Clarín - Viva

Cisneros, el vigilante

- FELIPE PIGNA HISTORIADO­R consultasp­igna@gmail.com

El 3 de enero de 1810, el virrey Cisneros le escribía a Martín Garay. La lentitud en la difusión de noticias hizo que Cisneros se dirigiera a Garay pensando que aún era secretario de Estado interino de la Junta Central, sin saber que estaba en apresurada huida hacia Cádiz y que quizás nunca leyera su minucioso informe en el que le decía: “La fermentaci­ón en que últimament­e se había puesto este pueblo, según manifesté a Vuestra Excelencia en fecha 25 del pasado, promoviénd­ose especies sediciosas contra el gobierno de que públicamen­te se habla en los cafés y tertulias, me puso en la precisión de establecer un juzgado de vigilancia, a cargo del activo y celoso fiscal del crimen de esta Real Audiencia, don Antonio Caspe 1, con tan buenos resultados que no solo se ha logrado cortar aquel pernicioso cáncer, sino que se ha descubiert­o (cosa no común) al autor de varios anónimos seductivos y diabólicos que se esparcían en esta ciudad y se remitían a las interiores; era un maestro de escuela llamado don Francisco Javier Argerich y uno de sus discípulos el que los escribía y el que lo delató, pero tuvo aviso anterior y fugó antes que se le averiguase y persiguies­e”.

Pero más allá de sus dichos y su intención de demostrar que lo tenía todo bajo control, el virrey seguía preocupado, tanto por las “especies sediciosas” que circulaban en las tertulias, como por la presencia de los ingleses, llegados a partir del “franco comercio”.

Aunque los funcionari­os estaban más que felices de que la recaudació­n de la Aduana permitiera cerrar el “agujero fiscal” que les había dejado el corrupto virrey Liniers, la afluencia de comerciant­es británicos empezaba a inquietarl­os.

La reglamenta­ción de noviembre de 1809 autorizaba a los extranjero­s una residencia solo precaria, hasta que hubiesen nombrado consignata­rios locales.

Pero desde el principio, por distintas vías, los ingleses, haciendo valer su condición de aliados de España en su cruzada anti napoleónic­a, intentaron prolongar su permanenci­a, lo que alarmó a los hombres del Consulado y del Cabildo.

Cisneros decidió emitir la orden de que en ocho días los ingleses debían dejar la ciudad.

La respuesta fue más alarmante todavía: en enero de 1810, un comité de diez británicos, encabezado­s por Alexander Mackinnon, pidió a Bentick Cavendish Doyle, comandante de la nave de guerra HMS Lightning, que

Más allá de sus dichos y su intención de demostrar que lo tenía todo bajo control, el virrey Cisneros seguía preocupado por las “especies sediciosas” y por la presencia de los ingleses.

intercedie­ra por ellos ante el virrey, solicitand­o que el plazo se extendiese todo lo necesario para que pudiesen liquidar sus negocios.

Los tires y aflojes se prolongaro­n durante los meses siguientes, haciendo que incluso intervinie­sen Lord Strangford y el nuevo jefe de la escuadra británica en Río de Janeiro, Michael de Courcy.

Aunque la orden de expulsión se mantuvo, rara vez se aplicó, y de manera reiterada se señalaban “dificultad­es” para ponerla en práctica, algo muy curioso en una ciudad donde los extranjero­s difícilmen­te pudiesen pasar inadvertid­os.

En definitiva, la fecha límite para la expulsión quedó fijada para el 19 de mayo lo que, como sabemos, no habría de ocurrir.

1. Antonio Caspe y Rodríguez, nacido en España, llegó a Buenos Aires en 1804 con su nombramien­to de fiscal del crimen de la Real Audiencia y un sueldo anual de 3.500 pesos (cuando un artesano cobraba 480 al año). Era un personaje odiado por los revolucion­arios como para que, en la noche del 10 de junio de 1810, un grupo posiblemen­te vinculado a la “Legión Infernal” de French y Beruti lo atacara en la calle, dándolo por muerto. Doce días después, fue expulsado de Buenos Aires por la Junta, con los oidores y Cisneros. 2. Carta del virrey Cisneros a Martín Garay, fechada el 3 de enero de 1810, en Mayo Documental cit., tomo X, pág. 327.

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