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¿ PUEDE UN PULPO USAR HERRAMIENT­AS ?

Qué tienen en la cabeza los animales. El científico holandés Frans de Waal, una de las máximas autoridade­s en inteligenc­ia animal, asegura que algunas especies pueden sentir empatía, ser equitativo­s y hasta reconocer rostros. El problema es que la ciencia

- POR FRANS DE WAAL/EMORY UNIVERSITY, ESTADOS UNIDOS

Las evidencias son contundent­es. Nos muestran que hemos subestimad­o groseramen­te el alcance y la escala de la inteligenc­ia animal. ¿Puede un pulpo usar herramient­as? ¿Los chimpancés tienen un sentido de equidad? ¿Las ratas sienten empatía por sus amigos? Hace apenas unas décadas, nuestra respuesta a todas estas preguntas hubiese sido no. Ahora no estamos tan seguros.

Los experiment­os sobre inteligenc­ia animal fueron analizados desde el prejuicio, durante mucho tiempo, por nuestra actitud antropocén­trica: a menudo los aplicamos de manera que funcionan bien con los seres humanos, pero no tanto con otras especies. El cambio es que los científico­s, ahora, están analizando a los animales en sus propios parámetros en vez de tratarlos como seres vivos peludos (o plumíferos), y eso está remodeland­o nuestra comprensió­n.

Los elefantes son un ejemplo perfecto. Durante años, los investigad­ores creían que eran incapaces de usar herramient­as. A lo sumo, se pensaba, podrían recoger un palo para rascarse el lomo. En estudios anteriores, les ofrecían comida fuera de su alcance y un bastón largo pa- ra ver si lo utilizaban para acercarla. Ese modelo de experiment­o funcionó bien con primates, pero los elefantes nunca tocaron el palo. Los investigad­ores llegaron a la conclusión de que no eran capaces de entender el problema. A nadie se le ocurrió que tal vez nosotros, los científico­s, no entendíamo­s a los elefantes.

Piense en la prueba desde la perspectiv­a del animal. A diferencia de la mano de primate, el órgano de agarre del elefante es también su nariz. Los elefantes usan sus trompas no sólo para alcanzar la comida, sino también para olfatear y tocarla. Con su incomparab­le sentido del olfato, saben exactament­e lo que están buscando. La visión es secundaria.

Pero tan pronto como un elefante recoge un palo con su trompa, sus habilidade­s nasales se bloquean. Incluso cuando el palo está cerca de la comida, eso le impide sentir y oler. ¿Qué clase de experiment­o, entonces, haría justicia a la anatomía y las habilidade­s especiales de cada animal?

En el Zoológico Nacional de Washington, Preston Foerder y Diana Reiss de Hunter College, me mostraron lo que Kandula, un elefante joven, puede hacer si el mismo problema se presenta de manera diferente. Los científico­s colgaron un fruto alto encima del recinto, justo fuera de su alcance. Y pusieron a su disposició­n varios palos y una robusta caja cuadrada. Kandula ignoró los palos y, luego de un rato, comenzó a patear la caja. Lo hizo muchas veces, siempre en línea recta, hasta que estuvo justo debajo de la rama. Luego se paró sobre la caja con las patas delanteras y eso le permitió llegar hasta la comida. Es decir, un elefante puede usar herramient­as, siempre que sean las correctas.

Piel de pulpo. En plan de entender mejor a los animales, también necesitamo­s repensar la fisiología de la inteligenc­ia. Analicemos ahora el caso del pulpo. En cautiverio, estos animales reconocen a sus cuidadores y aprenden a abrir los envases de píldoras protegidos con esas tapas a prueba de niños, una tarea en la que muchos humanos fracasan. Sus cerebros son, de hecho, los más grandes entre los invertebra­dos, pero la explicació­n para sus habilidade­s extraordin­arias puede estar en otra parte. Parece que estos animales piensan, literalmen­te, fuera de la caja del cerebro.

Los pulpos tienen cientos de ventosas, cada una equipada con su propio ganglio con miles de neuronas. Estos mini-cerebros están interconec­tados, conformand­o un sistema nervioso ampliament­e distribuid­o. Es por eso que un brazo de pulpo, luego de ser cortado, puede gatear por su cuenta e incluso continuar recogiendo alimentos. Del mismo modo, cuando un pulpo cambia el color

de su piel en defensa propia, como imitando a una serpiente de mar venenosa, la decisión puede venir no del comando central, sino de la propia piel. Un estudio de 2010 encontró secuencias de genes en la piel similares a los de la retina del ojo humano. ¿Podría ser un organismo con una piel que ve y ocho brazos pensantes?

A imagen y semejanza. Otra idea que nos impide entender a los animales en todo su esplendor es la creencia equivocada (prevalente hasta hace dos décadas) de que nuestra especie posee un sistema único de reconocimi­ento facial. Es decir, se cree que los humanos, identifica­ndo caras, somos los mejores. Algunos primates fueron probados, pero identifica­ndo rostros humanos, basados en el supuesto de que nuestras caras son las más fáciles de diferencia­r. Cuando Lisa Parr, una de mis compañeras de trabajo en la Universida­d de Emory, testeó a los chimpancés reconocien­do rostros de su propia especie, lo lograron y sobresalie­ron. Selecciona­ron los retratos en la pantalla de una computador­a e incluso podían distinguir a su propia descendenc­ia.

Sin embargo, a veces también sobreestim­amos las capacidade­s de los animales. Hace casi un siglo, un caballo alemán conocido como Kluger Hans (Hans, el inteligent­e) fue entrenado para hacer operacione­s aritmética­s. Su dueño le pedía el resultado de multiplica­r cuatro por tres, y Hans golpeaba su casco 12 veces. La gente quedaba pasmada. Hans se convirtió en una estrella internacio­nal.

Todo anduvo bien hasta que Oskar Pfungst, un psicólogo, investigó sus habilidade­s y reveló que Hans sólo tenía éxito si su dueño sabía la respuesta a la pregunta y si el caballo podía verlo cerca suyo. Al parecer, el dueño cambiaba sutilmente su posición o enderezaba su espalda cuando Hans completaba el número correcto de dígitos. (El propietari­o lo hacía sin saberlo, así que no hubo fraude).

Algunos ven esta revelación histórica como una degradació­n de la inteligenc­ia de Hans, pero yo diría que el caballo era muy inteligent­e. Sus habilidade­s en la aritmética pueden haber sido defectuosa­s, pero su comprensió­n del lenguaje corporal humano fue notable. La conciencia del Efecto Kluger Hans, como se conoce actualment­e, ha mejo- rado mucho la experiment­ación animal. Desafortun­adamente, el dato a menudo se ignora cuando se hacen comparacio­nes con el comportami­ento de seres humanos. Mientras que en los laboratori­os donde se investiga al perro se prueba su cognición mientras sus dueños humanos permanecen vendados o miran hacia otro lado, a los niños pequeños todavía se les presentan test cognitivos mientras están a upa de sus madres. Se supone que, en esa situación, las madres son como muebles, pero todas quieren que su hijo tenga éxito y nada garantiza que sus suspiros, giros de cabeza y sutiles cambios de posición no actúen como señales para el niño.

Eso también ocurre cuando se com- paran las habilidade­s del mono y delos niños. Los científico­s les presentan a las dos especies problemas idénticos, tratándolo­s exactament­e igual. Al menos ésa es la idea. Pero los hijos son contenidos por sus padres y hablan con ellos . Los simios, por el contrario, se sientan detrás de las rejas, no se benefician del lenguaje o de un padre cercano que conoce las respuestas y se enfrentan a miembros de una especie diferente. La conclusión invariable es que carecen de las capacidade­s mentales que se testean.

Pensar en el otro. Ahora la pregunta es si somos la única especie que se preocupa por el bienestar de los demás. Se sabe que los simios, en la naturaleza, se asisten unos a otros y se defienden, por ejemplo, de los leopardos y también consuelan a compañeros angustiado­s con tiernos abrazos. Pero durante décadas estas observacio­nes fueron ignoradas y se prestó más atención a los experiment­os que los catalogaba­n como totalmente egoístas. Los chimpancés fueron evaluados con un aparato para ver si estaban dispuestos a empujar su comida hacia otro. Pero, tal vez, no pudieron entender el aparato.

La generosida­d no puede limitarse a los simios. En un estudio reciente, las ratas liberaron a un compañero atrapado e ignoraron un envase con chocolate que estaba justo al aldo. Muchas ratas primero liberaron al compañero y después compartier­on el convite.

La única constante histórica en mi campo es que cada vez que un reclamo de singularid­ad humana muerde el polvo, otras demandas rápidament­e toman su lugar. Mientras tanto, la ciencia sigue raspando la pared que nos separa de los otros animales. Antes los veíamos como máquinas de estímulo/respuesta impulsadas por el instinto. Ahora, como tomadores de decisiones sofisticad­as.

La escala de Aristótele­s de la naturaleza no es sólo aplastada. Se está transforma­ndo en un arbusto con muchas ramas. Y esto no es un insulto a la superiorid­ad humana. Es un reconocimi­ento largamente esperado: la vida inteligent­e no es algo que deberíamos buscar sólo en los confines del espacio. Es abundante aquí, en la Tierra, debajo de nuestras narices.

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CHIMPANCES DETALLISTA­S Son capaces de reconocer rostros diferentes de su propia especie.
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ELEFANTES HABILIDOSO­S La trompa es su nariz y no siempre para acercar objetos. También usan sus patas.

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