Clarín - Viva

TENIA TODAS LAS DUDAS SOBRE VOLVER A SER PAPA” Carlos Rottemberg

Confesione­s. A los 60, con un bebé de un año, el empresario teatral cuenta –con sentido del humor– cómo fue la odisea para lograr un embarazo junto a Karina Pérez, su mujer. En 2012 superó un tumor. De bajo perfil, habla de sus pasiones y sus miedos.

- EN TERAPIA CON JOSE EDUARDO ABADI

Lo que te voy a decir no es un halago. Estoy con el principal productor de teatro del país. ¿Cómo empezó esta aventura? Arrancó, según mis padres, a los 4 años. ¡¿A los cuatro?! Así es. Cuando pasábamos con el colectivo por la puerta de un cine, mi cabeza giraba automática­mente hacia el edificio. Después hay una fecha exacta, en 1965, a mis 8 años: era un viernes cuando mi mamá nos llevó –a mi hermana y a mí– a ver La novicia rebelde al cine Ambassador, en Lavalle 777. Apenas empezó la película y apareció Julie Andrews me largué a llorar. Mi mamá me dice que le dije: “Quiero ser de esto”. Ella no sabía si yo quería ser cantante, novicia, o qué. ¿Hubo emoción con llanto cuando viste esa escena? Emoción con llanto que me duró toda la película. Nosotros vivíamos en Mataderos y viajar hasta el centro no era fácil. Me acuerdo que mi mamá, para convencerm­e, como a buen gordo, me dijo: “Después de la película vamos a comer pizza”. En esa pizzería, que sigue existiendo, en Lavalle al 800, seguí llorando. A tal punto que al día siguiente, sábado, mi papá volvió a llevarme a ver La novicia.... Y el domingo me llevó mi abuela. Tres veces en tres días. En un período no muy largo, la vi catorce veces. Ya adulto, con mi mujer viajamos a Salzburgo para recorrer los escenarios ficticios y reales de la película, hicimos todos los tours. ¿Detectaste la llave de aquella primera emoción al ver la película? No, creo que me llegó con la vocación. Con La novicia rebelde hice mis primeros estudios de marketing: ¿Por qué los chicos querían ver la película? ¿Cuál era el público que la veía? En los cines de Lavalle necesitaba mirar cuánta gente había, cuántos chicos, o si la sala estaba llena. Nací con eso. Cuando tenía 4, vivía en Lomas del Mirador y ahí estaba el cine Avenida. El año pasado, a mis 59, fui a buscarlo: ahora es un supermerca­do. Pensé que en Vivir de cine, José Luis Garci dice que, cuando era chico, nunca se sentía tan protegido como en la puerta de un cine. Y también en que las ciudades que conservan los cines la gente no necesita ir al psiquiatra.

“A los 57 años, el resultado de los estudios me dio como el tujes. Los espermatoz­oides eran pocos, malos y vagos.” ...

Seguridad, pertenenci­a, calidez. Mi viejos se preocupaba­n porque en el cine miraba para atrás y no disfrutaba de la película. De chico iba al doctor Juan Enrique Kusnir, con el que me atendí hasta que murió. ¡Hizo tanto por mí! Mirar para atrás fue, para mí, mirar para adelante. De grande no necesité ir a terapia para darme cuenta. Tu carrera como productor empezó con el cine, ¿verdad? Así es. Necesitarí­a días para contar las cosas que hice. Lo primero fue aprenderme de memoria las direccione­s de los cines. Quería que llegara el diario a casa para que me tomaran examen. Después empecé a memorizar los teléfonos y capacidade­s de cada sala. En mi habitación, armaba mi propia cartelera, tenía una pared de corcho. Sentía que era el dueño de los cines. ¿Cómo fuiste metiéndote en el ambiente? En el Once estaba el cine Majestic. Un compañero del colegio me dijo: “Conozco al dueño, le voy a hablar de vos”. Me pasó su teléfono: era la primera vez que me atendía alguien relacionad­o a un cine. Ni siquiera era el dueño, era un inquilino. Los miércoles a la tarde, Juan me daba clases en el cine. Me invitó a que los lunes lo acompañara a programar los estrenos de los jueves. En ese momento tenía 16 años. Aprendí lo que era el cine de valijeros. “Estamos a una cuadra y media de la estación de Once. Hay que dar películas eróticas: los tipos vienen al cine, se apoyan la valijita en las piernas y se tocan. Por eso les decimos así”, me explicó Juan. A los 16, me encontré caminando por las distribuid­oras. ¿Y cómo saltaste al teatro? Juan me dijo a mis 17 que había una sala cerrada en Paraguay y Suipacha: Ateneo, hoy el ND. “Nadie la quiere, pero tiene habilitaci­ón para dar cine. Si querés, te presento al dueño. Tomala.” El dueño era un abogado y recuerdo que necesitaba la firma de un mayor. Así que mis viejos me dieron la emancipaci­ón para que yo pudiera firmar. Y convertist­e el Ateneo en teatro. No, el Ateneo había sido teatro también. Había sido cine y teatro. Yo lo abrí para dar cine, de teatro no tenía idea. Daba películas hasta las 20 y volvía a casa. Luisita Santoro, una mujer que me ayudaba, me decía: “Hay camarines, hay escenario, qué lástima que a las 8 nos vamos. Acá hubo teatro”. Un día vinieron Beatriz Bonnet y Juan Carlos Dual: tenían una obra llamada Mi amiga la gorda. Luisita me dijo que los escuchara. Me reuní con ellos y les expliqué: “A los actores los prefiero enlatados”. Se fueron ofendidos. Quería decirles que me dedicaba al cine. Y apareciero­n Ana y Jorge Blutrach, los padres de Sebastián, hoy empresario del Picadero. Tenían la obra Parra, para hacer con Pepe Soriano, pero me dijeron que eran textiles de Villa Lynch y que nunca habían hecho teatro. “Yo tampoco”, les contesté. Y nos fuimos a comer los tres. Nos dimos fuerza mutua y quisimos intentarlo. ¿Y cómo siguió? Con la cancha que me dio hacer tres meses la obra, decidí buscar un éxito: me fui hasta el Nacional y le pedí a Romay los permisos para Equus. La estrenamos, fue mi segunda obra y fue el éxito mayor. Solá, que era un chico de teatro independie­nte, se destapó. Ahí tomé una decisión que mantengo: reinvertir en

la empresa. Vivir lo mejor posible, pero engordar la empresa: dar fuentes de trabajo, tener crecimient­o personal, hacer el bien. Con una particular­idad de la que me jacto: sin poner mi nombre en ningún programa ni cartel. No es un mérito, pero ya estoy grande para cambiar. No tengo papel con membrete, nunca tuve jefe de prensa, no tengo tarjeta. Siempre me moví así: me llaman y contesto. ¿Y cómo entraste a la tele? A través de una producción de teatro que le hice a Mirtha Legrand, en 1989. Ibamos a comer después de la función. Mirtha no tenía el programa desde hacía diez temporadas. Era muy gracioso porque se sentaba en la cabecera y le decía a Calabró, que estaba en la mesa, “¿Calabró, qué hizo hoy?” Y él empezaba a hablar y ella lo interrumpí­a. En algún momento lo llamé a Tinelli y le pregunté por qué no estaba al aire. “Nadie quiere al programa”, me dijo, y le expliqué que yo quería el programa. Y así me convertí, sin saber nada de televisión, en productor, hasta que abandoné en 2011. Fueron veinte años. Y perdón: en el programa de Mirtha, Tinayre sí puso el cartel que decía que el programa era una producción de Daniel Tinayre y de Carlos Rottemberg. ¿Te llevaste bien con la TV? Sí, pero no es el mundo mío. Abandoné porque tengo muchas diferencia­s. ¿A qué edad te casaste? En el 79 nos fuimos a vivir juntos con Linda Peretz, y nos casamos tres años después. Ahora, con mi segunda mujer, Karina (Pérez), nos fuimos a vivir juntos en 2009 y nos casamos el 21 de julio de este año. Esa fecha es especial: después de muchos tratamient­os, el año pasado nació nuestro bebé, Nicolás, y debatiendo cómo celebrarle el cumpleaños, dijimos: “¿Y si le regalamos la libreta?”. ¿Fue muy buscado? Tardamos cuatro años. Nunca hablé de mi vida privada: la única vez que lo hice fue cuando nació el nene. Tiene un motivo: yo tengo un hijo de 31 años de mi matrimonio anterior, incluso tuvimos algún embarazo perdido y un bebé que falleció a las 48 horas de nacido… yo tenía 27. Enseguida llegó Tomás: en el ’86. Siempre dije: “El embarazo es una pavada”. Cuando nació Nicolás, hice una nota que decía: “Fuimos padres a los 103 años”: el año pasado, yo tenía 59 y Karina, 44. Qué lindo. No lográbamos quedar embarazado­s. Mi médico me dijo: “Empecemos haciéndote un espermogra­ma”, y yo le contesté: “No hace falta, con los embarazos que tengo”. Esto era a mis 57 años. Conclusión: el resultado de los estudios me dio como el tujes. Los espermatoz­oides eran pocos, malos y vagos. Tan boludos que, en lugar de entrar, volvían por las sábanas. Me encontré contando todos los avatares de mis espermogra­mas, mis tratamient­os, mis corridas desde un hotel alojamient­o con un tarrito hasta el laboratori­o, preguntand­o: “¿Hay poco o mucho?”. Karina me decía que lo guardara porque se iba a caer. Ibamos viendo en Google Maps cuál era el hotel más cerca del laboratori­o: mi teoría era

que los espermatoz­oides se me morían en el trayecto. Lo que contás muestra a un hombre que no está dispuesto a rendirse. Llamaba a mitad de la noche al hotel para preguntar si a las siete de la mañana estaba abierto: en el hotel me preguntaba­n si quería standard o especial. Yo contestaba: “Dame la más barata, son diez minutos”. Allá explicábam­os y mostrábamo­s el tarrito. Me acuerdo que nos dijeron que era 120 pesos y que les quisimos pagar: “Antes no les puedo cobrar, hay que controlar la habitación cuando se van”, nos explicaron. Era un hotel de mala muerte. “No puedo esperar a que usted mire. Que venga alguien con nosotros, que se quede atrás de la puerta. Salimos y usted le pregunta a la persona.” Eso hicimos y salimos corriendo por avenida Córdoba. Y la muestra dio mal otra vez: no era el tiempo, era yo. Siete tratamient­os en dos años y seis veces que el médico nos dijo que no estaba funcionand­o. Sos de los que no bajan los brazos. Qué triunfo hermoso. Y de mi mujer también, que es la que expuso su cuerpo. Yo tenía todas las dudas sobre volver a ser papá y a los 60 años. Pero hoy estoy feliz. Tu primer matrimonio duró muchos años. Y, desde que nos fuimos a vivir juntos, que fue apenas nos conocimos, 29 años. Seguimos trabajando juntos. De hecho, vamos con Nicolás a comer a su casa. ¿Y Karina también es actriz? No, a ella la conozco desde el ’90. Era empleada de la agencia de publicidad donde hacía los avisos. Desde hace veinte años es la agencia que me atiende como cliente. En casa, cada uno tiene su escritorio: yo le curso avisos desde el mío y ella me manda facturas desde el suyo. ¿Hubo algún episodio traumático en tu vida? No, a lo único que le tengo respeto y temor es a la salud. En 2012 tuve un tumor renal que lo sacaron, no pasó a mayores pero era malo. Fue bien recortado. No te quedó angustia de muerte. No, pero sí me hago muchos controles. En ese sentido, creo que he desarrolla­do mi vida privada de manera bastante coherente. Coherente y con un nivel alto de exposición sin buscarla –no ponés tu nombre en cartel– y con discreción. Sí, por eso me sorprendí con el parto: sentí que conecté con mucha gente durante los 4 años que no logré el embarazo. Necesitaba contarlo. Y dar confianza. Y mostrar que los tipos no somos Superman: siempre se tiende a pensar que la mujer no puede. Me expuse. Porque sabías que se podía lograr. Gracias, Carlos. A vos.

 ??  ?? PASION PRECOZ A los 8 años, viendo La novicia rebelde, Carlos Rottemberg ya vislumbró su vocación.
PASION PRECOZ A los 8 años, viendo La novicia rebelde, Carlos Rottemberg ya vislumbró su vocación.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina