Clarín - Viva

SANTOS Y PELOTAS

La Liga del Potrero es un torneo de fútbol para pibes de barrios carenciado­s, que juegan en clubes de parroquia, promovido por Boca. El premio: jugar en La Bombonera y, tal vez, viajar a Roma a ver al Papa.

- POR GUILLERMO NAVEIRA FOTOS: CONSTANZA NISCOVOLOS

El portón está abierto. De a poco, un grupo de chicos va entrando. Algunos miran al cielo extendiend­o las manos, mientras cruzan los dedos. Las nubes cubren todo en lo alto, la claridad apenas asoma. Pasan y se embarran, pasan y se ríen cargando los bolsos. Las dos canchas de once parecen haber sobrevivid­o, como si el sol del día anterior hubiera podido secar el ahogo de los últimos temporales. Sobre uno de los paredones, al costado del campo de juego, en letras mitad verdes mitad blancas, se lee Club Social Crespo Juniors. Del otro lado, las casas precarias de la Villa Charrúa se enciman y crecen recortando el cielo en cemento, ladrillo, chapa y pintura descascara­da. Y los vecinos se asoman, espían por entremedio de sus tenders cargados con ropas y telas que flamean con el viento. Los separa las vías del tren Belgrano Sur, que cada tanto trae nuevos curiosos que observan por segundos desde los vagones.

Las filas se van armando. Ana y su hija comienzan a repartir vasitos de telgopor y alfajores, regulando el fuego de la olla en la que nadan saquitos de té. Los pibes aguardan su turno para desayu- nar, ordenados por equipos. Camisetas y colores se van mezclando. Al pasar se saludan, chocan las manos con las palmas abiertas y, después, los puños. Los tachos se llenan de envoltorio­s. Los vestuarios se van agolpando. Cada grupo se cambia de ropa y las caras se transforma­n en concentrac­ión. Afuera sólo quedan los delegados de cada equipo anotando las planillas, firman los legajos de los encuentros del día. Todavía es temprano, pero falta poco para que la pelota empiece a rodar.

La Liga del Potrero es uno de los programas que pertenecen a la Fundación Boca Social. Su surgimient­o se dio en el año 2016, como una propuesta inclusiva que intenta fortalecer el vínculo que tienen los jóvenes con los clubes de los barrios marginales. “Conociendo los clubes que funcionan en las parroquias de las villas, la mayoría en la Ciudad de Buenos Aires y algunos en Provincia, sabíamos que los chicos tenían la posibilida­d de jugar casi gratuitame­nte. En muchos casos, las ligas los becaban, pero solo hasta los doce años. Entonces siempre estábamos pendientes de cómo poder ayudar. Comenzamos esta iniciativa con el fin de organizar un espacio que fuera para ellos”, comenta Hernán Morelli, coordinado­r general de la Liga del Potrero.

Desde la competenci­a se aspira a que cada vez sean más los chicos que cambien la calle por el deporte. Un objetivo que, a la luz de los hechos, permite dar un saldo positivo, acompañand­o día a día a los casi mil adolescent­es que participan del certamen. “Empezamos con unos diez equipos. Hoy tenemos treinta, distribuid­os en dos categorías que van de doce a quince años y de dieciséis a dieciocho años. Además, armamos un reglamento interno con un límite de menores y mayores. De esa forma les damos lugar a los más chicos. Antes se jugaba en tres lugares diferentes: en Español, en el Metropolit­ano y en el complejo del Ceamse. Por suerte, logramos unificar todo acá, en Pompeya. En su gran mayoría vienen de casi todas las zonas vulnerable­s de la ciudad. Y de provincia, por ahora, de Villa Palito y La Cárcova, en San Martín. Va un micro y los trae. Nosotros nos encargamos de la logística. Cuando termina la temporada jugamos la final en La Bombonera: es el doce del doce –sonríe y se toca el escudito de la chomba–. La entrada es gratuita ese día. Se llena. El año pasado había unas 25 mil personas, un marco muy lindo. La suerte fue que, como premio, pudimos viajar con el ganador a ver al Papa Francisco”, concluye Morelli.

A jugar. Algunos vestuarios se mantienen cerrados. Se pueden oír las voces de los profes, que rebotan en las paredes arengando a los jugadores: “Toquemos y pongamos, que garra nos sobra”. “Háblense, el compañero es lo más importante.” “No la perdamos, ojo con los centros.” Se oyen gritos, aplausos, chiflidos y hasta rezos, que agradecen a la virgen por la suerte de jugar, por la bendición de compartir un día entero junto a los amigos. A los costados de las canchas, cerca de las líneas laterales, un grupo de chicos realiza movimiento­s de calentamie­nto. El arquero de las inferiores de Crespo Juniors se despatarra sacando cada una de las pelotas que le tira su entrenador. A cambio, recibe el ánimo de los chicos de las divisiones más grandes. De pronto, los árbitros se abren paso. Primero, la mujer. El resto de los varones la sigue hasta el centro del campo. Sus remeras naranja y amarillo flúo van dibujando un surco entre la gente. Los veedores se posicionan, tienen listas las cámaras para grabar todos los movimiento­s. Los relojes se sincroniza­n.

Unos instantes después aparecen los equipos. Los integrante­s de Caacupé, pertenecie­ntes a la Villa 21-24, trotan cargando la estatua de San José. Sobre la base de la imagen, una pequeña plaquita dorada tiene grabado un mensaje: Protégenos. El Santo pasa de mano en mano cuidadosam­ente hasta llegar al banco de suplentes, donde descansa de

“EL AÑO PASADO TUVIMOS TRES CHICOS CONVOCADOS PARA UNA PRUEBA EN BOCA”, DICE MICAELA. ...

tanto manoseo para dar paso al milagro del fútbol.

“Nosotros estamos en una parroquia del Padre Pepe, desde hace mucho ya, jugando ahí. Competíamo­s en la Liga de San Martín y nos invitaron. Entramos el año pasado y nos fue re bien. Al principio no nos teníamos fe, pero en los partidos, con los compañeros, nos entendimos. Y así tuvimos la oportunida­d de llegar a la final”, recuerda Gonzalo Sosa, de las juveniles de Don Bosco, del barrio La Cárcova de San Martín.

“Nos ganaron los nervios. Mucha gente. Todos nos felicitaba­n, nos miraban. Estábamos en los vestuarios y sentía de arriba las tribunas –cuenta–. Una banda de canciones. Jugar en La Bombonera fue de no creer. Yo, que soy un pibe de la villa, parecía un jugador de Primera. Ver a mi mamá en la tribuna, que estaba re contenta, no tiene precio. En un momento anduve en la mala junta, salía a la calle y hacía cagadas. Me ayudó mucho Dracu, mi entrenador. Y después caer ahí, re loco. El fútbol me rescató una banda. Mi sueño es jugar en un club, estar en otro lado. Esto te ayuda mucho, porque capaz alguien te viene a ver y te saca de acá.”

Un silbato resuena. La pelota entra en movimiento. Familiares y amigos se van acomodando como pueden sobre los improvisad­os tablones de madera. Los primeros rayos de sol caen sobre el césped, remueven la humedad y los bichos de la tierra. Detrás de uno de los arcos, que defiende el Club Fátima, dos mujeres alientan a sus hijos.

“Hace dos años que somos las que siempre estamos con los chicos –dice una de ellas, Micaela–. Donde jueguen, agarramos la mochila y vamos. En tren, en colectivo. Inclusive nos ha tocado ir a pie, y vamos igual. Llueva, haga frío o calor. Con nuestros botellones de agua, cargadas. Y cada gol lo gritamos con el alma. Es lindo que a tu hijo le guste el fútbol. Lo mando a los entrenamie­ntos, le compro ropa, con esfuerzo. Yo prefiero mil veces que esté en el club y no en la calle. Donde vivimos, en Soldati, se hace complicado. Cuesta alejarlos a los pibes de los malos entornos. Salimos a comprar pan y ahí, a pocos pasos, se están drogando. Por eso, como mamás, nos vemos en la obligación de apoyarlos siempre.”

Micaela se interrumpe un instante.

La pelota pega en el travesaño. Ella y su amiga Francis se agarran la cabeza. Luego hacen señas hacia el banco de suplentes de su equipo. El técnico, al verlas, levanta su pulgar. Las mujeres se enderezan, vuelven a sujetar sus celulares para grabar todo. Micaela prosigue: “No tenemos nada, sólo un potrero. Pero ahí, los pibes juegan al todo por el todo. Y ese esfuerzo es el que vale. El campeonato pasado hubo tres convocados para probarse en Boca. Y no sé este año cuántos habrá, ojalá que entre ellos estén nuestros pibes”, sonríe con entusiasmo.

El premio máximo. Los partidos van llegando a su fin. El tercer tiempo se aproxima, limpia las asperezas, los roces. Quienes supieron ser rivales hasta hace un rato, comparten un almuerzo a base de gaseosas y sánguches. A medida que las charlas avanzan, los referís hacen el conteo de sus nuevas aliadas para el fair play, las tarjetas verdes. Que invierten la lógica, agregando al sistema de castigos una nueva posibilida­d, la de premiar las actitudes positivas que se desarrolla­n en el juego, dando un paso superador, más allá de las expulsione­s o advertenci­as.

Hernán Sosa es del club Virgen del Carmen, de Ciudad Oculta, Mataderos. Salió campeón el año pasado. Recuerda la final:

“Faltaban tres o cuatro minutos y le dije al técnico que sentía una molestia. Le quería dar la oportunida­d a otro compañero para que también entrara. Me di cuenta de que de afuera era peor que de adentro, porque no estaba concentrad­o en el juego. Cuando se terminó, fui corriendo hasta el medio de la cancha y no resistí, me largué a llorar. No lo podía creer. A los cuatro o cinco días, viajamos a Roma. Esa fue la frutilla del postre. Lo conocí al Papa –los ojos le lagrimean–. Como yo era el subcapitán, el DT me preguntó si me animaba a hablarle. Entonces le pedí un consejo. El me miró a los ojos y me dijo que no abandonara nunca mis ganas, que siguiera a pesar de mis caídas. En ese momento me acordé de mi abuela, de mis hermanos, de mi viejo que no conozco. A veces pienso que es todo una locura lo que nos pasó. ¡Salió todo tan bien! Ahora hasta tenemos indumentar­ia. Antes no teníamos nada, jugábamos con unas pecheras. Hoy los colores del club están por todo el barrio”, se emociona al hablar.

La tarde comienza a caer. Las canchas vuelven a quedar desiertas. A lo lejos, los bocinazos del tren anuncian su llegada. Los chicos desaparece­n, se pierden absorbidos por el paisaje de Nueva Pompeya. Ya no hay curiosos ni hinchadas alentando. Todo regresa al potrero. Mientras los rezos se elevan al cielo e imploran que la semana próxima no llueva.

“EL PAPA ME HABLO Y PENSE EN MI ABUELA, EN MIS HERMANOS, EN MI VIEJO QUE NO CONOZCO”, DICE HERNAN. ...

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 ??  ?? ELLAS TAMBIEN Paola, la esposa del DT de Don Bosco, colabora.
ELLAS TAMBIEN Paola, la esposa del DT de Don Bosco, colabora.
 ??  ?? LISTO PARA JUGAR Los jugadores del club Madre del Pueblo, de la villa 1-11-14, hacen calentamie­nto precompeti­tivo.
LISTO PARA JUGAR Los jugadores del club Madre del Pueblo, de la villa 1-11-14, hacen calentamie­nto precompeti­tivo.
 ??  ?? PELIGRO DE GOL La cancha de Crespo Juniors, en Pompeya, todos los sábados se llena de fútbol.
PELIGRO DE GOL La cancha de Crespo Juniors, en Pompeya, todos los sábados se llena de fútbol.
 ??  ?? DE SOLDATI El plantel del club Virgen Inmaculada, del barrio Carrillo. CON LA GENTE. El escritor y sus lectores en pleno Madrid.
DE SOLDATI El plantel del club Virgen Inmaculada, del barrio Carrillo. CON LA GENTE. El escritor y sus lectores en pleno Madrid.

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