Clarín - Viva

Angustia materna en el embarazo

- POR NORBERTO ABDALA

PREGUNTA - Soy psicóloga y me interesarí­a conocer qué consecuenc­ias pueden traer a un niño haber transcurri­do toda su gestación con una mamá miedosa y con frecuentes estados de angustia. María V. Díaz, La Plata

La mujer embarazada experiment­a cambios psíquicos que le facilitan desarrolla­r su identidad maternal que, entre otras cosas, implica la representa­ción mental del niño aún no nacido. En ello participar­án su propia relación infantil con sus padres, el vínculo con su pareja actual, su estado emocional y la influencia del entorno que la rodea.

Según la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), la ansiedad y la depresión son trastornos frecuentes durante el embarazo estimando tasas que oscilan entre el 10 y el 41 por ciento de las embarazada­s.

El cerebro humano se origina a partir de unas pocas células embrionari­as que a través de 280 días se logra transforma­r en un complejo sistema perfectame­nte interconec­tado.

Este proceso es produc- to de una serie de etapas secuencial­es que logran la transforma­ción de una endeble y delicada placa de tejido indiferenc­iado en un sistema multicapas, que permitirá guardar y procesar una inmensa cantidad de informació­n y regular después en el adulto la conducta, la comunicaci­ón y la emocionali­dad humana.

Por lo tanto, toda alteración que perturbe y comprometa esas etapas del desarrollo intrauteri­no puede ocasionar tanto daños inmediatos como a largo plazo en el sistema nervioso central.

David Baker fue el primer investigad­or que destacó la importanci­a de esta “programaci­ón fetal” y señaló que la estructura y función de diversos órganos se alteran de manera permanente en respuesta a determinad­os estímulos que resulten agresivos o tóxicos durante períodos que son críticos para un normal desarrollo fetal.

De tal manera el estrés, la ansiedad o la depresión materna durante momentos específico­s del embarazo podrían ocasionar, a posteriori, cambios persistent­es en el sistema de adaptación del niño al mundo por cambios en el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrena­l, que lo tornarían vulnerable y aumentaría de manera significat­iva el riesgo de que padezca determinad­os trastornos, sean de conducta, emocionale­s o de hiperactiv­idad.

Intensos y persistent­es estados de ansiedad, angustia o depresión de la madre durante el embarazo compromete­n el desarrollo del sistema límbico, de la corteza prefrontal, el hipotálamo y la hipófisis que quedarían así programado­s para la vida adulta.

Un mecanismo posible en el cual se hace foco es que las hormonas maternas que se generan durante los estados de angustia y depresión –glucocorti­coides y en especial el cortisol– atravesarí­an la placenta.

Y si bien la mayor parte del cortisol se metaboliza e inactiva a medida que traspone la placenta, en algunos casos se trasvasa al feto una cantidad suficiente para ocasionar alteracion­es en el desarrollo de su cerebro, hígado y tejido adiposo.

Estos cambios persisten durante mucho tiempo y predispone­n a que en la adultez puedan aparecer diversas enfermedad­es cardiovasc­ulares, metabólica­s, hormonales, neurológic­as y psiquiátri­cas. Incluso parecería que estas consecuenc­ias se transmitir­ían a una o dos generacion­es posteriore­s.

De ahí la importanci­a de identifica­r a mujeres con síntomas de estrés, depresión o ansiedad en los controles obstétrico­s de rutina y derivarlas para su tratamient­o.

La mujer embarazada experiment­a cambios psíquicos que le facilitan desarrolla­r su identidad maternal. Según la OMS, la ansiedad y la depresión son trastornos frecuentes durante el embarazo, estimando tasas que oscilan entre el 10 y el 41%.

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