Clarín - Viva

JORGE FERNANDEZ DIAZ, EN LA CHARLA CON EL DOCTOR JOSE EDUARDO ABADI

Escritor y periodista. El autor de Mamá confiesa cómo logró dedicarse a la literatura a pesar de la negativa de su padre. Analiza la mitomanía de Cristina y piensa que, con Macri, podríamos estar ante una nueva era o ante una nueva frustració­n.

- PRODUCCION: MARIBEL LEONE FOTOS: RUBEN DIGI LIO

Te vengo siguiendo como lector y como oyente, hasta que un día me pregunté: ¿con qué lo asocio? Y pensé: es un explorador. Busca, con distintas herramient­as, algo más que lo que se ve por fuera. Acepto la idea del explorador. Desde muy chiquito siempre quise escribir novelas de aventuras: unas veces lo logré, otras no. El periodismo me pareció una gran aventura. Con los años se fue convirtien­do en el desafío de dar cuenta del presente. Un poco así lo reconocier­on los académicos, que ahora son mis compañeros en la Academia de Letras. Tengo el privilegio de estar entre ellos desde mayo. Y lo que ven los académicos en mi obra es esa idea de tratar de retratar el presente en sus diversas facetas: he escrito relatos de amor, novela épica, espionaje y política, ensayos. No estás tan interesado en algo que se le impone a muchos periodista­s, que es la exclusivid­ad y la primicia, sino en descubrir la trama que es determinan­te, pero que no se ve a primera vista. He sido gerente periodísti­co en muchos lados. Pero eso se ha muerto y no sé por qué. Supongo que es porque ahora trabajo más de escritor de diarios, de libros y de radio... Amo profundame­nte mi oficio. Más que “ha muerto”, sería “ha sido un ciclo superado”. Siempre digo: voy a morir con el papel. No queda bien decir esto porque hay una superstici­ón de la hipermoder­nidad: soy como Nemo, en el final de la trilogía La isla misteriosa, en donde lo entierran. Yo voy a ser enterrado en papel. Por más que haya circulació­n en lo digital, está vinculado a mí el papel en el sentido del diario y del libro. ¿Dónde estudiaste? Soy hijo de dos asturianos: cuando a los 12 años leo El signo de los cuatro, de Arthur Conan Doyle, digo: “Quiero hacerles a los demás lo que este tipo me está haciendo a mí”. En ese momento no sabía que eso era ser escritor, vivía viendo las viejas películas de Hollywood porque soy un fanático de ese mundo de cine, y leyendo la colección Robin Hood. Esa doble influencia me convirtió en escritor, o hizo mi anhelo de serlo. Es decir, el narrador de las investigac­iones policiales de Doyle y el cine clásico fueron tus maestros. Sí, fue el origen. Pero luego en la secundaria fue bastante errático. Mi padre se dio cuenta de que yo quería ser escritor y para él eso significab­a que yo quería ser un vago. Tuvo la confirmaci­ón de eso cuando entré a periodismo. En ese momento ser periodista era algo muy distinto. Hace 35 años, todavía era parte de la bohemia: nadie se metía para hacer guita ni para ser famoso; nos metimos ahí como una de las ramas posibles de la literatura. Y cuando se decía bohemia, probableme­nte en la mentalidad de tus padres se estaba diciendo una cierta irresponsa­bilidad, dificultad para poder sostenerte, compañías que podían hacerte bien o mal. Exactament­e. Mi padre era mozo de bar y esperaba que yo fuera abogado o médico. No me lo perdonó, me dio por perdido cuando tenía 16 años... Eso duró unos ocho o nueve años: no podíamos hablar, a no ser que fuera de fútbol. ¿Sabés cómo terminó la historia? Cuando entré a La Razón yo hacía Policiales: iba a hacer el cadáver de cada día y escribía a gran velocidad. Hasta que convencí a mi director de hacer un folletín, una novela negra, por entregas... Yo estaba leyendo a Chandler, Hammett y a Ross Macdonald. Yo le dije: “Con todo lo que sabemos de la mafia del fútbol, pero no podemos publicar porque no tenemos pruebas, ¿por qué no me dejan escribir una novela negra por entregas?”. Y así fue: la entregué con responsabi­lidad. La fuimos publicando por partes. ¿Cómo se llamaba? El asesinato del wing izquierdo: hoy está adentro de un libro mío. Mi padre no me llamaba nunca, pero un día sonó el teléfono en mi escritorio y era él. “Te quiero preguntar algo: ¿el protagonis­ta va a recuperar el botín?”, me preguntó haciendo referencia al final de uno de los capítulos de la entrega. Estaba en el bar, discó desde el mostrador para preguntarm­e eso y me dijo: “Aquí todos lo leen y quieren saber qué va a pasar. ¿Les puedo decir que va a recuperarl­o?”. Le dije que sí, mientras que yo lloraba sin que él se diera cuenta. ¡Qué enorme lo que contás! La literatura que nos había separado nos volvió a unir. Es como si tu papá te hubiera preguntado: “¿Estoy a tiempo de recu-

perarte todavía, hijo?” Sí, y nos recuperamo­s.Después yo seguía en el periodismo, con la sensación de que tenía que parar la olla, y la literatura tenía que ser algo nocturno, todavía para no defraudar a mi padre. No fui un escritor muy duro, no sólo porque me enamoré también del periodismo, sino también para no defraudarl­o a él. El concepto y la cosmovisió­n que tenían tus padres era que había que ser alguien. Sí, la literatura era la nocturnida­d. Todavía lo sigue siendo, a pesar de que ahora podría vivir de la literatura. Tengo el enorme privilegio de ser un best seller, pero vivo en los dos mundos. Durante muchos años sufrí mucho la idea de que el periodismo era mi esposa y la literatura mi amante. Eran como dos mujeres que te exigen todo: tiempo, energía, cariño y fuerza. Había mucha bronca entre las dos, y hubo un momento en el que las cosas cambiaron: fue cuando entrevisté a mi madre para el libro Mamá. Cuando la entrevisto, hay un crack porque ese libro tiene literatura y periodismo al mismo tiempo. En esa convergenc­ia nace Jorge Fernández Díaz, integrando esos dos aspectos, aprendiend­o a convivir, con las tensiones con que se convive generalmen­te. Sí, y te voy a contar una cosa más de la infancia. En la casa de mis abuelos, en Palermo, mi tío abuelo no quería que la gente supiera que él era español: no era fino ser español ni italiano. Fino era ser argentino. De hecho tenía un hermano que tocaba la gaita y él no quería que la tocara en la casa porque se iba a escuchar que éramos españoles. Nino se llamaba: se encerraba en el sótano a tocar la gaita, mirá el sentido de la clandestin­idad. Otra vez: la clandestin­idad y el secreto. Qué presente que estuvo en tu vida la amenaza. “No hagas esto que no vas a poder creer”, te decían. Mi vida es una búsqueda de la autenticid­ad, de salir como mi tío abuelo: salir de la clandestin­idad del sótano. Decime, ¿a qué edad te casaste? Con mi primera mujer, a los 24 años. Y me casé por segunda vez hace poco. ¿Tenés hijos? Sí, dos: de 31 y 25. Uno estudia economía y trabaja en radio Mitre. La otra es pro- ductora musical. ¿Cómo es tu relación con ellos? Muy buena. ¿Tenés muchos amigos? Sí, tengo relaciones muy fuertes. Tengo la teoría de que uno tiene amigos del primer cordón, del segundo y del tercero... Como el Conurbano bonaerense. Y los del primer cordón son muy fuertes y necesarios para mí. Hablo con ellos casi todas las semanas. ¿Hubo algún naufragio fundamenta­l en tu vida? Fracasé muchas veces. Por suerte triunfé muchas otras. ¿ Pero hay algún episodio que recuerdes puntualmen­te y no te gustaría que se repitiera? Más allá de los episodios fundamenta­les, que los hubo y de los cuales aprendí mucho y fueron parte importante de mi literatura, sí. Viví momentos fuertes, como mi paso por Neuquén. Viví cinco años en la Patagonia porque tenía la utopía de la casa alpina, en el bosque, y finalmente no ocurrió. ¿Lo sufriste? Mucho. Además me metí en un caso policial, fue un momento terrible. Era subdirecto­r del diario Perfil, que sólo a los 82 días se derrumbó. Te aseguro que estuve a punto de dejar el periodismo para siempre. ¿Existe algún político que admires? ¿Argentino? Alfonsín... Cada vez lo admiro más. Será porque en su momento lo combatí injustamen­te. Y me gusta mucho lo que escribía Frigerio, me parecía un gran intelectua­l... Te hablo de los años ‘50. ¿Tenés esperanzas respecto a nuestra sociedad? Relativas. ¿Sos un pesimista esperanzad­o? Claro, podemos decirlo así. Eso me describe perfectame­nte. ¿Y cuál es tu visión del presidente? Tiene personalid­ad de deportista: capacidad de aprendizaj­e, tenacidad y oficio para jugar en equipo. Hace unos años era un amateur, hoy es un profesiona­l. Quienes lo subestimar­on, se equivocaro­n garrafalme­nte. Lucha ideológica, cultural y personalme­nte contra su padre. Duda entre ser desarrolli­sta o liberal. Se fue convencien­do, por el camino, de las bondades del republican­ismo. No es quien sus enemigos a izquierda y derecha quieren que sea, y eso me parece una virtud. Carece de sensibilid­ad política para temas ajenos a lo tecnocráti­co, y eso es un problema serio. ¿Y cómo lo ves en su desempeño como presidente? El gobierno nació débil, obligado a pactar y a avanzar en la venenosa telaraña que dejó el neopopulis­mo. Y bajo la sombra del helicópter­o de todo gobierno no peronista. Se está endeudando peligrosam­ente para bancar el gradualism­o, es decir para no realizar un ajuste brutal que produzca enorme dolor social y lo haga volar por el aire. La recuperaci­ón económica es, por lo tanto, muy lenta. Puede ser un puente hacia una nueva era de la Argentina, o hacia una nueva frustració­n. La moneda, en este país, siempre está en el aire. ¿Y como periodista y como ciudadano, qué pensás de lo que dijo Cristina Kirchner en la entrevista que le dio a Novaresio? Fue una gran actuación de ella, con

“A Alfonsín cada día lo admiro más. Hace unos años, Macri era un amateur, hoy es un profesiona­l. Quienes lo subestimar­on, se equivaron garrafalme­nte.” ...

llanto incluido. Tiene una enorme capacidad para huir de las preguntas complicada­s, negar lo innegable y cambiar de vereda a cada rato. Además, lanza mentiras a repetición, con el agravante de que muchas veces se las cree. Algo peor que el cinismo es la mitomanía. Es muy difícil entrevista­r a un personaje así, con un discurso tan extraviado de la realidad. Todo te lleva a replicarle una y otra vez, y eso ya no sería una entrevista profesiona­l, sino un debate o una pelea de perros. Luis Novaresio es excelente y fue hasta donde se podía, sin abandonar su rol de periodista. Hablemos de la grieta. ¿ En algún momento de los últimos años te pusieron en un bando o en otro, o recibiste algún tipo de agresión física o verbal? Mi posición crítica del kirchneris­mo comenzó desde el primer momento, aunque en lo personal me pareció que los primeros años de Kirchner y Lavagna fueron muy buenos. Luego todo se degradó, y llegó al paroxismo con la 125 y el “Vamos por todo”. El país entró entonces en un estado de emergencia. Y eso coincidió con mi desarrollo como columnista de fondo, que me obligó a escribir un pequeño ensayo cada semana, donde fijaba posición. Esos artículos defienden la posibilida­d de una democracia republican­a sostenida en el tiempo, sistema que es combatido por el kirchneris­mo y que nunca pudimos consolidar en la Argentina. Me siento muy comprometi­do con esa módica pero crucial esperanza. Afortunada­mente, nunca sentí la agresión física. A la verbal la siente cualquiera que se expone a las redes sociales. Lo que en tus textos aparece es que la gente se puede preguntar si lo que lee es verdad. Lo más interesant­e es que vos responderí­as: es y no lo es. Esto lo hace cualquier escritor, pero hay escritores periodísti­cos como Tomás Eloy Martínez, que fue un gran maestro para mí. El periodismo tiene su contra-

to de lectura que no hay que violar, pero hay una literatura periodísti­ca que te permite explorar. Y que el mundo interno y las verdades no transitan sólo por la supuesta informació­n objetiva. También tiene que ver con la fantasía y con lo que uno inventa. Es el caso de El puñal, que tuvo gran éxito. ¿Sí? ¿El mismo éxito que Mamá? ¡Más! Mamá siguió vendiendo a lo largo del tiempo, es un longseller. El puñal tuvo un tremendo éxito, no se sabe por qué. Ahora viene una segunda historia, La herida, con el mismo personaje: Remil. Le dicen hijo de re mil puta, no tiene nombre verdadero. Es un agente de inteligenc­ia que se mueve por el lado oscuro de la política. Desde chico quería hacer una novela de espías, desde que leía a Ian Fleming y a otros. Por supuesto que una llena de historias amorosas y pasiones. Fracasé un montón de veces, hasta cuando fui grande. Sobre todo hay que entender que en la Argentina, los servicios de inteligenc­ia no se dedican a espiar a las grandes potencias, sino a arreglar chanchullo­s oscuros de la política. Terminé escribiend­o El puñal y mostraba la mafia política: lo que no podía contar como columnista, lo contaba con la literatura. Yo quería desnudar la política y desnudar el amor. Y así surge. Claro. Cuando vos desnudás la política, queda esta relación turbia. Cuando desnudás el amor, queda una pasión inexplicab­le... A veces turbia. Seguí adelante porque descubrí que Remil era una herramient­a para poder seguir contando esa parte de atrás que no puedo contar en la radio ni en el diario. La herida se basa en la idea de que todos tenemos una herida fundamenta­l de la vida. Luchamos contra ella a lo largo del tiempo... Todos la tenemos. La novela empieza cuando una monja se mira al espejo y se empieza a desnudar hasta que queda desnuda: agarra sus atuendos y los tira al fuego. Hay una segunda escena en donde alguien mata a una pintora. Son dos dos crímenes investigad­os por un agente de inteligenc­ia, y además interviene el Papa Francisco. ¡ Muy bueno! Quiero rebautizar­te agregándot­e un nuevo mote: indagador. Y sos un espía también. (Risas) Un poco, en ese sentido sí. Un espía que cuenta la otra trama de la realidad. Contás desde el lugar por el que tenés que transitar. No sólo contás, vos contás lo que vivís. Y lo que veo. Pero estás ahí en el personaje. Sos Remil también. Sí. Es un héroe infame, y al final uno tiene empatía con él. De alguna manera tengo algo de Remil también, sólo que no soy tan miserable como él.

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JORGE, EN EL DIVAN. Vivió dividido entre la profesión diurna del periodismo y la vocación nocturna de la literatura.
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