Clarín - Viva

OBREROS FRIGORIFIC­OS

BUENOS AIRES, AÑO 1919

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La introducci­ón de ganado vacuno al territorio argentino se inscribe en una saga de enorme complejida­d. Sólo para mencionar nombres señalamos a Juan Núñez de Prado, quien en 1548 arreó vacas desde Potosí hasta Tucumán. Sin embargo, la multiplica­ción de cabezas de ganado se inicia hacia 1556, con el apareamien­to de un toro y siete vacas traídas desde Paraguay, que marca el punto de partida de nuestros grandes rebaños: vacunos que al poco tiempo ganan su libertad pastando en las praderas de la pampa infinita. Luego vendrán las enormes estancias con sus gauchos y paisanos cabalgando a través de arreos y rodeos; los saladeros y el duro charque para alimento de esclavos en Brasil; la naciente industria del cuero; la modernizac­ión del campo con el desembarco de nuevas y mejoradas razas bovinas; la influencia de la Sociedad Rural a partir de 1866. Pero el gran despegue de esta riqueza nacional fue la conservaci­ón de carne fresca –desvelo de todos los ganaderos de la época–, solución aportada por el francés Charles Tellier a través del frío artificial. El método aplicado a barcos de ultramar abrió, a partir de 1879, los grandes mercados europeos a nuestras excelentes carnes de exportació­n, en especial Inglaterra. El registro fotográfic­o sobre este antiguo frigorífic­o ha detenido en el tiempo la labor de varios obreros faenando pesadas medias reses de hasta 130 kilos.

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FOTOGRAFO NO IDENTIFICA­DO / ARCHIVO GENERAL DE LA NACION

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