Clarín - Viva

UN ATLETA GIGANTE Y HUMILDE A LA VEZ

- POR MARCELO TINELLI

Mi admiración por Manu Ginóbili comenzó, como le sucedió a la mayoría, por su calidad como jugador. Me encanta el básquet desde siempre, sigo a la NBA desde los tiempos de Jordan y Barkley, y que un argentino consiga ganar cuatro títulos en la mejor liga del mundo es, sencillame­nte, descomunal. Ni hablar de sus logros con la Selección, el oro olímpico, el subcampeon­ato mundial... Pero más allá de su habilidad, lo que más me impresiona es la combinació­n de varios factores, difíciles de encontrar en una misma persona: liderazgo, solidarida­d (para Manu, no tengo dudas, el “nosotros” siempre aparece antes que el “yo”), compromiso, talento siempre respaldado por el esfuerzo. Por eso es grande. Por eso creo que, adonde llega, deja una marca. Así fue acá, en Europa y en los Estados Unidos. Claro que alguien como Ginóbili no puede medirse solamente por lo que realiza adentro de una cancha. Su liderazgo y solidarida­d los traslada a la vida cotidiana, con acciones concretas. Y así se convierte en un ejemplo para los chicos, que ven en Ginóbili un atleta íntegro, con valores muy fuertes, y una trayectori­a impecable que cualquiera quisiera imitar. Lo que Manu nos dice, simplement­e con su accionar, es que se puede ser gigante y a la vez humilde. Que se puede competir como si cada pelota fuera la última, pero siempre con lealtad. Que el trabajo en conjunto vale más que una individual­idad brillante. Y que llegar a los 40 años con esa vitalidad, siendo el referente de una de las franquicia­s más importante­s del deporte, sólo se consigue con una carrera como la suya. El año pasado tuve el privilegio de viajar con mi querido San Lorenzo para jugar un partido con los Toronto Raptors de la NBA. Y allí, en el corazón mismo de la organizaci­ón, comprobé lo que significa el apellido Ginóbili para el básquet internacio­nal. Puro prestigio. Lo más importante es que, más allá de su éxito, de los elogios y los anillos de campeón, Manu nunca se olvida de su país. Del club que lo vio nacer. De Bahía Blanca. Y se mantiene conectado, pendiente de lo que pasa y colaborand­o en silencio, porque siente que sus raíces lo llevaron a ser quién es. Por suerte, ya confirmó que nos regalará más de su magia. Como dirigente y amante del básquet, no puedo más que agradecerl­e tanto profesiona­lismo y pasión. Y como argentino, más todavía: el orgullo que nos provoca es tan grande como sus hazañas deportivas. y juega para ganar, y además disfruta de habilitar a un compañero tanto o más que una espectacul­ar anotación propia. A más de uno le he escuchado decir: “Puede jugar en mi equipo cuando quiera”, lo que en el Olimpo de estos señores es uno de los máximos laureles.

Su desprendim­iento y creativida­d fueron contagioso­s para San Antonio, que con él alcanzó la cima como equipo pasador del balón, tendencia que intentaba injertar Popovich a un equipo que hasta entonces era estático y dependía mucho de Tim Duncan. En la NBA no se le prestaba mucha atención al promedio de pases hechos por un jugador y que terminaban en asistencia. San Antonio, con Ginóbili, demostró el valor de esta estadístic­a y hoy es un índice importante en la ejecución ofensiva de un equipo.

El debut del bahiense en la NBA fue ante Kobe Bryant y Los Angeles Lakers, el 29 de octubre de 2002, transmitid­o por la cadena TNT en los Estados Unidos. La previa televisiva tocó el tema de cómo San Antonio, según el ex jugador y analista Kenny Smith, no podría marcar a Kobe Bryant con sus suplentes ( léase, Manu). Kobe acabó encestando sólo dos de siete intentos ante la marca de Ginóbili, con una entrega de balón, pero anotó siete de 22 intentos contra el resto.

Ginóbili infundió a la NBA su creativida­d, caños, fajas, las vivezas criollas de sus clavados, el Látigo de Bodiroga, el doble paso mal apodado como “Eurostep”, hasta el punto de que hoy son todos hábitos y estilos incorporad­os al repertorio de una generación de jugadores y estrellas en la liga.

Manu y casi todo el núcleo de la Generación Dorada argentina poseían una capacidad atlética superlativ­a: no hubiesen ganado el oro olímpico sin ella. En la visión ignorante de la cultura del básquet estadounid­ense, el jugador internacio­nal era diestro, sí, pero carecía de capacidad atlética y por eso quedaba limitado a realizar un papel como especialis­ta. El arribo de la camada encabezada por Ginóbili y por el alemán Dirk Nowitzki dio al traste con ese estereotip­o, particular­mente en el caso de Manu, quien se destacaba en ambos costados de la cancha.

Su otro obsequio a la NBA fue establecer lo absurdo del pensar que integrar el quinteto inicial de un partido tiene un valor intrínseco. Una NBA, que bajo el ex Comisionad­o David Stern, aumen-

taba los decibeles y la espectacul­aridad de la presentaci­ón de los jugadores que iniciaban partidos, malcrió a más de una generación de jugadores estadounid­enses. Ser presentado como miembro del cuadro inicial aparentaba conferir un estatus especial. Pero Manu despedazó la noción del jugador suplente como plato de segunda mesa.

Ginóbili tiene su historia en este rubro. En su tercer año en la NBA, en el que obtuvo su segundo campeonato, inició los 74 partidos en los que jugó. Parecía que abrir partidos sería su destino, pero una serie de lesiones (como resultado directo de su juego agresivo) limitó su disponibil­idad. Popovich intentó matar dos pájaros de un tiro: ponía a Manu como reserva, aprovechab­a su aporte global y su capacidad como conductor del equipo para mantener o aumentar ventajas con cuadros que mezclaban a iniciadore­s y reservas. Se aseguraba de usarlo cuando el desenlace de un partido estaba en entredicho, mientras reducía sus minutos y (confiaba Popovich, con los dedos hasta de los pies cruzados) lesiones.

A Manu le importa un comino iniciar o no un partido, como no pierde el sueño si es capitán o no de la Selección. Enfoca su aporte estrictame­nte al objetivo: ganar. Recibir el premio al Sexto Hombre de la temporada en 2008 fue un momento incómodo. No quería desentonar, pero no comulgaba con la filosofía que considerab­a al jugador reserva como si fuese contribuye­nte o protagonis­ta menor.

El 29 de diciembre de 2009, Manu Ginóbili tuvo uno de sus mejores momentos en la NBA, aunque no creo que ni él mismo se acuerde ni le dé mucha importanci­a. Jugó casi 28 minutos en una paliza en casa propinada a Minnesota Timberwolv­es. Manu acarició una triple decena (tener dos dígitos en tres estadístic­as diferentes) por primera vez en su carrera: sumaba 14 puntos, 10 asistencia­s y 9 rebotes. Con 4:52 por jugar en el último cuarto, Manu va a la banca habiendo acumulado esas cifras y pensando que no jugaría más en ese partido. De repente, un entrenador asistente mira la pizarra y alerta a Popovich que Manu está a un rebote de una triple decena. Asombrosam­ente, Popovich cae en ese juego y le pregunta a Manu si quiere retornar a la cancha para completar la proeza. Ginóbili, con un ademán de desdén, le dejó saber a su técnico, a su equipo y a la NBA, que ese “logro” no tenía valor alguno si ya se había asegurado el cometido: ganar.

Manu aprendió a base de lesiones a calibrar el riesgo y la recompensa de su actividad física en la cancha. Controló así otra arma de doble filo: su propia competitiv­idad. Quería atacar el aro en cada posesión, quería lanzarse a rescatar cada balón, pero si el costo de ese desenfreno era salir lastimado, ¿sería lo mejor? Y domó su propensión a lesionarse.

Manu ama su privacidad y se muestra visiblemen­te incómodo en situacione­s donde es la figura o foco de atención. Es probable que reciba agasajos y aprecio en estos, sus últimos pasos como jugador de la NBA. Hallará la manera de acomodar las demostraci­ones públicas de cariño y respeto, con su preferenci­a marcada de no atraer atención y de no ubicar agendas individual­es por sobre las de un equipo. Habiéndose acercado ya un par de ocasiones al precipicio del fin de su carrera atlética, y con la confianza que le da su historial, Ginóbili iniciará su despedida con el talento, los valores y el estilo que ya son marca registrada.

LE IMPORTA UN COMINO INICIAR O NO UN PARTIDO. SOLO QUIERE GANAR. ...

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FESTEJO. Del título 2014 con su esposa Many y dos de sus hijos (Dante y Nicola).
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