Clarín - Viva

“Mi papá jamás ha movido un dedo por mí” Chino Darín

- POR SILVINA DEMARE FOTOS ARIEL GRINBERG

A los 28, el actor divide su vida entre Buenos Aires y Madrid. Dice que logró éxito en su carrera sin acomodo, y superando “palos en la rueda”. Cómo es verdaderam­ente la relación con su padre y con la fama.

Arrancó el día con el pie cruzado, pero lo fue enderezand­o. Dice que se acostó tarde y durmió poco. Como sea, no exhibe ojeras ni señales de resaca. El Chino Darín luce impecable, con la cara fresca y buena actitud para la charla.

Es el mediodía, pero adentro del bar de Palermo es como si fuera de noche. No hay ventanas y la luz es tenue. El lugar está ambientado en los años ‘20. Imita una estación de tren abandonada: un viejo vagón del Expreso de Oriente ofrece una atmósfera medio londinense. Durante una hora, el hijo mayor de Ricardo Darín y Florencia Bas se animó a subirse a una mesa e imitar el grito reflejado en un cuadro, o se calzó la gorra de capitán. Todo bajo el humo de palo santo, que le daba al local un clima aún más sórdido y adormecedo­r. Posó con “mucha onda”, aunque posar no sea su fuerte. “Hacer fotos no es algo que me dé mucha ilusión”, se excusa.

El tren y la valija con que juega en el bar simbolizan perfectame­nte la realidad del actor. Hace unos años que el Chino reparte su vida entre Buenos Aires y Madrid, las dos ciudades donde hace base. A fines de 2015 viajó a España para hacer la serie La embajada, donde compartió cartel con la actriz española Ursula Corberó, su actual novia. Al tiempo, lo convocaron Penélope Cruz y el director Fernando Trueba para filmar La reina del España. Desde entonces, el Chino pisa fuerte y es reconocido en la Madre Patria. Pero no le gusta que digan que se mudó. “Siempre vuelvo a trabajar a Buenos Aires. En invierno del 2016 grabé Historia de un clan, y ahora terminé de rodar El ángel. Estoy en ese plan. Voy y vengo. Soy free lance. Siempre me sentí capaz de vivir en otros lugares del mundo a pesar de que adoro Buenos Aires”, suelta.

Todavía queda humo en el ambien

te. Estamos sentados en una mesa del fondo. El Chino sólo pidió agua sin gas. Nada más. Habla mirando a los ojos, con tono fuerte y decidido. Cada tanto mete un chiste o una ironía: sí, muy “estilo Darín”. Suena sincero: “Nunca había pensado en ser actor, soy cero previsor”. De hecho, pensó en ser médico porque “hay muchos en la familia: mi abuelo, mi tío, especializ­ados en obstetrici­a y vías respirator­ias”, detalla. Pero no. Fantaseó con arquitectu­ra y tampoco. Y lo más concreto fue ingeniería industrial. “Estoy inscripto en la UBA del año 2007. Terminé el secundario en el ILSE (Instituto libre de segunda enseñanza) pensando en ingeniería industrial. El colegio estaba un poco orientado a las ciencias duras; toda la currícula de arte era una miseria y te la complicaba­n. Pero bueno, después no sé que viento me agarró y me terminé anotando en dirección de cine”, dice.

“Cuando e ra chico no entendía eso de compartir a mi padre con e l resto de l a humanidad” ...

Ya de chico, el Chino tenía su parte

lúdica. Le gustaban los súper héroes y soñaba con ser Batman. Veía Dragon Ball Z, Los caballeros del zodíaco y mucho animé: “Y de más grande, veíamos muchas películas en familia, como Pulp fiction”, recuerda. ¿Quién te ponía los límites? No me han puesto muchos límites. Era un chico muy autocontro­lado, muy adulto, no uno que rompe los huevos. Me llamaba la atención el mundo de los grandes, me gustaba formar parte de ellos. Mis recuerdos de mi infancia son de quedarme dormido en una mesa después del teatro de mi viejo. Cenábamos muy tarde porque él salía del teatro a las once de la noche. Era l a época de las obras Algo en común y Necesito un tenor. ¿Te gustaba que papá fuera famoso? No, pero, igual, no era del todo consciente. Sí me molestaba que fuera famoso cuando era más chiquito. No entendía eso de tener que compartir a tu padre con el resto de la humanidad. No podíamos ir a cenar sin que nos interrumpi­eran cada cinco minutos. Y ni hablar de ir a un shopping. Podíamos entrar, pero tenías que predispone­rte de muy buen humor para no sentir que te estaban invadiendo. Se metían con nosotros –mi hermana era más chiquita–, te tocaban los cachetes y te querían dar besos en la cara... Era difícil vivir eso como niños.

Una de las etapas más importante­s

de su vida. “Fui al ILSE. Al principio eran súper revolucion­arios, pero la administra­ción que me tocó a mí eran bastante castradore­s. A nosotros nos suspendier­on la entrega de diplomas, nos la entregaron al otro año. Había hecho la primaria en Pueblo Blanco High School,

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