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ESPERANDO EL FIN DEL MUNDO EN LA PAMPA

Esta crónica, ganadora del concurso de la Fundación Tomás Eloy Martínez, refleja la vida en la colonia menonita de La Pampa. Aislamient­o, fe y castidad.

- POR DELFINA TORRES CABREROS FOTOS: IGNACIO GURRUCHAGA Y D. TORRES CABREROS

COMO ES LA COLONIA MENONITA DE GUATRACHE, UN ENCLAVE QUE PARECE DE OTRO TIEMPO Y OTRA GEOGRAFIA: AISLAMIENT­O, CASTIDAD EN LAS MUJERES Y HOMBRES QUE SE ESCAPAN AL CASINO.

Carros tirados por caballos llegan a un predio en el medio de la llanura. Estacionan en fila junto a los palenques. De los carros bajan hombres con traje y sombrero, y mujeres con vestidos largos y un pañuelo en la cabeza. Todos visten de negro, el tono resalta la palidez de sus rostros germanos. Parecen hormigas diligentes en su camino de ingreso a la construcci­ón que se levanta entre los pastos: la iglesia.

Hombres y mujeres entran por distintas puertas y mantienen durante toda la liturgia –que se dicta en alemán antiguo– la separación por sexo, el gesto grave.

La ceremonia comienza y afuera, en el silencio del campo, de la mañana y del domingo, retumba un himno triste.

Es agosto de 2016. Es La Pampa. Es la colonia menonita La Nueva Esperanza: un recodo de tierra fértil ganado al monte de caldenes donde viven 1.400 personas que creen en Dios y en el Diablo sin que medie el matiz de la metáfora.

–Nosotros lo hemos aprendido así, si no hacemos todo bien acá, después vamos al infierno –dirá luego Juan Friesen, uno de los habitantes de la comunidad.

Están seguros: llegará el día en que una humareda oscurecerá el sol y el aire olerá a azufre. El apocalipsi­s se concretará y será tal como lo cuenta La Biblia. El tribunal divino se instalará en la tierra y no habrá confín en el que esconderse. El juicio será implacable, y aquellos que no pasen la prueba serán arrojados a un lago de fuego donde soportarán siglos de tormento sin descanso. Pero cuando eso pase, ellos habrán cumplido el requisito de una vida apartada del pecado y serán salvados. Llegará ese día, y será pronto. Aquí, en la colonia menonita La Nueva Esperanza, el fin del mundo acecha.

La neblina flota espesa en el camino de ingreso a la colonia. Arbustos espinosos o el rastrojo de alguna cosecha se adivinan a la vera de la ruta de tierra que la lluvia ha convertido en una pasta barrosa. Recién luego de recorrer treinta

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