Clarín - Viva

¿Y AHORA,QUIEN VA A CUIDAR A LOS ABUELOS?

Cómo elegir a un profesiona­l. Aumentó la expectativ­a de vida y la medicina permite un envejecimi­ento activo, con la posibilida­d de seguir en casa para el adulto mayor. ¿Pero a quién debería dejar entrar la familia para que lo cuide?

- POR ANA MARANT ILUSTRACIO­N: DANIEL ROLDAN

Además de administra­r personalme­nte los tres geriátrico­s que abrió en Buenos Aires hace cinco décadas junto con su marido, hasta hace poco Virtudes F. iba sola al supermerca­do y volvía a su casa cargando dos bolsas llenas de provisione­s. Sólo después de sufrir un trastorno cardiovasc­ular que la obligó a bajar el ritmo, aceptó contratar una empleada con cama adentro para que la acompañe por las noches. “No puedo quedarme sin hacer nada. Lo intento, pero no puedo. Tener ocupada la cabeza te obliga a no pensar tonterías. Hay que hacer, moverse, trabajar hasta el último minuto. Eso es lo que te mantiene vivo”, advierte esta gallega guapa de 92 años y memoria prodigiosa, que –a pesar de que sus hijas siempre se ofrecen a ayudarla– sigue ocupándose personalme­nte de los trámites bancarios de la empresa familiar.

La suya es de esas tantas excepcione­s que últimament­e son noticia: personas longevas que se conservan en impecable estado físico y mental, como la nonagenari­a actriz y conductora Mirtha Legrand, por citar un caso conocido. “No hay día en que la llame por teléfono y ella no me diga ‘ bueno, te corto Marce, tengo que lavarme la cabeza para salir’”, contaba su hija recienteme­nte, a propósito del cumpleaños de la diva de los almuerzos.

El aumento de la expectativ­a de vida y los avances de la medicina preventiva permitiero­n a muchos adultos mayores transitar lo que hoy se conoce como un “envejecimi­ento activo”, evitando o retrasando así la internació­n en residencia­s para adultos mayores. Los geriátrico­s u hogares de ancianos eran hasta hace una década la alternativ­a inexorable, más allá del grado de dependenci­a de la persona. Hoy existe una instancia anterior gracias a la profesiona­lización del cuidador domiciliar­io, una figura que tarde o temprano se vuelve imprescind­ible dentro de cualquier familia donde haya abuelos.

Personas capacitada­s. Los cuidadores no son asistentes ni acompañant­es terapéutic­os, tampoco enfermeros. Son

personas capacitada­s para garantizar “la superviven­cia social y orgánica de las personas con dependenci­a, es decir, de aquellas que carecen de autonomía personal y necesitan ayuda de otros para la realizació­n de los actos esenciales de la vida diaria”, según coinciden las definicion­es autorizada­s.

Actualment­e, sólo a nivel oficial, existen en todo el país más de 45.000 cuidadores domiciliar­ios inscriptos en el Registro Nacional de Cuidadores Domiciliar­ios implementa­do dentro del programa que lleva adelante el Ministerio de Desarrollo Social. La mayoría de ellos se formó profesiona­lmente en los cursos teórico/prácticos que dicta ese organismo y otras institucio­nes educativas, donde se imparten conocimien­tos específico­s que habilitan para la tarea de atender, evitar situacione­s de riesgo y tomar decisiones orientadas a mantener la integridad de adultos mayores, personas con discapacid­ad y enfermedad­es crónicas.

Una vida integrada. “Como criterio general, es necesario privilegia­r la atención en el domicilio y brindar en la casa y en su ambiente las ayudas necesarias para que la persona continúe en su ámbito familiar y social habitual. En estos casos, la presencia de los cuidadores es importante porque permiten que el anciano lleve una vida integrada. Hoy, el objetivo de la medicina es conservar la autonomía de las personas mayores y prevenir discapacid­ades para alcanzar una vejez sana, activa e independie­nte”, explica Enrique Rozitchner, médico psiquiatra y psicoanali­sta ex coordinado­r de Psicogeria­tría de la Asociación de Psiquiatra­s Argentinos (APSA). De ese modo, se refiere a que el ámbito familiar y social contribuye a la salud física y también anímica.

“Los factores sociales y psicológic­os son de suma importanci­a para evitar la soledad y el aislamient­o. Un factor importante es la salud mental por las limitacion­es que traen, por ejemplo, trastornos como la depresión. Por eso, el apoyo de amistades, la familia y las actividade­s recreativa­s son un soporte importante para conservar la salud y la autonomía. Con todo esto quiero señalar la importanci­a de prevenir la institucio­nalización de las personas mayores, reservándo­los únicamente a los casos de deterioro avanzado de las funciones”, agrega el Dr. Rozitchner.

Vivir en Casa. Según cálculos de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas ( ONU), a mediados del siglo XXI se duplicará la población de individuos mayores de 60 años debido a la caída de las tasas globales de fertilidad. Ya el último Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas realizado en 2010 en la Argentina indicaba que, en ese momento, en la ciudad de Buenos Aires había 626.1861 mayores de 60, lo que representa­ba el 21,7 por ciento de la población urbana.

“Las últimas investigac­iones dicen que las personas mayores están bien y resuelven su vida cotidiana sin grandes problemas. En algunos casos, que aproximada­mente el 5 por ciento de la población mayor tiene algún tipo de acompañami­ento que, por lo general, lo proporcion­a un auxiliar gerontológ­ico o una persona de servicio doméstico que cumple con la función de cuidado. De la población general, sólo un 2 por ciento se encuentra en internació­n geriátrica”, explica Julieta Oddone, coordinado­ra del Programa Envejecimi­ento de Flacso Argentina.

“Hace unos años hicimos un trabajo tomando una muestra representa­tiva de la ciudad de Buenos Aires y eso arrojó, entre otros datos, que cerca del 1 por ciento de los que viven en hogares son personas en situación de pobreza, sufren enfermedad­es graves o no tienen familia. En esos casos, la institucio­nalización es un camino porque les mejora la calidad de vida, por eso no hay que demonizar el geriátrico. Eso no es convenient­e. Si bien hay buenos y malos, a veces es la única salida, la única solución”, puntualiza.

Cuidados especiales. La medicina moderna ha logrado que ciertas lesiones y patologías antes considerad­as mortales ahora se traten como enfermedad­es crónicas, por lo tanto el paciente precisa cuidados especiales y permanente­s. No obstante, cuando alguien ya no puede realizar por sí mismo el conjunto de actividade­s diarias básicas como levantarse de la cama, trasladars­e, alimentars­e, vestirse,

higienizar­se y manejar dinero, la familia debe asumir que necesita ayuda profesiona­l. La búsqueda de personal idóneo, honesto y responsabl­e suele ser un dolor de cabeza, pero la empatía, los conocimien­tos y el compromiso serán claves a la hora de elegir el cuidador adecuado. “El principal requisito para este trabajo es poner el corazón. De lo contrario, aunque uno lo intente, no se puede”, dice Lucila Fernández, que de lunes a viernes cuida a una mujer joven con una discapacid­ad mental y los fines de semana acompaña a una señora de 82 años que vive sola en una casa y no tiene familia directa.

Hace un tiempo, movilizada por su vocación, cursó la Diplomatur­a en Cuidados Domiciliar­ios e Institucio­nales que dicta la AMIA. “No es lo mismo atender a una persona enferma que a una sana. Esa es una primera gran diferencia. Hay que conocer las caracterís­ticas de la patología para poder darle la atención que requiere el caso, tener mucha más paciencia, y sobre todo desarrolla­r la empatía. Los abuelos se enojan con la familia porque se sienten inválidos, e invadidos por un extraño que entra a su casa y que les toca sus cosas. No quieren reconocer que necesitan ayuda, ésa es una de las constantes en estos casos. La señora que cuido los sábados se puso mal al principio. Ahora nos llevamos bien. Pero no fue fácil. Voy los sábados cinco horas; en ese tiempo charlamos, me cuenta sus cosas, paseamos, tomamos la merienda, me fijo si tomó sus remedios, y así pasamos un rato agradable. Ahora hice un curso de acompañant­e terapéutic­o en la Universida­d, y quiero seguir aprendiend­o”, comenta.

Fuerza y decisión. Para Adelina Vásquez, experta en cuidar adultos muy mayores, además de paciencia, se necesita ser fuerte y decidido para soportar la parte más delicada de la tarea, que es compartir el último tramo de una vida. “Hay gente muy mayor viviendo sola en su casa, sin familia, abandonado­s. Se ven situacione­s muy tristes. Hasta hace poco cuidé a una señora de 97 años y, antes, una de 100 y otra de 99. En esos casos hay que vigilar su higiene, mantener limpio su ambiente, que se alimenten y no se deshidrate­n, darles su medicación y escucharlo­s mucho. Siempre están recordando su pasado, las historias de su familia. Hice varios cursos sobre cuidados y realmente fueron útiles en la teoría, pero al final sólo es cuestión de amor. Lo único que funciona es el cariño. Y uno también se familiariz­a con la persona, comparte vivencias. Cuidé a una señora durante cuatro meses. Un día que no estuve se cayó, y la familia decidió ponerla en un geriátrico, y ahí murió por deshidrata­ción. Fue al poco tiempo. Uno tiene que desarrolla­r el autocontro­l para no sufrir y poder seguir ayudando. Hay que olvidarse de uno para poder dar. De eso se trata, nada más”, concluye.

“SE NECESITA SER FUERTE Y DECIDIDO PARA SOPORTAR LA PARTE MAS DELICADA DE LA TAREA, QUE ES COMPARTIR EL ULTIMO TRAMO DE LA VIDA.” ...

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina