo se había puesto de intenso color plata, mientras rugía serpenteando por un valle nevado, salpicado por bosques de lenga. Pero el paisaje mágico del Parque Nacional Perito Moreno, en la provincia de Santa Cruz, tiene –sin embargo– un eslabón perdido: el huemul. Y esto es una paradoja, porque se trata de un ciervo autóctono que evolucionó en este ambiente durante miles de años, contribuyendo a darle una fisonomía que produce encantamiento.
Unos kilómetros antes, en la entrada del parque, un cartel advierte: “Atención: área con huemules”. Lo pusieron porque vieron un ejemplar cruzando hacia el límite de la estepa, donde los que mandan son los guanacos. Pero eso sucedió hace ya años. Lo seguro es que, desde entonces, no han vuelto a ver ninguno. Hasta hace un siglo, en cambio, su figura era omnipresente. Hoy es tan difícil encontrarlo que el biólogo Alejandro Serret lo apodó “el fantasma de la Patagonia”.
El huemul tiene orejas grandes y cara realmente bonita. Los machos cambian todos los años sus astas, que son cortas y terminan en una especie de “v” corta. Es manso y curioso. Buen nadador. Sube ágilmente por la montaña sin dañar nunca el suelo. Había decenas de miles de ejemplares hace un siglo. Hoy se cuentan unos 1.500 en total, entre Argentina y Chile, donde lo veneran hasta en el escudo nacional. ¿Qué pasó?
Cuando desaparece un animal tan carismático, no sólo se va una forma particular y única de vida, sino también un pedazo de un sistema natural integrado, que funcionó como mecanismo de relojería a través del tiempo. No sólo es un bicho: es todo un territorio. Por algo, el biólogo Hernán Pastore, que nos acompaña con la mochila al hombro durante días por la montaña en nuestra búsqueda del huemul, afirma que un bosque no produce el mismo hechizo cuando la especie no está. Lo dice con bronca, por supuesto.
“El huemul es el principal herbívoro del bosque andino patagónico. Su desaparición ya es ecológicamente un desas- tre”, sentencia Pastore, que está frente al programa de Parques Nacionales dedicado a la conservación de esta especie. “Es un montón de bagaje evolutivo que se transformó entre glaciares y montañas, un ciervo adaptado al frío y el terreno escarpado. Un bosque sin huemul es biológicamente más pobre”, agrega.
El huemul no es la única especie que sobrevive acorralada, aunque su situación crítica tenga características puntuales. En realidad, la aniquilación de especies animales y vegetales es gigante y ocurre a nivel mundial. “El huemul es un ejemplo del proceso de extinción en masa”, dice Pastore. Esa destrucción de la vida sucede de manera tan acelerada que los biólogos y ecólogos ya hablan de la “sexta extinción”.
Desde que el mundo es mundo, la existencia de los seres biológicos se apagó en forma masiva cinco veces. La más conocida y familiar para todos nosotros sucedió hace 65 millones de años, cuando un asteroide impactó de lleno en lo que hoy es la península de Yucatán, eliminando de plano a los dinosaurios.
Cuando pensamos en ese evento tan radical, que transformó tanto el paisaje de la Tierra, no se nos ocurre que podamos ser contemporáneos de algo a semejante escala. Y sin embargo, la sexta extinción está delante de nuestros ojos. Lo del huemul es sólo un ejemplo cercano por su identidad ligada al bosque andino patagónico, que es parte de las grandes postales paisajísticas argentinas.
“Si bien en otro momento se han extinguido en número más especies, nunca en esta tasa y en un tiempo de 200 años, como está ocurriendo ahora”, afirma Claudio Campagna, biólogo, filósofo, profesor e investigador de la Universidad de California, en Santa Cruz. El sostiene que aunque “la extinción es un fenómeno que ocurre en forma constante y regular desde el origen de la vida”, lo inédito, y por cierto “antinatural”, es la escala.
“A lo largo de la historia de la vida, hubo cinco eventos en el que la proporción de las formas de vida que desapareció fue significativamente mayor a lo que es la extinción de base. Pero eso ocurrió a lo largo de períodos geológicos. Ahora es perfectamente posible que vayamos a una eliminación del mismo nivel de las grandes extinciones”, señala.
Campagna afirma que puede llegar
a desaparecer “la mitad de las especies actuales”, y que al revés de otras crisis similares, en las que intervinieron, por ejemplo, erupciones volcánicas a nivel global, esta se debe a sólo un factor: nosotros. Una especie arrasando a todas las demás. ¿Tendremos la voluntad y visión para frenar este proceso? ¿Se podrá salvar de una especie por vez?
Cambios cruciales. Hay una razón clave que explica lo que está pasando a nivel global y que se aplica perfectamente a la (mala) suerte del huemul: la desaparición y transformación de su hábitat. Aunque el sendero del Parque Perito Moreno por el que caminamos nos parezca eterno, imperturbable en el tiempo como sus macizos imponentes, el lugar no es el mismo que encontraron los primeros pioneros blancos que se insta- laron en la zona (los tehuelches rehuían del bosque). “Los ambientes que ves hoy son muy distintos a los de hace 400 años. Muchas especies son exóticas”, cuenta Pastore, mientras andamos.
Entender qué pasó con el ciervo andino fue como armar un rompecabezas incómodo, sobre todo para biólogos como Pastore, que se ha pasado media vida buscando al animal por toda la Patagonia, en montañas a las que generalmente nadie accede y en condiciones climáticas que se pueden volver muy adversas. Va con su mochila al hombro, la carpa y la bolsa de dormir, y ahora, lleva también parte de mis bultos, mientras trata de encontrar el cérvido, esta vez para nosotros. Vamos, además, con otro guía experto, el guardaparque Mariano Spisso, otro hombre de montaña, que nos hace caminar 13 kilómetros de
ida por la tarde, y otros 13 de vuelta, a la mañana siguiente. El ni se cansa.
“El huemul es un animal que tiene misterio alrededor. No se sabía dónde estaba, qué le había pasado”, cuenta Pastore en la travesía. Pasó cinco años estudiándolo sin poder ver ninguno. Por su estado crítico, en 1996, el huemul fue declarado “monumento natural”, por lo cual no se lo puede cazar o comercializar, ni siquiera colectar sus restos sin permiso. También está en la lista roja de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN), como especie en riesgo de extinción.
El área de distribución geográfica del huemul abarcaba a todo el bosque andino patagónico, desde el norte de Neuquén hasta el sur de Santa Cruz. Hoy su existencia está fragmentada en ciertos núcleos, con lo cual, su reproducción es