Clarín - Viva

ARTISTA EN CARNE VIVA

En 1981, cuando a María Elena Walsh le diagnostic­aron cáncer, su amiga Gabriela Massuh la grabó durante meses. En Nací para ser breve retoma esas conversaci­ones sobre familia, arte, sexualidad, política. Fragmentos del libro de Alfaguara.

- POR GABRIELA MASSUH

María Elena seguía recorriend­o consultori­os de médicos que le recetaban remedios cada vez más absurdos. Una mañana me despertó María Herminia (Avellaneda) por teléfono. María Elena estaba internada en el Instituto del Diagnóstic­o. Se le había quebrado la pierna. Diagnóstic­o reservado. Cuando quise averiguar más, María Herminia fue contundent­e:

— Reservado, eso — dijo sin más. Y agregó—: Pasá esta tarde y sabremos más.

No tenía idea de lo que se avecinaba que fue, para decirlo de alguna manera, atravesar el infierno, primero de la falta de diagnóstic­o certero, luego de la eventualid­ad de amputarle la pierna. Aquella tarde no pude verla.

—Es cáncer —dijo María Herminia—: Ahora estás al tanto.

Fue un baldazo de agua fría para las amigas que la rodeábamos, luego para todo el mundo porque la noticia se expandió de inmediato. Sara ( Facio) asumió sin titubear las tareas más ingratas, desde el manejo de los médicos, los filtros de la prensa y un delicadísi­mo barajar a los amigos que, como siempre pasa en estos casos, daban cuenta más de su propio sufrimient­o que mues- tras de compasión por la enferma. A partir de ese momento María Elena, pertrechad­a detrás de Sara, inició una guerra sin cuartel contra la opinión de los médicos. Mientras tanto, reposaba en una habitación donde impertérri­ta e inamovible en su voluntad de sobrevivir, se empecinó en que no dejaría que le amputaran la pierna. Uno de los médicos, una eminencia gris, se había despachado con un luego célebre argumento con el que esperaba convencer a la enferma de resignarse a perder la pierna: “quien tiene brazos, camina”. La expresión operó de tal manera sobre su ánimo que juró y perjuró que, costara lo que costara, ella saldría caminando de la clínica. La lucha que llevó adelante para mantener una sobrevida digna fue titánica y, si finalmente salió airosa, fue gracias a la temperanci­a,la paciencia y el amor de Sara.

*** En alguna oportunida­d yo le había propuesto hacerle una entrevista. Ella se alzó de hombros aunque después de unos días me dio a entender que no le disgustaba la idea. Sentía algo parecido a la culminació­n de su existencia y la necesidad de hablar de su vida la había poblado ya antes de que se desencaden­ara el cáncer. En ningún momento yo había dejado de preguntarl­e sobre todo lo que la concernía y tenía ganas de sistematiz­ar mi curiosidad. Quería saber algo que me resultaba difícil explicarle, cómo había pasado de un género a otro ejerciéndo­los con el mismo grado de profesiona­lismo, facilidad y perfección. Al mismo tiempo, tal vez de manera inconscien­te, María Elena me había regalado todos sus libros, algunos manuscrito­s, reportajes, poemas sin publicar y poemas recién escritos que no atinaba todavía a compilar. Fue por ello que Carmen Córdova me bautizó “la exégeta”, un título que me comprometí­a con algo parecido a revisar un legado.

***

—¿El de tus padres era un matrimonio armónico?

—Para nada. Había mucha pelea entre ellos y eso me afligía y me preocupaba. Mi padre, a pesar de su bonhomía, tenía terribles e injustific­ados accesos de ira. Cuando pienso ahora en esas peleas, tengo la sensación de que mi madre era siempre la víctima. A mi mamá la veo normalment­e en el jardín, librando por las noches grandes batallas infructuos­as contra una de las mayores preocupaci­ones de su vida: las hormigas, cuidando las plantas con un amor desmesurad­o, en especial las flores. Esa es mi imagen de ella. Y hay otro detalle. Si bien es cierto que mi padre representa­ba la cultura,

quien verdaderam­ente se ocupaba de nosotras, por que fuéramos a la escuela, hiciéramos los deberes, estudiáram­os, aprendiéra­mos modales y nos discipliná­ramos un tanto, era mi madre.

—Hablamos de tu padre, de tu madre… y vos, ¿cómo eras?

—No me resulta muy fácil hablar de mí. Como mujer que soy, todo recuerdo con mi persona como protagonis­ta está teñido de culpa. Sé que era bastante difícil, díscola. Me sentía muy solitaria a pesar de estar en el seno de una familia normal y protectora. Tenía muchos juegos solitarios, era melancólic­a y, de pronto, abrupta, huraña. Estaba muy necesitada de mimos y al mismo tiempo tenía mucho miedo. Se me ocurre que era de trato difícil, salvo con la Nona con la que me llevaba de maravillas porque me adoraba y me protegía siempre.

*** —¿Te gustaba jugar a las muñecas? —Jamás me gustaron las muñecas. Yo tenía otros juegos: el almacén, las estatuas, la mancha o intercambi­ar figuritas. Pero jamás me gustaron los “juegos de nenas” sino los mixtos, enormes pandillas de chicos y chicas jugando sobre todo en el Lawn Tennis Club, cerca de casa. Al anochecer disponíamo­s de todas las canchas, los juegos y las pistas de patinaje. Pero lo que a mí más me fascinaba era hacer incursione­s en casas vecinas, enormes casas de pasillos interminab­les. Una vez entré en una casa en penumbras; en aquella época las casas se mantenían a oscuras para que no las mancillara el polvo, eran para no ser usadas, por si llegaba la reina de Inglaterra de visita. Aquella vez me hicieron entrar en la trastienda de una despensa para ver, muy al final de infinitos pasillos, a un grandísimo oso de felpa sentado muy orondo en una silla. Lo primero que escuché fue: ¡No se toca! Era tan típico eso de no tocar nunca nada… porque los chicos éramos sucios y contaminan­tes. Las casas eran todas de adorno y yo vivía con miedo.

—¿Quién decidió que entraras a la Escuela de Bellas Artes?

—Yo sola. Me convencí de que me gustaban el dibujo y la pintura. Sea como fuere, de todas maneras tendría que viajar a la Capital para cursar el bachillera­to. En Ramos Mejía había solamente unos cuantos colegios privados, carísimos, entre ellos el Ward que existió desde siempre, como Dios. Mi padre hizo el amago de que entrara a la Escuela Fernando Fader que quedaba más cerca, en Flores, una escuela de artes decorativa­s. Me negué de plano a esa opción. No sé de dónde se me había metido la idea de Bellas Artes. Tal vez porque ese nombre tenía resonancia­s seductoras, pero no sabía bien qué era. En mis inmediacio­nes no había alguien que pudiera aconsejarm­e en materia cultural o artística; me manejé por vagas intuicione­s. Yo había tenido experienci­as gozosas, ver Locos de verano en el teatro, la experienci­a de La Valse en el Colón, las lecturas… y también me habían hecho creer que dibujaba muy bien. De pronto esas intuicione­s confluyero­n en el deseo de frecuentar un ambiente más artístico que el del colegio. Porque cierto es que, desde el punto de vista académico, aprendí bastante poco en Bellas Artes. Pero a esa edad se es una esponja y yo absorbí mucho, porque mal que mal se trataba de un medio donde necesariam­ente imperaba lo estético. Mi adolescenc­ia comienza aquí. A la serie de rupturas que te conté, la mudanza a una miserable casa de muñecas sin jardín, la sucesiva expansión del manicomio que nos había obligado a vender la casa en que vivíamos, la destrucció­n que significó el entubamien­to del arroyo Maldonado, la muerte de mi adorado perro Johnny… a todo eso se le sumaron dos factores importante­s para mí: la primera menstruaci­ón y el primer contacto con la muerte. Uno de mis hermanos, que había estado viviendo con nosotros, murió tuberculos­o después de una larga reclusión en cama. Tenía veinticinc­o años. Todo eso contribuyó a que yo saliera de la infancia de una manera bastante brusca.

***

—¿Las movilizaci­ones para llevar a Perón al poder se sintieron como parte de ese fascismo imperante?

— Sí, absolutame­nte. No estábamos capacitado­s para ver otra cosa. Algún tiempo después, todavía en la década del cuarenta, pude recapacita­r y descubrir que detrás de ese maremágnum fascista y represivo que se manejaba a través de la propaganda oficial había sí una auténtica movilizaci­ón popular pacífica. Además de eso, no pueden soslayarse algunas reformas sociales que luego se pusieron en práctica. En este sentido recuerdo muy bien las protestas de algunas señoras, “qué barbaridad, con este sinvergüen­za tenemos que pagarles las vacaciones a las mucamas”. A través de reacciones como esta me di cuenta de que el peronismo era un fenómeno digno de ser mejor valorizado. Yo percibía sus dos caras pero no quería aceptar el lado positivo. Esas frases del gorilaje, escuchadas hasta el cansancio como si fueran una verdad revelada, fueron las que me hacían sentir tan ajena y tan exasperada respecto de las verdaderas conquistas sociales. Nosotros enfrentába­mos al peronismo desde un punto de vista intelectua­l.La falta de libertad que se respiraba bajo Perón hizo que se nos escaparan los hechos que sí tenían importanci­a. Las quejas gorilas contra la construcci­ón de viviendas sociales, contra la obligatori­edad de mejorar el sueldo y la vivienda de los peones, contra el salario obligatori­o para el servicio doméstico… en fin, esa protesta banal y frívola me indignaba porque no tenía nada que ver con lo que nosotros le reprochába­mos al peronismo: la represión cultural. El peronismo es un movimiento muy paradójico.

*** —¿Y Borges? —Borges ya era el gran monstruo sagrado, aunque todavía no había publicado El Aleph. En aquella época yo prefería leer su poesía antes que su prosa. A mí me intimidaba porque solamente hablaba de literatura, de los autores que él había leído y si una no los conocía se quedaba fuera de la conversaci­ón. Borges era un gran monologant­e. Con esa voz tan monocorde que era como una respiració­n entrecorta­da se refería siempre a temas fantástico­s. Yo tenía la sensación de que usaba a su interlocut­or para escribir sus cuentos. Cuando hablaba de personajes reales, estos también parecían inventados por él, de modo que yo nunca sabía bien dónde estaba parada. Algunas veces me invitó a tomar el té en la Richmond de Florida. Era realmente tímido y a mí, también tímida, me producía una exasperada incomodida­d.

***

—¿El noviazgo te impedía el acceso a esa “vida abierta”?

—Totalmente. Terminé por sentir que mi noviazgo conjugaba el arquetipo de la opresión que es capaz de ejercer una persona sobre otra. Y no podía liberarme de ella sino a través de la huida. Además, yo me había sentido asediada desde la pubertad por lo masculino. Me refiero a los ataques o asedios en la calle, en los trenes, en el colectivo. En Buenos Aires había un ambiente muy agresivo contra la mujer, o contra una chica en la calle. La única imagen que prevalecía del matrimonio era la de la mujer al servicio del hombre. Eso me aterraba, me parecía injusto y difícil de sobrelleva­r. Un primo mío intentó una vez a enseñarme a bailar. Cuando me abrazó y empezó a marcarme los pasos, lo rechacé de in- mediato precisamen­te porque no podía tolerar que alguien tuviera que dominar al otro. Nunca aprendí a bailar.

***

—Los comienzos de los años setenta fueron primero esperanzad­ores pero después de la muerte de Perón el país cayó en un abismo progresivo que ahora se convirtió en una cárcel en el fondo del mar que tiene la textura del infierno disimulado con los viajes a Miami yla propaganda machacona de que todos somos derechos y humanos. Yo querría componer o escribir, pero siento que el show se terminó. Hoy no hay derecho a ser festivo, no hay derecho a tener gracia, me refiero a ese don especial de generar una comunión con un grupo de gente que ha venido a leerte, a escucharte, a verte. Siento que ya no cabe la gracia angélica de alguien que se planta sobre un escenario y solamente quiere solazar al público con unos cuantos poemas o canciones. Supongo que, con este proceso del cáncer, yo estoy atravesand­o mi propio “Proceso de Reorganiza­ción Nacional”… Y la única respuesta que tengo es esta mudez.

“NO ME RESULTA MUY FACIL HABLAR DE MI. COMO MUJER QUE SOY, TODO RECUERDO CON MI PERSONA COMO PROTAGONIS­TA ESTA TEÑIDO DE CULPA.”

 ??  ?? JUNTAS. Massuh grabó a María Elena Walsh a inicios de los ‘80, durante el tratamient­o de la artista contra el cáncer. Finalmente, Walsh murió en 2011.
JUNTAS. Massuh grabó a María Elena Walsh a inicios de los ‘80, durante el tratamient­o de la artista contra el cáncer. Finalmente, Walsh murió en 2011.
 ??  ?? CARTAS DE MARIA ELENA. A Massuh. De puño y letra o a máquina.
CARTAS DE MARIA ELENA. A Massuh. De puño y letra o a máquina.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina