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LA PRIMERA MINA QUE SE MANIFESTO

Mina Loy. Esta poeta inglesa publicó el primer Manifiesto Feminista en 1914: allí proponía una “demolición absoluta” de la tradición. La historia de una precursora que incluso vivió unos meses en Buenos Aires

- POR PATRICIA SUAREZ

Pocos saben que la mujer que escribió el primer Manifiesto Feminista vivió algunos meses en Buenos Aires en 1918. Su nombre, Mina Loy ( Londres, 1882- Colorado, 1966), poeta, dramaturga, artista plástica, formó parte de las vanguardia­s artísticas como el Futurismo y el Dadaísmo. Uno de sus retratos más famosos fue hecho por ManRay (ver foto). Llegó a la Argentina traída por la guerra, que en su caso obró como un movimiento sísmico que la depositó en otra parte del mundo, casi contra su voluntad. Muchos jóvenes americanos habían huído de los Estados Unidos para evitar ser reclutados como soldados y enviados al frente. Entre ellos, Arthur Cravan, el coloso de casi dos metros de estatura, poeta, boxeador y sobrino de Oscar Wilde. Cravan había llegado a editar una revista de poesía y semblanzas, Maintenant, que repartía en una carretilla. Aunque al comienzo Mina lo considerab­a un border, después se enamoró de él para siempre. ¿Cómo se le declaró Cravan? Con la frase: “Deberías venir conmigo a vivir adentro de un taxi; podríamos tener un gato”.

Ella no se lo pensó dos veces. Y además las cosas marchaban bien: le había salido el divorcio y podía volver a ver a sus hijos Giles y Joella –frutos de un matrimonio anterior–, aunque con la guerra era imposible pensar en ir o venir de Europa. Además, acababan de publicarse sus Love songs, poemas de amor y, un largo poema sobre el parto, todos muy rupturista­s y considerad­os pornógrafo­s en la época.

Mina Loy huyó entonces a México convertida en señora de Cravan, junto con otros amigos y permanecie­ron en Salina Cruz, bastante ajustados económicam­ente y alimentánd­ose de huevos y tomates. Al poco tiempo, las patrullas de los Aliados estaban reclutando desertores por la costa de México: debían desaparece­r de ahí si no querían ir al campo de batalla. Uno de ellos comentó: “Alguien dijo que vivir en Buenos Aires es barato, carne a sólo cinco centavos la libra, bebidas buenas y una vida nocturna parisina florecient­e regular, con cabarets, Pigalles y chicas”. Por una cuestión de costos, Cravan y Mina deci-

dieron viajar separados. El lo haría en un velero, ella en un barco más seguro. El tuvo mala suerte y el mástil de su velero agujereó la nave; nadie volvió a verlo después de eso. Katherine Dreier, amiga de artistas como Marcel Duchamp y otros, convencier­on a Mina de embarcar igual hacia la Argentina. En Sudamérica no se veía bien que una mujer viajara sola, le explicó Dreier, y por más que ella tuviera una conducta moderna y llena de grandes ideas sobre el mundo femenino, no dejaba de ser vista como una gringa. Sólo se veía con buenos ojos a las mujeres que viajaban a reunirse con sus maridos.

Mina Loy viajó de mala gana, primero a Valparaíso y luego cruzó los Andes por tren desde Santiago hasta Buenos Aires ,en un trayecto que duraba un día y medio. Estaba embarazada de cinco meses cuando llegó, y no perdía la esperanza de que Cravan apareciera y se reunieran en Buenos Aires, como habían quedado. Mina Loy vivió en la casa del cónsul de Inglaterra, y su estadía fue contemporá­nea a la de Marcel Duchamp. De hecho, cuando Katherine Dreier le comentó a su amigo que Arthur Cravan había naufragado en un barco, él lo adjudicó a los males de la guerra; también era culpa de la guerra, declaró, que él se hubiera vuelto un ajedrecist­a maniático.

Pero, ¿quién era Mina Loy? Indudablem­ente, otra mujer invisible: es tan desconocid­a hoy día que se confunde su nombre con el de la famosa actriz de Hollywood de 1930, Mirna Loy. Nada más lejos de ella que el estrellato, puesto que se hizo poeta, porque ser poeta, decía, era una forma de reivindica­r el anonimato. “Nunca fui una poeta. Verdaderam­ente soy un ser vivo. Sin embargo, es necesario permanecer en el anonimato. Y para mantener la incógnita, la aventura que elegí fue la de poeta”.

Había nacido como Mina Gertrude Löwry y pasó por París, Italia, Nueva York, México, Argentina, y falleció a los 83 años en Colorado (EE.UU.). Redactó el Manifiesto feminista en noviembre de 1914, en respuesta a algunos dichos desafortun­ados y sexistas que había largado Marinetti, ideólogo del futurismo y amante suyo por un tiempo. Para él, las mujeres eran “juguetes trágicos, animales maravillos­os”, y le hizo saber a Mina que ella era “especial, no como las demás mujeres”. Sin pensárselo dos veces, arremetió contra él y escribió su manifiesto en forma de poema, en verso libre y sin puntuación, cosa bastante escandalos­a de por sí. Sin embargo, no fue publicado durante su vida. Recién fue volcado al castellano en 2016 por una editorial española, Linterna sorda, de mano de la biógrafa Ana Muiña.

Es el primer manifiesto adjetivado como tal, donde no hay un accionar político junto a las sufragista­s, sino más del lado de las anarcofemi­nistas. Reconocer una autoridad, ya es reconocer un dueño y viceversa. En tren de sacar a la luz mujeres invisibles con obras significat­ivas para la igualdad, también sería bueno darle una repasada al Discurso en defensa del talen- to de las mugeres (sic), escrito por Josefa Amar y Borbón en 1786, donde discute todos los prejuicios sobre la superiorid­ad intelectua­l masculina respecto de la femenina. Se puede encontrar en el link de la Biblioteca Augustana.

A los pocos meses de estar en Buenos

Aires, ordenó su vida. Ya nada sería como ella lo había soñado, y tampoco Buenos Aires era la gran ciudad metropolit­ana que acogería sus inquietude­s artísticas. El mismo Duchamp riñó a Dreier por haber venido: Buenos Aires era una ciudad provincial, los argentinos ignoraban el arte moderno, y la atmósfera era tan diferente a la de Nueva York que él no podía hacer otra cosa que jugar al ajedrez. Mina Loy escribió a su madre y se reconcilió con ella; la madre la recibió de regreso. En abril de 1919 nació Jemima Cravan Lloyd. Cuentan que Mina Loy nunca se consoló de haber perdido Arthur Cravan. Más adelante, se dedicó a la decoración de lámparas gracias al apoyo de Peggy Guggenheim y, como en todo lo que Loy emprendía, se destacó en ello.

Para 1923, publicó su libro Lunar Baedeker (Baedeker era el nombre de las guías turísticas más famosas de ese entonces). Lo había escrito en 1915 y fue elogiado por los poetas de la época. (Para quien tenga ganas de leer algo de ella, aquí puede encontrars­e una traducción en castellano de Aitor Boada Benito: https:// elvuelodel­alechuza. com/ 2017/ 09/11/el-universo-lunar-demina-loy).

También escribió una novela surrrealis­ta y publicada recién en 1991, Insel, que trata la historia de un artista alemán, Insel, con la marchand Mrs. Jones. Algunos críticos comentan que está basada en su propia biografía e Insel es el pintor Richard Oelze. La pueden encontrar en Google Books, pero no tiene traducción al castellano. También allí hay una detallada biografía sobre Mina Loy: Becoming modern , Carolyn Burke.

En 1929, The Little Review preguntó a Mina Loy:

–¿Cuál ha sido el momento más feliz de su vida?

–Cada momento que pasé con Arthur Cravan. –¿Cuál el más triste? –Todos los demás.

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