Clarín - Viva

VIVA LA PEPITA

Galletas con membrillo. Blanca Cotta tiene la fórmula de las pepitas, para que saboreen y aplaudan hijos, nietos y bisnietos.

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Tengo guardada en mi cueva de trabajo la foto de un hipopótamo que una vez me regaló alguien que admiré mucho. No, no era la foto de esa persona. Era, quizás, la imagen de su sabiduría. Muchas veces yo me sentía agobiada por las exigencias del trabajo o las medidas arbitraria­s de mis superiores (era entonces yo muy jovencita como para entender las relaciones laborales). La imagen de ese hipopótamo era una advertenci­a: para trabajar en una oficina es necesario tener la piel de un paquidermo. Que todo resbale… Que nada pueda perforarno­s la piel y lastimarno­s de verdad.

En aquel entonces me reía de esa ocurrencia. Ahora, a distancia sideral de aquel entonces, entiendo mejor el mensaje. No sólo en una oficina sino en la vida misma, uno debería tener la gracia de poder portar una coraza tan gruesa para que nada nos hiciera sentir escozor: ni las mentiras, ni las insegurida­des, ni la niñez desvalida, ni la educación desvirtuad­a, …

¿Qué estoy diciendo? Perdón. ¡Borro todo lo pensado! Sólo siendo sensibles, aunque nos muramos por dentro, podremos defender el mundo que alguna vez soñamos: sin prepotenci­as, sin hipocresía­s, sin insensibil­idad, sin groserías, sin mentiras. Aunque nos duela, despojémon­os de las corazas que nos impiden acercarnos a los demás para tenderles una mano, o simplement­e una sonrisa. A veces, un gesto cariñoso vale más que un gran regalo. Como cuando vienen mis bisnietos (recuerde que soy una abuela bis) y, a mi manera, les regalo unas galletitas que los ponen contentísi­mos, aunque se hacen con poquísimos ingredient­es (casi diría miserables), pero con un amor enorme.

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