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Melchora y el vino mendocino

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Melchora de Lemos, nacida en 1691 en una familia de la elite mendocina, desde la década de 1710 se fue convirtien­do en una “empresaria de innovación”, como la llama Pablo Lacoste al estudiar su trayectori­a y los pleitos que debió mantener con su hermano Juan, un poderoso personaje de la época.

Doña Melchora había heredado bienes que incluían una estancia en Uspallata y una de las diez bodegas existentes en Mendoza. En 1719, compró una fracción de viña (con unas 2.361 cepas) junto con una botijería y sus hornos para producir vasijas de barro.

A ello sumó una pulpería ( fue la primera mujer dueña de este tipo de negocio en Mendoza), con lo que se convirtió en uno de los primeros casos de empresa integral en la actividad: producía las uvas, que transforma­ba en vino en su bodega; fabricaba sus vasijas y comerciali­zaba el producto, tanto en su pulpería como con despachos con destino a Buenos Aires.

Esta mujer emprendedo­ra encaró mejoras en sus actividade­s. En el censo de 1739 aparece con un patrimonio estimado en 3.700 pesos, que incluyen bodega, casas, una viña y tres esclavos.

Esta nueva bodega con- taba con dos lagares y vasija con capacidad de unas 637 arrobas, distribuid­a entre 48 tinajas y dos pipas.

Doña Melchora pertenecía al reducido grupo de bodegueros ( formado por ella y cinco varones) que superaban ese volumen y en su caso la calidad media. Fue una de las primeras en usar recipiente­s de madera junto a don Clemente Godoy que poseía ‘siete pipas de España’. En 1766, don Santiago de Puebla poseía 19 pipas y un barril; un año después, la bodega de los jesuitas (1767) tenía dos pipas. En ese contexto, las dos pipas de doña Melchora en 1741 representa­ban una actitud de liderazgo”.

Estos vinos añejados podían venderse en Buenos Aires al doble del precio de los comunes.

Una de las preocupaci­ones, tanto de quienes remesaban el producto como de los comerciant­es y las autoridade­s, era que los vinos llegasen a destino sin haber perdido su calidad en los trayectos que debían realizar.

El viaje de las carretas llevaba dos meses desde Mendoza hasta Buenos Aires, eso si el tiempo se mantenía sin aguaceros y si los caminos estaban transitabl­es. Las sendas descubiert­as y abiertas a través de las llanuras por las caravanas y tropas, con el tiempo se convirtier­on en las primeras redes de caminos. Para comienzos del siglo XVIII, cuando la Corona estableció y organizó el sistema de correos y postas, su trazado siguió en líneas generales ese recorrido, que en más de un caso conservan las rutas actuales.

Los testimonio­s de la época ponderan la excelente calidad de los vinos cuyanos, con expresione­s que fueron habituales: su equiparaci­ón con los traídos de España y Canarias, que a partir del Reglamento para el Comercio Libre de España e Indias, promulgado por Carlos III en 1778, serían su principal competenci­a en los mercados consumidor­es, sobre todo en Buenos Aires.

Según Ovalle, los vinos de Mendoza eran “muy generosos y de tanta fuerza que con llevarse por tierra más de 300 y 400 leguas, por los calores inmensos de las Pampas de Tucumán y Buenos Aires, a paso de buey, con lo que vienen a durar los viajes muchos meses, llegan sin recibir ningún daño y duran después cuanto quieren sin descompone­rse”.

Doña Melchora pertenecía al reducido grupo de bodegueros que elaboraba vinos que superaban la calidad media. Y fue de las primeras en usar recipiente­s de madera para su añejamient­o.

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FELIPE PIGNA HISTORIADO­R consultasp­igna@gmail.com

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