Lo primero es el amor a los demás
Lo esencial para Poroto son los vínculos. Lo que me parece más destacable es su necesidad de dar. Y el estar atento a la gente que lo rodea, con un radar personal dispuesto a tejer un grupo en el que poder enseñar y aprender. Y, sobre todo, su condición de incluir y dar pertenencia, consecuencia del registro del semejante a partir de las herramientas que cada cual puede y es capaz de disponer. El juego y la competencia deportiva sirven como espacios donde plasmar esta labor gratificante. Sintió a sus padres siempre presentes, cercanos, y eso le brindó confianza, autoestima y estímulo para ensayar lo nuevo. Por eso, él se titularía a sí mismo “familiero”, y efectivamente el argumento que deseó desde siempre fue la experiencia de una familia unida. Lo cual le exigió obviamente poder afrontar y elaborar las vicisitudes de su separación matrimonial, pero ha trabajado bien al respecto. Reconoce su éxito profesional que lo consagró como el futbolista que tantos aplauden, y sabe de la simpatía que despierta a su alrededor (algo parecido a lo que llamamos carisma). Pero jamás se creyó y menos aún pretendió ser un ídolo: una sana distancia con las fantasías mágico-narcisistas. El amor y la protección a sus hijas son su norte. Algunas veces le pudieron señalar que era exagerado, que no hace falta tanto, aludiendo a que la clave es la calidad y no el tiempo. El futuro de su actividad se presenta abierto. No tanto en relación a concluir lo actual, sino al comenzar otras oportunidades, por ejemplo el trabajo en los medios que lo entusiasma como fantasía. Se entiende: el puente y la comunicación con los demás son su terreno favorito. (*) Psicoanalista y escritor