LA COLUMNA DE FELIPE PIGNA

Era evidente que no podían ocultarse los hechos ocurridos en España y decirle a la población de Buenos Aires que todo estaba bien en la Península mientras se sabía que había caído el último bastión frente al arrollador avance napoleónico, por lo que el virrey Cisneros decidió darlos a conocer “en forma arreglada”, según él mismo le instruía al gobernador militar interino Joaquín De Soria para que lo hiciese en Montevideo.

Fue así que publicó su famoso bando del 18 de mayo de 1810, que tras reconocer “el peligroso estado de la Metrópoli, de toda la monarquía”, insistía en que a pesar de los desastres España no estaba derrotada, y que incluso en el caso de que llegase a estar “destinada por los inescrutables juicios de la Divina Providencia a perder su libertad e independencia”, confiaba en que “vosotros conservaréis intacto el sagrado depósito de la soberanía para restituirlo al desgraciado monarca [...] y, en fin, que en la América Española subsiste y subsistirá siempre el trono glorioso de los esclarecidos Reyes Católicos a quienes debió su descubrimiento y población, para que lo ocupen sus legítimos sucesores”.

También afirmaba: “En el desgraciado caso de una to- tal pérdida de la Península, y falta del Supremo Gobierno, no tomará esta Superioridad determinación alguna que no sea acordada en unión de todas las representaciones de esta Capital, a que posteriormente se reúnan las de sus Provincias dependientes, entre tanto que de acuerdo con los demás virreinatos se establece una representación de la soberanía del señor Don Fernando VII. Y yo os añado, con toda la ingenuidad que profeso, que lejos de apetecer el mando, veréis entonces como toda mi ambición se ciñe a la gloria de pelear entre vosotros por los sagrados derechos de nuestro adorado monarca, por la libertad e independencia de toda dominación extranjera de estos sus dominios y por vuestra propia defensa, si alguno la perturba”.

Con las noticias de Europa se produjo la chispa que faltaba para “que todo se incendie”. De la proclama de Cisneros queda claro que buscaba ganar tiempo, acordando con la Audiencia y el Cabildo (“las representaciones de esta Capital”) y los gobernadores intendentes los pasos a seguir, mientras se ponía en contacto con “los demás virreinatos” –y ante todo, el del Perú y la capitanía general de Chile– para acordar un plan de más largo aliento. Siempre en línea con la preservación de la monarquía y el “orden” colonial.

Pero como señalaría Manuel Moreno, “Cisneros se encontraba mandando a nombre de un poder que había dejado de existir”.

En el curso de la llamada “Semana de Mayo”, esos “genios inquietos y malignos” se lo hicieron saber con todas las letras.

Tres grupos definidos entraban en esa “categoría” esbozada por Cisneros. Ante todo, el formado por los ex “carlotistas”, Belgrano, Castelli, Vieytes, los Paso, Donado, el cura Manuel Alberti y Nicolás Rodríguez Peña. Otro núcleo, definitorio por su poder efectivo, era el de los jefes y oficiales de milicias (Saavedra, Viamonte, Martín Rodríguez, Ortiz de Ocampo, los Balcarce, entre otros), para quienes las brevas ya estaban maduras. Un tercer grupo, liderado por Domingo French, Antonio Beruti, Francisco Planes, Francisco de la Cruz y Ladislao Martínez, tenía mayor contacto con los sectores populares de las orillas y la campaña, y se convertirían en los “chisperos” de esas jornadas, y también se los conocería como la “Legión Infernal”.

Manuel Moreno señaló que “Cisneros se encontraba mandando a nombre de un poder que había dejado de existir”. Y los “genios inquietos y malignos” se lo hicieron saber con todas las letras.

1 y 2. Levene, Ensayo histórico..., cit., tomo II, pág. 36-37, citando las respuestas de Cisneros al oficio de Soria sobre el arribo del John Paris. 3. Manuel Moreno, Colec

ción de arengas, pág. CXXIII. 4. Mariano Pelliza, Historia Argentina, Lajouane, Bs.As., 1910, tomo I, pág. 233-235.