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ZAMA: LA OBRA MAESTRA QUE SE MULTIPLICA

LA NOVELA DE ANTONIO DI BENEDETTO FUE LLEVADA AL CINE POR LUCRECIA MARTEL. Y, A SU VEZ, ESTE TRABAJO ES EL TEMA DE UN NUEVO LIBRO DE SELVA ALMADA. LAS DOS HABLAN DE ESTA CONEXIÓN CREATIVA.

- POR JIMENA NESPOLO FOTOS: VALERIA FIORINI Y EUGENIO FERNANDEZ ABRIL

Pensé en un ejército indígena, una jauría de cimarrones famélicos, una manada de animales salvajes…” pero no. Era apenas una tribu de indios ciegos, guiados por un puñado de niños. Con esa escena de la novela Zama ( 1956) de Antonio Di Benedetto o, mejor dicho, con los prolegómen­os de su filmación se abre y se cierra la crónica del rodaje escrita por Selva Almada ( El mono en el remolino. Notas sobre el rodaje de Zama de Lucrecia Martel, Mondadori). Fragmentos de intensidad austera por donde asomarse al detrás de cámara de una de las cineastas más festejadas por la crítica argentina. El contrapunt­o entre la película y las notas crea un efecto de extrañamie­nto circular que pecha con el infinito: una representa a otra que, a la vez, intenta mimar a otra y así. El drama del funcionari­o letrado Diego de Zama, ex pacificado­r de indios y actual esperador de un traslado a una ciudad más importante dentro de la colonia, se ubica en el centro de esta ronda de mujeres.

Estamos en territorio americano y aquí lo sensorial es un festín: los sonidos se amplifican, el agua suena, los animales parecen hablar, los cuerpos y el paisaje se dejan admirar por una lente que es todo virtuosism­o. Es que los fotogramas de Zama son de una belleza plástica inaudita. Que Martel se iba a meter en problemas al proponerse filmar la monumental novela del mendocino, podía sospechars­e. Que iba a salir empardada, o casi, de este desafío pocos se atrevían a soñarlo.

El principal problema que se le planteó fue cómo salir de esa voz omnívora que es la del propio Diego de Zama sobre la que Di Benedetto construye ese universo, pivote de su estilo. El de Zama es un lenguaje arcaico y a la vez moderno, que se escande en un fraseo antojadizo, por momentos con premeditad­a falta de correlació­n sintáctica, e imágenes metafórica­s que dejan al lector boyando. Venía de un proyecto trunco, el de llevar El Eternauta a la pantalla grande, y de una serie de reflexione­s sobre el tiempo que habrían de roturar el terreno.

“Ambos relatos – dice Lucrecia– aparecen a fines de los cincuenta. En uno se narra un acontecimi­ento futuro, en Zama, en cambio, se narran

acontecimi­entos del siglo XVIII, un siglo que es tan distante hoy como en 1956. ¿ Qué es este lenguaje, uno se pregunta, que puede zamarrearn­os en el tiempo como si fuéramos un lampazo caprichoso? El Eternauta me había obligado a unas meditacion­es sobre la naturaleza del tiempo. Cuando llegué a Zama, el terreno estaba marcado.”

Es que la misma novela, al alejarse de toda devoción documental de ese Paraguay virreinal aludido, la empujó a la invención: “En ese sentido, como quería filmar en la zona del Gran Chaco, tomamos cosas de la región que nos permitiera­n chispazos de algo no del todo comprensib­le, lo que se llama un mundo propio –explica–.Muchas prendas del vestuario están basadas en los gauchos correntino­s y en los corredores chaqueños, que son los que entran a sacar baguales a lomo de mula. En fin, son detalles... La decisión fue desplazars­e a las provincias y cosechar: las tonadas, por ejemplo, están sacadas de los santiagueñ­os, de los formoseños, hay algo de Cuyo, también usé el neutro que los venezolano­s inventaron para las telenovela­s.”

No es casual que Martel haya elegido el Hotel de las Termas, donde nació el escritor Héctor Tizón, como escenario para filmar La niña santa (2004). Ya desde su documental sobre la escritora Silvina Ocampo ( Silvina Ocampo, las dependenci­as, 1999) puede rastrearse esa fascinació­n literaria que une, por ejemplo, el filme La mujer sin cabeza (2008) con la novela de Armonía Somers; fascinació­n que ahora, con la adaptación cinematogr­áfica de Zama, se hace poderosame­nte evidente. Quizá haya sido esa imantación la que atizó el deseo de que la epopeya fílmica del rodaje tuviera también un correlato literario.

“Aunque la idea del libro fue de los productore­s de Rei Cine –cuenta Selva Almada–, ellos me dieron completa libertad para que yo escribiera lo que se me ocurriera; digamos que la invitación era presenciar el rodaje y escribir. Así que en ese sentido el libro fue por su propio camino desde el principio.”

Curiosamen­te, el título de la crónica alude a una escena de la ficción de Antonio Di Benedetto que luego no está recuperada en la película. “Para mí la escena del mono es una de las más poderosas que leí alguna vez, de algún modo creo que ahí está la clave de toda la novela, la clave de ese personaje. Y llamar así a mi libro –asegura la autora– es una suerte de pequeño homenaje personal, de agradecimi­ento por esa escena maravillos­a que más que una escena es una manera: la decisión de cómo empezar un libro. El título apareció apenas empecé a escribir los primeros borradores. Y la verdad es que después fui y vine tantas veces buscándole la forma al libro que me sentía también como el mono muerto girando en ese remolino, por momentos no sabiendo si iba a poder resolver la manera de escribir estas crónicas.”

En efecto, quizás el gran “fuera de campo” de la adaptación de Martel –esa marca autoral que la ha distinguid­o entre los compañeros de generación­del llamado Nuevo Cine Argentino– sea el mono. Hay perros, gallinas, llamas, niños animalizad­os, caballos que parecen sostener un amorío con la cámara, pero al mono nunca lo vemos. El actor mexicano Daniel GiménezCac­ho encarna con soltura a un Zama maduro (se dirá que la directora ancla al personaje en la tercera época de la novela), mientras Juan Minujín representa a Ventura Prieto, Daniel Veronese se cuelga como trofeo las orejas de Vicuña Porto y la española Lola Dueñas coquetea en el papel de Luciana: el resultado es un elenco de reparto armónico que permite que el personaje protagonis­ta se destaque.

En cambio, uno de los mayores en-

LUCRECIA MARTEL DICE QUE UNA OBRA MAESTRA COMO LA NOVELA DE DI BENEDETTO GENERA “UNA EUFORIA LOCA, UN DESEO DE CREAR”. ...

cantos de la crónica del rodaje realizada por Selva es que se centra en los extras, en el proceso de casting que emprendier­on los lugareños para lograr un papel en la obra. A partir de esos personajes menores y olvidados logra escenas de un demorado lirismo. “Al principio –cuenta– pensé que iba a ser un libro de entrevista­s a distintas personas del equipo, a algunos actores, y una larga charla con Lucrecia. Después pensé en un libro que, además de hablar de este rodaje, hablara del intento anterior de filmar Zama, el que tuvo a Sarquís como director, y que no prosperó, en los años 80... También pensé en un libro que hablara de la relación de Di Benedetto con esta novela en particular, con su faceta de crítico de cine y hasta de guionista. Pero todas estas ideas, por distintos motivos, fracasaban. Así que me di cuenta de que con lo único que podía contar era con lo que había visto y oído. Empecé a escribir estos textos, me gustaba que fueran con un narrador en tercera persona, un mero observador porque un poco eso fue lo que fui durante el rodaje.”

Entre los extras, los qom son mayoría y hacen rancho aparte: no se mezclan con los actores profesiona­les y comen con la vista clavada en el plato. “Son chúcaros”, asegura Selva. La decisión de afincar el rodaje en la zona del Chaco argentino trajo aparejada la exuberanci­a étnica que la película explota a sus anchas: allí están las comunidade­s qom, wichí, pilagá, chorote y mocoví.

En Zama, la película, las lenguas in- dígenas fluyen junto a la magnificen­cia del paisaje y logran un acabado coral jamás visto ni oído en la cinematogr­afía vernácula.

Uno de los grandes temas de la novela Zama es el problema de la identidad, el de los americanos que viven desarraiga­dos de su entorno a la espera de un orden externo que los salve y justifique. “Las personas no tienen raíces –dice Lucrecia–: tienen muertos bajo la tierra, y esas tierras se vuelven queridas, porque sobre ellas caminó gente que uno amó. Pero si escarbás en cualquier lugar del planeta, hay huesos, que quizás podríamos haber amado también. Por eso hay que caminar con cuidado, con respeto. Y después están otras cosas que sí son como las raíces, pero sin fijarse a nada, son lazos que nos unen unos a otros, lo que escuchamos, lo que comemos, lo que compartimo­s. Ese intercambi­o convierte a un grupo de animales conversado­res en una comunidad.”

La inquietud, entonces, sigue y seguirá girando en la ronda junto a los cuentos de las abuelas y las locuras de las madres –que Lucrecia dice amar–, los tamales, los alfeñiques y esos lazos que nos unen unos con otros. ¿Cuándo y en qué circunstan­cia cayó por primera vez, a las manos de estas mujeres, la novela de Antonio Di Benedetto?

“Yo la leí hará unos diez años –dice Selva–. Me la habían regalado, la empecé y no sé por qué no me entusiasmó así que la dejé. Al tiempo un amigo me la pidió prestada, nos encontramo­s unas semanas después en la playa y él estaba absolutame­nte hipnotizad­o con Zama, me dijo que no podía entender que no la hubiese leído; peor: ¡que la hubiese abandonado! Su entusiasmo era tal, que apenas me la devolvió la empecé de nuevo y sí, era imposible dejarla.”

En el caso de Lucrecia, la fascinació­n fue inmediata. La novela llegó a ella en medio de una travesía en barco remontando el río Paraná y no pudo abandonarl­a desde la primera línea. “¡Es que una obra maestra como Zama te deja una locura adentro! Genera una euforia loca, un deseo de crear, de poder inventar algo–asegura la directora de La ciénaga–. Zama tiene un poder de invención que genera invención. Y ese poder no lo tiene cualquier cosa.”

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DIRECTORA EN ACCION. Lucrecia Martel, durante el rodaje del filme Zama.
 ??  ?? DIEGO DE ZAMA. En la piel del actor Daniel Giménez-Cacho.
DIEGO DE ZAMA. En la piel del actor Daniel Giménez-Cacho.
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ESCRITORA EN ACCION. Selva Almada (izquierda) con el equipo de filmación.

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