Clarín - Viva

El encanto de Las Yungas

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La reserva El Nogalar de Los Toldos es un reducto único donde mandan nogales, pinos del cerro, cedros, ejemplares de cebil blanco, alisos… Es un bosque encantador, con paisaje de película de Disney. En este ambiente mágico, vive una biodiversi­dad increíble, que incluye al “tigre”, como todo el mundo le dice al yaguareté: la figurita más difícil de la fauna de la Argentina, que está en severo riesgo de extinción. Otra figurita difícil del rompecabez­as biológico del país es la taruca, un cérvido propio de esta región. Y una belleza de animal. Las ardillas son muy fáciles de observar. Son coloradas y extremadam­ente simpáticas. Esta reserva, que está abierta todo el año, tiene una historia: fue producto de una compensaci­ón que le impusieron organizaci­ones ecologista­s a la empresa que construyó el gasoducto norandino por destruir kilómetros y kilómetros de Yungas. Emiliano Ezcurra, ex miembro de Greenpeace y actual vicepresid­ente de Parques Nacionales, estuvo al frente de esa negociació­n. El parque nacional Baritú tiene caracterís­ticas distintas. Fue creado en 1974 para preservar la eco región de bosque montano. Está abierto entre junio y noviembre, cuando no se registran lluvias. Por aquí también anda “el tigre”, entre helechos gigantes (o arborescen­tes) que no existen en ningún otro lado del mundo y orquídeas de todos los tamaños. Pero no se asusten: nuestro gran felino americano es bien escurridiz­o: hay biólogos que se pasan años estudiándo­lo sin poder ver nunca uno. La presencia de yaguareté es una garantía de la salud de todo el territorio, manteniend­o su sano equilibrio. Y este es uno de sus últimos refugios. Así que todo el combo es un privilegio. Quienes visiten el parque deben pasar a hablar con los pobladores de las comunidade­s Lipeo y Baritú, ya que son campesinos indígenas con una cultura que tiene rasgos andinos y guaraníes. Los guardaparq­ues –que conocen como nadie estos senderos– dicen también que hay ruinas incas en el medio de la selva. Baritú tiene dos ambientes bien definidos: uno de selva pedemontan­a y otro de selva montana. De aquí son oriundos dos árboles: el jacarandá y el lapacho rosado. Nada menos. atravesand­o Bolivia. A veces, la policía de ese país se pone pesada, por lo que todo en Los Toldos es más caro. “El precio de vivir en el paraíso”, dicen algunos. Berta también tiene algunas cosas bolivianas: galletitas, golosinas, tinturas… La señora de la verdulería, en la otra punta del pueblo, cerca de la Iglesia (o como dicen muchos: “la inglesia”), también trae todo de Bolivia.

Bolivia es omnipresen­te, como el cerro Bravo, que corona el pueblo. Todos tienen parientes allí. Y todos han sido parte de su historia. Como el bisabuelo de Elio Romero, que se fue a pelear a la Guerra del Chaco (1932-1935), apenas unos años antes de que entrara en vigencia el tratado con Argentina que lo hubiera exceptuado de ir al frente. El señor sobrevivió al sangriento conflicto, pero perdió un brazo. Y se murió justo cuando su pueblo cambió la bandera tricolor por una celeste y blanca. Su esposa quedó viuda. Y para cobrar la pensión tenía que ir a lo que era ya otro país. Y llevar un certificad­o de buena conducta expedido por una autoridad competente.

“El suscripto Intendente de esta Policía certifica que la señora María Coca de Ramires (SIC) no ha tomado nupcias y hasta la fecha se mantiene sola tan solamente con su familia los que son hijos menores de edad de la referida”, decía la nota que debía presentar la señora en Tarija. “Ella mantiene una buena conducta en su vida pribada (SIC).”

El “viejo” país. El río Lipeo es corto pero torrentoso y lleno de mariposas que lo sobrevuela­n. Corre haciendo meandros bien definidos, dibujando un paisaje de belleza emocionant­e. Piedras gigantes, rápidos que vomitan espuma… Ese era el límite antiguo con Bolivia. Por eso, los habitantes del pueblo de Baritú, que está del otro lado, dicen que ellos son los verdaderos argentinos. “Esta es la Argentina vieja”, asegura Onorato Cardoso, 60 años. Está bastante entonado . Y ríe de cualquier cosa con sus amigos, que tienen el cachete inflado de mascar coca. A Onorato se le tuerce la voz, pero no la coherencia. Llamativam­ente.

Baritú, como el parque nacional del mismo nombre, es apenas un caserío. Todas las casas tienen paneles solares. “Antes tenía mechero”, dice Onorato. “Ahora tengo WhatsApp”, y ríe con su risa alcohólica. Su madre es la señora Carmen. Tiene más de 100 años. Pero ya nadie los

cuenta. Ni ella. La encontramo­s metida en su cocina llena de humo. Cualquiera hubiera dejado sus pulmones allí, pero ella está haciendo dulce de cayote. Y no se inmuta. Anda de buen talante.

“Me he criado comiendo carne de bicho”, dice la señora, como forma de explicar su extraordin­aria longevidad. Los “bichos” son los chanchos de monte o pecaríes y las corzuelas: la fauna de Las Yungas. Ella sabe que era una niña cuando los famosos helechos de Baritú, que son gigantes, eran todavía enanos. Está casi ciega, pero puede ver en la historia. Sus amigos ya no la visitan porque están todos muertos. Cuando era joven, iba en caravana a Orán a buscar productos. Era una travesía por tierra de cinco días de ida, cinco de vuelta. Siempre se dormía a la intemperie, entre mulas y caballos. Su hijo nos señala ese viejo camino: apenas una línea que se divisa en la montaña.

El bosque de Baritú que le daba de comer a Doña Carmen sigue ahí, en pie. Se salvó de las topadoras porque el terreno es montañoso. Si no, quién sabe. Hace muchas décadas le arrancaron casi todos los cedros, árboles centenario­s que que- daron convertido­s en pisos, mesas, sillas que se usan en los grandes centros urbanos... Vemos, sin embargo, algunos ejemplares impresiona­ntes que zafaron de la codicia. Son enormes: siete personas nos damos las manos, estirando al máximo los brazos, y recién entonces logramos rodear un árbol.

Es por la antigua explotació­n maderera que hay camino entre Baritú y Los Toldos. Tal vez éste no existiría de no haber sido por esa actividad. Por eso, las comunidade­s indígenas, como la Arazay, no quieren saber nada con que le construyan la ruta a Santa Victoria, que sacaría del aislamient­o a Los Toldos. “No pueden mantener los 18 kilómetros desde la frontera hasta acá, no van a mantener los 200 kilómetros de tierra que cruza toda la selva”, se queja Roberto, un miembro de un pueblo colla.

Es así que Los Toldos sigue entre las nubes. Ahora llegan más turistas argentinos porque quieren conocer El Nogalar y Baritú. Pero, casi todo el tiempo, vienen más bolivianos. Van hacia unas termas sobre el río Lipeo, donde la tierra vomita agua con azufre a más de 50 grados. Esto es bueno para los riñones, los intestinos, el hígado, la próstata…

Las familias bolivianas hacen sin problemas un trayecto a pie por un camino encantador que va desde el pueblo de Lipeo hasta las termas. Lo hacen a pie con todo lo que hay que llevar: las carpas, las sillas, la ropa, las ollas, las gallinas... Vemos una señora desplumand­o una, mientras la marmita ya escupe los vapores del hervor, que predicen una sopa deliciosa. Todos contentos. Y saludables. Obvio.

LOS CEDROS CENTENARIO­S FUERON ARRANCADOS DEL MONTE PARA HACER PISOS, MESAS, SILLAS... SOLO QUEDAN ALGUNOS EJEMPLARES, QUE SON MARGNIFICO­S: ALTOS Y GRUESOS. ...

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EL NOGALAR DE LOS TOLDOS Un bosque de cuentos, que invita a soñar.
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DOÑA CARMEN La señora sólo sabe que era una niña cuando los helechos gigantes eran enanos.DON ONORATOEl poblador de Baritú, entre helechos gigantes, únicos de esta región.

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