Clarín - Viva

El bordó le pone color a los últimos fríos

- POR FELIPE PIGNA

Uno de los personajes más extraordin­arios de nuestra historia es Gregorio Aráoz de Lamadrid. Nació en Tucumán el 28 de noviembre de 1795. En 1811 se incorporó a las milicias del general Belgrano, que tendría en Lamadrid a uno de sus hombres más cercanos y confiables. Estuvo junto a Don Manuel en las batallas de Salta y Tucumán pero también en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma.

El 15 de abril de 1817, al mando de 150 hombres, sitió y ocupó la ciudad de Tarija. Siguió aquella campaña batallando sin parar y llegando a Tucumán con 386 soldados, más del doble del número original porque se le fueron sumando voluntario­s. Belgrano lo ascendió a coronel. Para entonces las batallas por la independen­cia se mezclaban con nuestras guerras civiles y Lamadrid optó por el bando unitario.

Será el gran enemigo de Quiroga, que lo derrotó en El Tala el 27 de octubre de 1826. Aquí ocurrió una escena de película en la vida de Lamadrid: se le vino encima un pelotón de 15 montoneros a los que enfrentó solo. Terminó con el tabique nasal roto, una herida punzante en el estómago y un tiro de gracia en la cabeza. Sacando fuerzas de vaya a saber dónde, logró arrastrars­e hasta un rancho y sobrevivir. El Tala fue una derrota tremenda, pero también el nacimiento de la leyenda “Lamadrid el inmortal”. Algo de eso había porque para diciembre ya había recuperado no sólo la salud sino el mando de su provincia y las ganas de revancha frente a Quiroga, que lo volvió a derrotar en el Rincón de Valladares el 6 de julio de 1827. Se exilió en Bolivia, pero al enterarse de la sublevació­n de Lavalle, a fines de 1828, se unió a sus filas. Por todos los medios trató de impedir el fusilamien­to del gobernador derrocado, el federal Manuel Dorrego.

La revancha con su pesadilla, Facundo Quiroga, le llegaría en las batallas de La Tablada y Oncativo, tras las cuales desataría su furia y una verdadera carnicería contra los montoneros derrotados. Por la captura del máximo jefe político-militar unitario, el general Paz, Lamadrid debió asumir la jefatura en un contexto desfavorab­le, con la creciente influencia de Rosas.

Llegaría la hora señalada para Quiroga en La Ciudadela de Tucumán el 4 de noviembre de 1831. La derrota fue total y Lamadrid marchó a Bolivia y de allí a Montevideo en 1834. Por uno de esos extraños misterios, su enemigo Rosas le encomendó la misión de poner orden en el Norte y limpiar de unitarios aquellos territorio­s. Lama- drid fue, pero para seguir militando en la causa unitaria con los recursos de la Buenos Aires federal.

Lavalle decidió unir fuerzas con Lamadrid en Córdoba. Pero los hombres se desencontr­aron y Lavalle fue derrotado en Quebracho Herrado y partió a La Rioja, y Lamadrid decidió hacerse fuerte en Tucumán, desde donde lanzó una ofensiva sobre Cuyo que terminaría en la derrota de Rodeo del Medio el 24 de septiembre de 1841. Se fue a Chile con la ayuda de Sarmiento.

Las noticias corrían lentas y Lamadrid no pudo enterarse a tiempo que Lavalle moría asesinado en Jujuy. En 1846 volvió a Montevideo para unirse al exilio antirosist­a. Cinco años más tarde sería contactado por emisarios de Justo José de Urquiza para que comandara una de las alas de su “ejército grande”, que pondría fin al período rosista en la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852. Cuando la tropa hizo su entrada a Buenos Aires, hubo un solo oficial llevado en andas por la gente: Aráoz de Lamadrid.

Después escribiría sus memorias que son, junto a las del general Paz, una fuente imprescind­ible para conocer la historia desde la mirada unitaria. Murió en Buenos Aires en 1857, su cuerpo fue trasladado a Tucumán y depositado en la catedral.

Aráoz de Lamadrid lideró una de las alas del “ejército grande” de Justo José de Urquiza, que pondría fin al período rosista. Cuando la tropa ingresó a Buenos Aires, fue llevado en andas por la gente.

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FELIPE PIGNA HISTORIADO­R consultasp­igna@gmail.com

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