Valiente, solidaria y creadora de un lenguaje propio
Sería ridículo en estas pocas líneas hacer una presentación formal de Graciela Fernández Meijide. Reiterativo e innecesario. Pero sí acercarles a una mujer sensible, a su calidez no ficticia (o producida, como se dice actualmente) y a la portadora de huellas de una historia transitada por dolores, luchas y la exigencia de decisiones que tuvo el coraje de tomar. Era profesora de francés: vaya paradoja esa función de enseñar a hablar, a comunicar y más aun a pensar. Chocó con la experiencia trágica que fue la desaparición, el asesinato, donde prevaleció lo indecible, lo devastador de la impotencia, lo impensable. Obviamente fue esencial su marido y sus otros dos hijos para poder soportar juntos esa salvaje violencia. Una de las conductas elegidas, que la ayudó en los momentos en que el vacío le hacía confundir hasta su propia identidad, fue acompañar a otros, creando tramas comunes. Tuvo que lidiar –y me dijo que su terapia fue muy importante para esto– con las fantasías e impulsos tanto lógicos como sintomáticos. Sufrió ambivalencias de aquellos que no fueron capaces (algunas veces por angustia) de acompañarla en su itinerario. También debió captar las propias ambivalencias y saber que allí es imprescindible una introspección honesta. Lo hizo. Es la forma de acercarse a nuestras verdades: sin verdad no hay fuerza para seguir. Para concluir estas líneas vale destacar cómo ingresó a la arena política para escribir sus propias palabras con sus nuevos idiomas y ser protagonista activa con sus nuevos argumentos, en escenarios que hasta entonces eran desconocidos. Es otro capítulo de su vida. De una mujer que no olvida jamás el homenaje amoroso a quien la puebla y alimenta.
(*) Psicoanalista y escritor